"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 22 de enero de 2013

LA FALTA DE POPULARIDAD DEL PECADO ORIGINAL


Nuestra naturaleza requiere la transformación constante por medio de la Gracia.
Para nuestros contemporáneos existen pecados populares e impopulares. Es popular por ejemplo la intemperancia en el placer. El glotón es un «gourmet», el borracho un «alegre beberrón», y cuando un hombre se oye llamar un Don Juan, se siente más halagado que insultado.

Pero el pecado original es claramente impopular. Tanto, que mucha gente lo resuelve de manera tajante negando su existencia, generalmente basándose en que es contrario a la justicia divina. Que Dios no nos castigaría por algo que en algún nebuloso tiempo remoto hicieron nuestros primeros padres. ¿Y se pretende afirmar que los bebés están tarados con el pecado original? ¿Bebés inocentes, puros, que acaban de nacer? ¡Imposible!

Es ésta una confusión de pensamiento increíble, que como siempre, se produce porque las buenas gentes no tienen ni idea de lo que están hablando. Tuvieron su poquito de clase de religión en el colegio y desde entonces no han aprendido nada o muy poco.

Dios creó a nuestros primeros padres perfectos. Por su rebelión perdieron esa perfección. Pero los padres imperfectos no pudieron engendrar más que hijos imperfectos. Y como este estado de imperfección es consecuencia de la rebelión de nuestros primeros padres, por eso hablamos de pecado original. El pecado original no es, pues, una culpa personal. Es «la falta de la Gracia sobrenatural», y ésta es un don gratuito de Dios. Dios no está obligado a concedérnoslo.

Nuestra culpa es impersonal, es «colectiva», algo así como si una familia sufre las consecuencias de que el padre haya disipado una fortuna en el juego, o una nación entera padece las secuelas de una guerra, porque un clan o un partido se ha metido en ella y la ha perdido. Y no creo que haya nadie capaz de disentir de que somos imperfectos. El bebé recién nacido, inocente y puro, es un saquito de egoísmo recién nacido inocente y puro. Es invidioso, celoso y tiene ataques de ira.

«Pero no sabe otra cosa», dice la madre indignada. Eso, precisamente. No sabe otra cosa. No es perfecto.

«Eso es humano», dice el papá. Eso. Precisamente. Ninguno de nosotros es perfecto. Dios quiere que volvamos a hacernos perfectos.

Con el sacramento del bautismo nos devuelven el don de Dios de la Gracia sobrenatural, perdida por nuestros primeros padres.

Pero nuestra naturaleza requiere la transformación constante por medio de la Gracia, un entrenamiento permanente y una vigilancia incesante. Estamos todos «torcidos» y el proceso de enderezamiento es largo y doloroso. ¡Este proceso se llama... vida!

El hombre que afirma: «Para mí no existe el pecado original», afirma en otras palabras: «Yo soy perfecto por naturaleza». Y esto es -por expresarlo con delicadeza- una afirmación un tanto atrevida.
Autor: Louis de Wohl.

lunes, 21 de enero de 2013

LEGÍTIMA REBELIÓN DEL HOMBRE


 

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Quien no ha conocido de algún modo al fundador del Opus Dei, tal vez no puede imaginar que está ante un santo inconformista, amante de la libertad y, por lo mismo, rebelde ante las situaciones que falsean la realidad o pisotean la dignidad humana. Quizá un apunte de esa actitud pueda encontrarse en unas palabras recogidas en el volumen "Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer", publicado en 1968 y del que ha aparecido una edición crítico-histórica en el recién concluido 2012.
            Tal esbozo lo constituyen estas frases: "La religión es la mayor rebelión del hombre que no quiere vivir como una bestia, que no se conforma -que no se aquieta- si no trata y conoce al Creador. Un hombre que carezca de formación religiosa no está completamente formado". Esta declaración coincide con los años de la protesta estudiantil que tienen su ápice en el mayo francés de 1968, rebelión ante una situación cultural que daba signos de cansancio y estancamiento, como lo entienden los autores de esa edición crítico-histórica.
            Pero la de san Josemaría no es sólo una protesta que acaba en sí misma, sino que abre a ideales grandes. Pensando en los laicos cristianos, puede leerse en otra de las entrevistas que su contribución "a la santidad y el apostolado de la Iglesia es la acción libre y responsable en el seno de las estructuras temporales, llevando allí el fermento del mensaje cristiano". Pero ese hombre o mujer bautizados han de actuar -como afirmaba- con libertad y responsabilidad personales, sin arrogarse ninguna representación católica ni afirmar que sus soluciones a los problemas son soluciones confesionales, como dirá en una magistral homilía recogida al final del referido volumen.
            Desde los comienzos de la Obra se rebeló cuidando enfermos abandonados en varios hospitales de Madrid, se rebeló tozudamente para realizar un "imposible" jurídico y teológico como era el Opus Dei, se rebeló pasando hambre, se rebeló lanzando Avemarías a los que le apedreaban de palabra o de obra. Fue un hombre de paz cuando España se convulsionaba, aunque escribió que "se comprende muy bien la impaciencia, la angustia, los deseos inquietos de quienes, con un alma naturalmente cristiana, no se resignan ante la injusticia personal y social que puede crear el corazón humano". Por ahí marchaba su rebeldía y por ahí camina la revuelta propuesta por la religión. "Os quiero rebeldes, libres de toda atadura, porque os quiero -¡nos quiere Cristo!- hijos de Dios", proclamaba en otra prédica.
            Habló de armonizar la autoridad con un sentido de amistad con los hijos, de darles confianza aunque en ocasiones abusen, de comprender sus rebeldías generacionales, de que sepan escucharles, comprenderlos y disculparles, que siembren ideales en ellos, anhelos que tal vez les revuelvan contra ambientes, situaciones o conductas que les rodean. En fin, que volvemos al inconformismo. En realidad todos lo somos, pero de diversos modos y ante diversos temas. Insisto, sin entender la rebeldía  como un libertarismo suicida ni un fundamentalismo opresor de las conciencias. Al contrario, el auténtico rebelde busca algo mejor pero sin peleas.
            Yo no he salido a combatir con nadie -intento no hacerlo ni dialécticamente, aunque es muy difícil por las naturales discrepancias-, pero no busco el choque. Trato de ofertar, con más o menos fortuna, algunas reflexiones que considero útiles y sinceras. Pero eso no me impide afirmar, por ejemplo, que no puedo estar a favor de quienes protegen, facilitan o realizan cualquier tipo de corrupción. Y aparentemente todos  pensamos así, pero ahí están los hechos aunque se mire a otra parte, algo que yo no deseo.
            Estoy a favor de un sistema que proteja la vida naciente y la del que está en el ocaso, deseo una familia estable, un clero bien formado y honesto, unos padres y madres que no renuncien a la gratísima y costosa tarea de educar a sus hijos, que gocen de libertad para elegir el tipo de escuela que deseen sin privilegio alguno, puesto que les basta un elemental derecho humano. Deseo el empeño de todos y cada uno de los que constituimos la sociedad para crear trabajo digno para todos, quiero una sanidad -sea cual sea su sistema- que llegue a todos del modo más eficiente  dentro de las posibilidades económicas del país, buscaría una mayor participación del ciudadano en la configuración de su nación sin que gobierno, partidos, sindicatos, patronal y banca copen casi todo el quehacer posible. Y una judicatura libre, y...
            Ante lo contrario, me rebelo, soy un anti-sistema del régimen que no  procure esto y bastantes otros asuntos, y permita su gestión por los individuos y la sociedad civil. Por otro lado, san Josemaría reitera una y mil veces que esa sana rebeldía no se resuelve con modos propios y corporativos del Opus Dei: para un amante de la libertad y de una sana laicidad, algo así no sólo es imposible, sino que operaría destructivamente con su encargo divino. No lo entenderá quien no respete más libertad que la propia. Me parece útil y justo recordar todo esto cuando cumpliría ciento once años.

sábado, 19 de enero de 2013

POCOS SON LOS QUE PERDONAN Y NO GUARDAN RENCOR


Si descubres que guardas rencor a alguien, tienes ahora la oportunidad de perdonar.
Disculpe que le haga una pregunta muy personal: ¿va a Misa los domingos, reza con relativa frecuencia y se confiesa de vez en cuando? Supongo que sí. Ahora trate de responder las siguientes preguntas con sinceridad: ¿asiste a Misa como un deber o lo considera el momento más importante y hermoso de la semana?, ¿es su oración una repetición de rezos o un encuentro personal y lleno de amor con el Señor?, ¿busca la confesión con frecuencia o más bien la retrasa?

De verdad, le ruego que me perdone estas preguntas. Espero que ya las haya contestado. Me ha parecido necesario hacerlas porque el Santo Padre ha afirmado que "en el mundo contemporáneo, junto a generosos testimonios del Evangelio, no faltan bautizados que asumen una actitud de sorda resistencia y a veces también de abierta rebelión. Son situaciones en la que la experiencia de la oración es vivida de un modo superficial, sin que la palabra de Dios incida en la propia existencia. El mismo sacramento de la Penitencia es considerado por muchos insignificante y la celebración eucarística dominical solamente un deber que se debe cumplir" .

Sí, no ha leído mal. Cumplir con el deber de ir a Misa, confesarse con desgana, rezar de modo rutinario no es suficiente, más aún es considerado como reticencia y rebelión. Palabras fuertes que son necesarias explicar.

En el Evangelio, el hijo pródigo nos recuerda la necesidad de salir de nuestro pecado y acercarnos nuevamente a Dios. No sé si usted, querido lector, sea un pecador empedernido. No lo creo, pues si lo fuera no leería este artículo. Quizás se identifique más con el hermano mayor, con aquel buen muchacho fiel y cumplidor de las normas que imperaban la casa del padre, aunque no siempre compartía sus decisiones. En concreto, no estaba de acuerdo en perdonar al hijo que había malgastado el patrimonio familiar.

Sea que en nuestra vida exista el pecado que sólo Dios y uno mismo conocemos o sea que nos comportemos externamente como buenos cristianos, necesitamos imitar a estos hijos y pedir perdón al Señor. El Papa nos recuerda que "mediante el sacramento de la reconciliación, el Padre nos concede en Cristo su perdón" pues "Dios no tiene en cuenta el mal ante al arrepentimiento" . Es bueno confesarse, si no lo ha hecho, todavía está a tiempo.

Pero Jesucristo va más allá. Nos invita a ser perfectos como nuestro Padre celestial. Por lo tanto, no es suficiente con ser un hijo que pide perdón, debemos ser como el Padre que perdona. El Papa reconoce que "no es fácil convertirse al perdón y a la reconciliación. Ya es problemático reconciliarse cuando el origen de todo ha existido la propia culpa. Pero si la culpa es del otro, reconciliarse puede ser visto incluso como una humillación irracional" .

Debemos estar atentos pues con frecuencia asumimos en este punto una actitud de sorda resistencia. "Existen cristianos - dice el Santo Padre - que intentan vaciar de significado palabras como: amad a vuestros enemigos, haced el bien a aquellos que os odian".

Las palabras de Cristo son claras y en cambio, ¡son tan pocos los que perdonan y no guardan rencor! Sin embargo, ¡qué gusto encontrar ejemplos de perdón, almas que no son capaces de odiar a pesar del mal que reciben!

Cierto que se requiere denunciar el mal para renovar la sociedad, pero la denuncia será muy peligrosa y engañosa si en los corazones de quienes la realizan hay odio y rencor. "El perdón - afirma el Papa - aparece cada vez más como una dimensión necesaria para una auténtica renovación social. Sólo aceptar y conceder el perdón hace posible una nueva calidad de relaciones entre los hombres".

Tengamos en cuenta que perdonar no es algo opcional para el bautizado ni algo reservado para un grupo especial de cristianos. "La caridad no tiene cuenta del mal recibido. Con esta expresión de la primera carta a los Corintios, el apóstol Pablo recuerda que el perdón es una de las expresiones más elevadas del ejercicio de la caridad".

No nos hagamos sordos ni rebeldes ante estas palabras del Santo Padre. Vivamos la caridad con todas sus consecuencias, también con la exigencia del perdón. Si descubres que guardas rencor a alguien, tienes ahora la oportunidad de perdonar. Este es el momento. Verás que te "ayudará a vivir de un modo más alegre y generoso la caridad de Cristo".
Autor: Juan Carlos Ortega

jueves, 17 de enero de 2013

REZANDO EL PADRE NUESTRO FRENTE A LA EUCARISTÍA


Te pido mi Jesús, que cada vez que rece la oración que tú me enseñaste, lo haga despacio, con calma, con amor.
Estoy frente a ti, Señor, en esta mañana de cielo azul y sol resplandeciente. Me dispongo a rezar, después de saludarte y empiezo:

"Padre Nuestro... me detengo y llega hasta mi como un relámpago la escena en que tú, Jesús, les decías a aquel grupo de hombres que habías escogido, que te seguían y que te veían orar.

Te preguntaron cómo debían orar y tú dijiste:

Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden y no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. (Mt 6, 9-13)

Y añadiste: Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes. (Mt 6, 9-15)

Me detengo unos momentos para pensar lo que estoy diciendo, ya que generalmente esa oración es una rutina en mi vida.

Su comienzo es toda una maravilla de grandeza, de fuerza, de ternura... y revelada por ti, Señor, porque sino ¿quién se atrevería a llamar PADRE, al Omnipotente, al Creador del cielo y de la tierra, a la Divinidad, al Todopoderoso, al que dijo: "Yo Soy El que Soy"? Pues bien, Jesús, tú que eres su Hijo, dijiste que es así como le podemos llamar, con plena confianza, con respeto pero con mucho amor: Padre

También nos dices que hay que santificar ese NOMBRE, que debemos darle todo el respeto y la gloria de que es merecedor y después añades una petición: Que venga tu Reino, ese Reino por el que Tú te hiciste hombre y es el que viniste a anunciar y que fue el causante de tu muerte y nos sigues pidiendo que recordemos que es también nuestra misión el anunciarlo.

Y lo que sigue, ¡qué bien lo sabes tú, Jesús! Cada día, en todos los rincones de la Tierra hay alguien que te dice, aún con lágrimas en los ojos y el corazón roto de dolor, ¡hágase tu Voluntad! ¡Qué difícil, cómo cuesta dejar todo en tus manos y aceptar tu Voluntad!

Y sigue otra petición: Nuestro pan Señor que no nos falte. ¡Que todos tus hijos, sin distinción de razas y credos, tengan el alimento de cada día, ya que a ti te preocupaba y apenaban aquellos hombres que te seguían y no tenían que comer y que tenían hambre... y lleno de piedad hiciste uno de los milagros más hermosos. Ahora nos toca a nosotros luchar porque llegue el día en que no exista el hambre en esta Tierra.
Y lo más importante, que nunca nos falte TU Pan, la Eucaristía, que siempre podamos recibirla, que aumentes nuestra fe para amar cada día más Tu presencia en ese pequeño pedacito de Pan donde quieres quedarte con nosotros para siempre.

Y luego, la petición de la humildad pidiendo perdón de nuestras ofensas, pero ese perdón, lleva una condición. ¡Ay, Jesús, esa condición, tú lo sabes porque conoces nuestro corazón, cómo nos cuesta! Mira que le ponemos al Padre, el ejemplo de que nos perdone "cómo nosotros perdonamos" y nosotros somos los que siempre decimos: "¡yo eso no lo voy a perdonar, no puedo, me han hecho demasiado daño o es una persona que no la soporto, me cae muy mal y no la voy a perdonar!" o "yo perdono pero... no olvido". ¡Ay, Jesús!, tú que sabes y recuerdas que diste hasta la última gota de tu preciosa sangre para que fuésemos perdonados y sabes también que esa es la condición del amor por nuestros semejantes. Perdonar y olvidar, porque así es el perdón que Dios, nuestro Padre, nos da. Y nosotros sabemos muy bien cómo es nuestro perdón...

Ya voy a terminar la oración más hermosa que nos pudiste enseñar, pidiendo: Que no nos dejes caer en la tentación, qué seamos fuertes para no rendirnos a los mil sortilegios y engaños del enemigo de ese Dios que tanto nos ama y ¡líbranos del mal! Si, líbranos de ese mal y de tantos males para que no echen raíces en nuestro corazón, y nos puedan alejar de nuestro Padre Dios.

Bendita, como ninguna, la oración del Padre Nuestro, que siendo tan hermosa la decimos todos los días pero tan rutinariamente que no le podemos dar todo el maravilloso sentido y poder que ella encierra.

Te pido mi Jesús, que cada vez que rece la oración que tú me enseñaste, lo haga despacio, con calma, con amor, sabiendo que la dirijo a mi Padre Bueno que me escucha y me ama.

Gracias por estar presente en la Eucaristía... gracias por Tu Pan de cada día.
Autor: Ma Esther De Ariño

miércoles, 16 de enero de 2013

CREO QUE PUEDES, CREO QUE QUIERES


La fe hay que actuarla también en las cosas que pedimos en la oración. Cuántas oraciones están llenas de todo menos de fe.
Comentabamos el miercoles anterior sobre la fe que debemos tener sobre las cosas "que no se pueden"

A cada idea negativa, -y son tantas las que diariamente nos golpean- hay que saber enfrentar una positiva, a modo de martillazo. Una idea positiva, una idea de que va a salir, una idea de que creo en el poder de Dios. Una idea positiva de fe. A veces hacer un verdadero acto de fe, cuesta mucho trabajo porque existe una idea anti-fe; muy arraigada. Todos o casi todos, dicen: "que no se puede". Algunos sienten la obligación moral de aconsejar a los pobres incautos, idealistas; y demás de que no se puede, "que ellos ya lo han intentado, que está todo bien calculado y medido; no se puede".

Yo creo que esa expresión es demasiado fea, y demasiado mala. Si yo, por ejemplo, no he logrado algo, no tengo ningún derecho a decir a los que vienen detrás, "que eso no se puede". Una cosa es que yo no pude y otra cosa es que ellos no van a poder hacerlo. Yo les puedo decir yo no lo logré quizás porque me equivoqué, me faltó fe, pero al mismo tiempo decirles: "!Ánimo, es probable que ustedes sí lo logren!" Eso es más caritativo y más humano.

Hablo de martillazos de fe, esa sería la expresión, porque cada vez que llega una idea negativa de no puedo, martillazo, golpe, sí puedo. Habrá que luchar a veces contra todo y contra todos: contra los propios pensamientos que a veces son los más difíciles de expulsar. Luchar además contra otras personas que sin mala intención concluyen que no se puede; y a veces, los encontramos demasiado cerca de nosotros, en la propia familia, en algunos de nuestros amigos que, además, van con la sana idea de ayudar y te repiten; y te dicen, y hasta se enojan sí tu pretendes decirles que tal vez sí se pueda. Se enojan y te retan: "ya verás", "te lo dije".

Para ser eficaz en lograr un meta apoyada por la fe, hay que buscar que esas metas sean concretas, precisas, aferrables, que se puedan contar, medir; porque si es una meta genérica, medio nebulosa, no se puede.

Hay que decir, además, que la fe funciona de distinta manera a la razón, como en zigzag. La razón usa la evidencia, mide, calcula; y en base a eso, saca sus conclusiones. La fe en cambio, se agarra, se aferra a una certeza de lograr una meta aunque parezca muy difícil. Y no duda un segundo, aunque la evidencia le diga que no lo va a lograr. Sigue luchando y sin saber cómo, atrapa la meta.

Por eso, los que no tienen fe, al final preguntan, ¿cómo le hizo? Yo varias veces he tenido que decir: Fe y saliva. No basta creer por un rato, hay que seguir creyendo sin darse jamás por vencido. Mucha gente es capaz de hacer un acto de fe al inicio un poco a prueba casi para luego convencerse de que "ya ve", "no sale", "se lo dije", "lo teníamos ya calculado, no sale". El hombre de fe no reacciona de esa manera, él sabe que va a lograr la meta. Sigue creyendo, cuando casi evidentemente se ve que no. Y de pronto, sin que otros lo crean, salió el resultado. ¿Cómo le hizo? Así preguntan los que no tienen fe, porque ante la evidencia de que salió, los pobres no pueden decir, "no sale".

Preguntan "¿cómo le hizo?" La fe hay que actuarla también en las cosas que pedimos en la oración: "Todo lo que pidiereis sin dudar, creed que ya lo habéis recibido, y se os dará".

Cuántas oraciones están llenas de todo menos de fe. Entre todas esas palabras, y llanto y lágrimas; digamos: Creo que puedes, creo que quieres. Hay en el evangelio oraciones de este tipo que a Cristo le fascinaron, que le arrancaron los milagros a la primera. Un leproso que se le acerca de rodillas y le dice esta oración tan breve y tan profunda: "Señor, sí quieres puedes curarme". Respuesta: "Quiero, queda limpio".

Incluso aquella mujer que ni le dijo una palabra, tenía una grave enfermedad, unas hemorragias, había gastado todo su dinero y no había servido de nada. Ella hizo este acto de fe: "Basta que toque su manto y quedaré curada". Efectivamente, tocó su manto y quedó curada en el acto.

Un centurión romano es decir, una persona que era pagana, tuvo más fe que ninguno. Le pidió a través de unos amigos a Jesús que curara a su siervo que estaba muy enfermo. Y Jesús dijo: "Cómo no, voy a su casa y lo curaré". Cuando él se dio cuenta que venía a su casa, mandó a decirle: "no, no, por favor, no vengas a mi casa, no necesitas venir". Fíjense la fe cómo es: "no necesitas venir, basta con que lo mandes tú".

De la misma manera, así se argumentaba así mismo, "que yo que soy un centurión tengo cien soldados a mis órdenes, le digo a éste: Haz esto; y lo hace, y a mi siervo: tráeme tal cosa, y me la trae".

Y Jesús públicamente no se aguantó las ganas de decir estas palabras: "No he encontrado una fe tan grande en todo Israel". Eso es tan hermoso, que incluso en la misa a la hora de la comunión, se pronuncia la frase que dijo el centurión: "No soy digno de que vengas a mi casa". Esas palabras fueron dichas por un pagano que tenía fe.

En cambio, pongamos otro caso, el de un hombre muy educadito, muy modosito que tenía un hijo enfermo, y había ido con los apóstoles a que le curaran, y no pudieron. Se ve que también les faltó fe a los mismos apóstoles. Y entonces medio desesperado va con Jesús. "Mi pobre hijo enfermo... fui con tus apóstoles y no pudieron". Subrayando: "no pudieron", "sí tú puedes hacer algo", no le dijo: "tú puedes", sino "si tú puedes". La duda. Muy educadito pero sin fe. Y Jesús, como que severamente le dice, "¿Puedes tu creer?" El otro entendió la indirecta y dijo: "Sí, señor, ayuda mi incredulidad". Lo curó como a regañadientes, no muy a gusto. Porque cuando había fe, Cristo muy a gusto curaba.

Y hoy día, cuando hay un hombre o una mujer de fe, muy a gusto le presta su omnipotencia para que realice las cosas. A los hombres de fe, Dios les presta, repito, su omnipotencia. Por eso no se explica humanamente hablando, cómo es que una persona que tiene fe saca las cosas adelante. La gente no se lo explica, no lo entiende. En cambio Él sí sabe por qué suceden las cosas, porque se fía de esas palabras de Jesús.

Alguien dijo, refiriéndose solo a la fe humana, esto de lo que estoy totalmente persuadido: "Todo lo que la mente de un hombre llegue a creer, esa misma mente lo realizará." ¿Será una ley espiritual? Creo que sí.

Quiero recordar una poesía, creo que es del Dr. Bernard, que a mí realmente me inspira mucho; y que no cabe duda que la siguen los hombres de fe, sean atletas, sean realizadores, en el campo profesional, en el campo espiritual, el que sea. La poesía dice así:

Sí piensas que estas vencido, lo estás.
Sí piensas que no te atreves, no lo harás;
sí piensas que te gustaría ganar, pero que no puedes, no lo lograrás.
Sí piensas que perderás, ya estás perdido,
Porque en el mundo encontrarás
que el éxito comienza con la voluntad del hombre,
todo está en el estado mental, es decir, en la fe.
Porque muchas carreras se han perdido
antes de haberse corrido
y muchos cobardes han fracasado
antes de haber su trabajo empezado.

Piensa en grande y tus hechos crecerán,
piensa en pequeño, y quedarás atrás,
piensa que puedes; y podrás.
Todo está en el estado mental, EN TU FE.
Sí piensas que estas aventajado, los estás.
Tienes que pensar bien para elevarte.


(Y termina de esta manera, que es como el resumen.)

Tienes que estar seguro de ti mismo
antes de intentar ganar un premio.
La batalla de la vida no siempre la gana
el hombre más fuerte o el más ligero,
porque tarde o temprano el hombre que gana
es aquél que CREE QUE PUEDE HACERLO.


Quisiera repetir al final lo más importante y es, el reto que nos lanza Jesús, en Marcos 11, 22-24. Tened fe en Dios, yo os aseguro que quien diga a este monte, quítate y arrójate al mar; y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo, todo cuanto pidáis en la oración creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis.

En la relación a esto, la frase más hermosa que alguien me pudo decir en la vida fue ésta: "Usted me enseñó a creer".

Ojalá que no solo sea una persona, sino muchas las que puedan decir, tú entre ellas: "Usted me enseñó a creer", porque de esa manera te enseñaré también a triunfar en la vida.
Autor: P. Mariano de Blas LC.

martes, 15 de enero de 2013

MENDIGOS DIGITALES


 

CUÁNTA NECESIDAD DE ATENCIÓN EN UN «ME GUSTA» DE FACEBOOK

Por la mañana del 4 de octubre de 2012 Facebook superó los mil millones de usuarios registrados que utilizan activamente esa red social al menos una vez al mes.

En un lapso menor a diez años Facebook se ha convertido en un ambiente de socialización que ha derivado en el nacimiento de una nueva «clase social»: la de los mendigos digitales.

Es sabido que la dinámica del compartir es el punto de partida y éxito no sólo de Facebook sino, en general, de todas las redes sociales. El contenido que las personas cargan en los espacios digitales suele ser una ocasión para mostrar a los otros la propia vida y, en torno a eso, despertar una conversación que posibilite conocer impresiones sobre lo compartido. En ese sentido, compartir implica sopesar la relevancia de lo mostrado que, en definitiva, supone calibrar también una forma de aprecio hacia la persona que comparte.

En las relaciones sociales que internet facilita, un "me gusta" equivale a una muestra de aprecio e interés y, en consecuencia, eso se convierte en un objetivo indirectamente buscado al momento de compartir fotografías, pensamientos, videos, etc. En no pocas ocasiones, el deseo de ser tomado en cuenta termina por convertir a la persona en un limosnero de "me gusta"; los "me gusta" acaban convirtiéndose en un alimento de la propia vanidad y, en realidad, importa poco quién los haga mientras sean muchos. De esta manera, la vanidad degenera en gula: los "me gusta" serán siempre pocos y el hambre de ellos será siempre mayor e insaciable.

Como se puede advertir, ya no es la relación interpersonal la que importa ni la que está al centro, sino la «necesidad» de ser tomado en cuenta y a toda costa. ¿Qué es eso sino la búsqueda de popularidad a cualquier precio? Evidentemente, en no pocos casos, el anhelo de relevancia supondrá no sólo ingentes inversiones de tiempo para conocer al segundo quién o cuántos dieron el último "me gusta" sino también el exponerse más y más en el afán de conseguir más reacciones que alimenten el propio ego.

El ser humano está hecho para la relación. En antropología filosófica se habla de «alteridad», de ese deseo del hombre de salir al encuentro del otro, del ser acogido y acoger. En el fondo, tal vez las personas que han pasado a engrosar esa nueva y creciente «clase social digital» están manifestando una inquietud interior más grande que, en realidad, compartimos todos los seres humanos: el deseo de aprecio y el hambre de trascendencia.

En la visión cristiana del mundo hay un plus que ayuda a encauzar esos grandes y profundos anhelos: quien medita en la propia existencia, en su condición de creatura, puede reconocer que la propia vida supone un "me gusta" por parte de Dios. ¡Somos amados y en consecuencia la vida tiene un horizonte! El amor que no acaba ha hecho una opción por nosotros y la vida es una muestra de ello. Es ese mismo Dios-Amor el que mantendrá indefectiblemente esa opción por nosotros y la traducirá en la vida diaria en un amor continuado, en un interés por sus criaturas.

Los usuarios de Facebook tienen la vocación de desarrollar un estamento social emergente: el de los «multimillonarios de sentido» que saben que su vida tiene un porqué, independientemente de la cantidad de "me gusta"... Su riqueza es precisamente saber que son importantes para Dios y que así su vida se convierte en misión: en la misión de compartir ese amor a más personas. Sí, los «multimillonarios de sentido» están llamados a redistribuir esa riqueza.


Autor: Jorge Enrique Mújica, LC | Fuente: www.religionenlibertad.com

lunes, 14 de enero de 2013

LO ESENCIAL... NO SE VE, NI SE ESCUCHA


Se esconde en cada hombre, en lo más íntimo de nuestro corazón, y nos permite pensar y amar por encima de lo cotidiano.
A veces vivimos como las plantas o los animales. Aseguramos nuestra comida y procuramos lograr una buena digestión. Evitamos el sol cuando nos quema o lo buscamos cuando hace frío. Nos apartamos de las espinas y acariciamos, con un especial gustillo en la garganta, la piel de un gato. Guardamos cosas y cosas en el armario y tiramos lo que no nos gusta a la basura. Nos levantamos con la pena de dejar la cama y nos acostamos con la inquietud de no haber hecho todo lo que hubiéramos querido. Hacemos planes para el verano, y en el verano pensamos en lo que haremos al reiniciar el trabajo o la carrera.

Entre las prisas y las angustias de todos los días, entre los olores de la cocina y los gritos de los niños, entre los ruidos de la radio y las imágenes de la computadora, nos olvidamos de lo esencial: en cada uno brilla algo divino, algo eterno.

No nacimos para pudrirnos en un despacho, ni para levantar muros con filas interminables de ladrillos. No nacimos para planchar las sábanas ni para vaciar platos de ensalada. Somos, aunque nos duelan las muelas y nos asuste la oscuridad, una chispa del amor de Dios: somos espirituales, somos eternos.

Lo esencial no se ve, ni se escucha, ni se toca. Lo esencial se esconde en cada hombre, en lo más íntimo de nuestro corazón, y nos permite pensar y amar por encima de lo cotidiano, de lo banal, de lo superfluo.

Podemos vivir mucho o poco. Podemos estar en una silla de ruedas o conducir un aeroplano. Podemos vivir con hijos y nietos o estar solos, en un barrio pobre de una ciudad miserable. Pero lo esencial sigue allí, escondido, cierto, indestructible.

A veces lo esencial se asoma cuando un esposo pide perdón, quizá sin palabras, a su esposa o a algún hijo. O cuando un niño reparte su bocadillo a un compañero, o le presta su último juego electrónico. O cuando unos padres deciden no abortar al hijo no esperado, pero que pide, con su silencio y su pequeñez, un lugarcito en casa. O cuando un hijo invierte los mejores años de su vida para cuidar a su madre que sufre por culpa del Alzheimer. O cuando una chica, con todo el futuro por delante, decide consagrarse a Dios para trabajar con los pobres, para enseñar a los niños o para levantar todos los días una oración invisible al Dios que sí ve lo esencial.

Lo esencial sigue en pie, todos los días, fuera de las pantallas de la televisión o de las crónicas de la prensa. No aparece en internet, pero está en los corazones. No se cotiza en la bolsa, pero permite que vivan y mueran los que venden y los que compran. No gana guerras, pero vence en los hospitales en donde son cuidados los heridos, sean amigos o enemigos.

El mundo sigue su camino. La luna crece y decrece con regularidad perfecta. El sol nos calienta todas las mañanas, y las nubes se pasean por el cielo con sus formas caprichosas y sus colores de tristeza o de esperanza. Lo esencial vive, más allá de las estrellas y más escondido que los tuétanos, con su libertad misteriosa, profunda, enamorada.

No se puede comprar el amor, leemos en la Biblia. Lo esencial tampoco está en venta. Cada uno lo tiene en su corazón. Y puede hacerlo crecer para el bien del universo, para tu bien y para el mío.
Autor: P.Fernando Pascual LC.

FELICIDAD

Es la motivación lo que produce en las personas sentimientos positivos más profundos

Definir el concepto de felicidad es tarea ardua. Seguramente sea una de las definiciones más controvertidas y complicadas. El ser humano ha tendido siempre a perseguir la felicidad como una meta o un fin, como un estado de bienestar ideal y permanente al que llegar, sin embargo, parece ser que la felicidad se compone de pequeños momentos, de detalles vividos en el día a día, y quizá su principal característica sea la futilidad, su capacidad de aparecer y desaparecer de forma constante a lo largo de nuestras vidas.

Otra de las controversias en torno a este tema es dónde buscar la felicidad, si en acontecimientos externos y materiales o en nuestro interior, en nuestras propias disposiciones internas. Aún hoy es difícil responder a esta cuestión. Por esta razón, y desde un punto de vista psicológico, el estudio del bienestar subjetivo parece preferible al abordaje de la felicidad.

La felicidad, concepto con profundos significados, incluye alegría, pero también otras muchas emociones, algunas de las cuales no son necesariamente positivas (compromiso, lucha, reto, incluso dolor).

Es la motivación, la actividad dirigida a algo, el deseo de ello, su búsqueda, y no el logro o la satisfacción de los deseos, lo que produce en las personas sentimientos positivos más profundos.

No hay deber que descuidemos tanto como el deber de ser felices.
Stevenson, Robert Louis

La falta de las cosas que el hombre desea es un elemento indispensable de la felicidad.
Russell, Bertrand

Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una.
Voltaire, François Marie Arouet

La felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación.
Kant, Inmanuel

Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias.
Locke, John
Autor: Alejandro Márquez Rubio.

sábado, 12 de enero de 2013

NACER DE LA VIRGEN MARÍA


María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre como hijos pequeños, formando nuestra vida con la suya.

Una persona realmente cristiana no puede ni debe vivir más que de la vida de Nuestro Señor Jesucristo.

Esta vida divina debe ser el principio de todos sus pensamientos, de todas sus palabras y de todas sus acciones.

Jesucristo fue concebido en el seno de María por obra del Espíritu Santo. Jesucristo nació del seno virginal de María. Concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de María Virgen.
El bautismo y la fe hacen que empiece en nosotros la vida de Jesucristo. Por eso, somos como concebidos por obra del Espíritu Santo. Pero debemos, como el Salvador, nacer de la Virgen María.

Jesucristo quiso formarse a nuestra semejanza en el seno virginal de María. También nosotros debemos formarnos a semejanza de Jesucristo en el seno de María, conformar nuestra conducta con su conducta, nuestras inclinaciones con sus inclinaciones, nuestra vida con su vida.

María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre en sus castas entrañas como hijos pequeños, hasta tanto que, habiendo formado en nosotros los primeros rasgos de su hijo, nos dé a luz como a Él. María nos repite incesantemente estas hermosas palabras de san Pablo: Hijitos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo se forme en vosotros (Gál 4,19). Hijitos míos, que yo quisiera dar a luz cuando Jesucristo se haya formado perfectamente en vosotros.
Autor: Ágora marianista