"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 8 de noviembre de 2012

¿SABES AMAR?

 
Estoy aprendiendo...

Estoy aprendiendo a aceptar a las personas, aun cuando ellas me decepcionan, cuando huyen del ideal que tengo para ellas, cuando me hieren con palabras ásperas o acciones impensadas.

Es difícil aceptar las personas como ellas son, sin que sean como deseamos que ellas sean.
Es difícil, muy difícil, pero estoy aprendiendo.

Estoy aprendiendo a amar.
Estoy aprendiendo a escuchar. Escuchar con los ojos y oídos.
A escuchar con el alma y con todos los sentidos.
Escuchar lo que dice el corazón, lo que dicen los hombros caídos, los ojos, las manos inquietas.
Escuchar el mensaje que se esconde por entre las palabras vanas, superficiales.
Descubrir la angustia disfrazada, La inseguridad mascarada, la soledad encubierta.

Penetrar la sonrisa fingida,la alegría simulada, la vanagloria exagerada.
Descubrir el dolor de cada corazón.
Poco a poco, estoy aprendiendo a amar.
Estoy aprendiendo a perdonar. Pues el amor perdona, quita los rencores, y cura las heridas que la incomprensión e insensibilidad lo lastimaron.

El amor no alimenta resentimientos con pensamientos dolorosos.
No cultiva ofensas con lástimas y autoconmiseración. El amor perdona, olvida, extingue todos los esquicios de dolor en el corazón.

Poco a poco...
Estoy aprendiendo a perdonar.
Estoy aprendiendo a descubrir el valor que se encuentra dentro de cada vida, de todas las vidas.
Valor soterrado por el rechazo, por la falta de comprensión.
Cariño y aceptación, por las experiencias desagradables vividas a lo largo de los años.
Estoy aprendiendo a ver,en las personas su alma, y las posibilidades que Dios les dio.

Estoy aprendiendo,
¡Pero cómo es de lento el aprendizaje!,
¡Cómo es difícil amar, amar como Cristo amó!
Todavía, tropezando, errando, estoy aprendiendo...
Aprendiendo a no ver solamente ...mis propios dolores, mis intereses, mi ambición, mi orgullo, cuando estos impiden el bienestar y la felicidad de alguien !
 
¡¡Cómo es difícil amar, pero estoy aprendiendo!!.
 
 

miércoles, 7 de noviembre de 2012

¿CÓMO ESTÁ MI FE? LA FE QUE ES LUZ... SE PUEDE APAGAR

Pedirla cada día pues es un relalo de Dios y sostenerla y aumentarla, no es cosa fácil, pero tenemos un ejemplo a seguir.
La puerta de la fe (cf.Hch,14,27) que introduce en la vida de comunicación con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el Bautismo (cf.Rm 6,4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en Él ( cf.Jn 17,22 ). Profesar la fe en la Trinidad- Padre, Hijo y Espíritu Santo- equivale a creer en un solo Dios que es amor. (cf.Jn 4,8 ) El Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo, eñ Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor. (Benedicto XVI para el Año de la fe)


Las virtudes teologales son tres: Fe, Esperanza y Caridad. Hoy ante la crisis de Fe en el mundo actual nos podemos preguntar: ¿cómo es mi fe?.

Cuando nos sentimos plenos, alegres, felices o cuando hay sufrimiento, cuando hay enfermedad, cuando hay dolor de la índole que sea... ¿cómo está mi fe?. La fe que es luz se puede apagar. El que conoce y ama a Cristo se identifica con Él, en cualquiera de esa circunstancias, y se convierte en apóstol, siendo parte de esa luz y esa fe.

Tener fe y vivir la fe es un riesgo. Un riesgo que nos obliga a dejar el egoísmo que ha hecho nido en el fondo de nuestro corazón, a dejar la pereza, el engaño, los gustos hedonistas, frívolos y llenos de vanidad. Una vida vacía solo llena de cosas perecederas.

Sostener y aumentar la fe no es cosa fácil, pero tenemos un ejemplo a seguir. Jesús es el mejor ejemplo para ayudarnos pues El vino por eso y para eso. En El encontraremos todo lo que nuestro corazón nos pide y desea. La amistad con el Hijo de Dios, es el resultado de una vida sostenida, iluminada y confortada por nuestra fe en El. Y ante todo tenemos que pedirla en la oración de cada día, porque la fe es un regalo de Dios.

Este mundo está necesitado de que seamos portadores de esa FE como miembros de la Iglesia, instituida por Cristo hace más de veinte siglos y tenemos y debemos dar testimonio al mundo de nuestra fe.

No podemos decir que vivimos esa fe si no pedimos perdón o si no sabemos perdonar. Esa humildad y ese perdonar nos identifican como personas de fe, de verdadera y auténtica FE.

El mensaje del Señor resuena en toda la tierra: Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día comunica su mensaje al otro día y una noche se lo transmite a la otra noche. Sin que pronuncien una palabra, sin que resuene su voz, a toda la tierra llega su sonido y su mensaje hasta el fin del mundo. El mensaje del Señor resuena en toda la tierra. (Salmo 18)
Autor: Ma Esther De Ariño.

martes, 6 de noviembre de 2012

CUIDADO CON LA SOLEDAD!


El papel de los laicos es fundamental. No solo porque “son signos del Evangelio en medio del mundo”, sino porque tienen el deber y la responsabilidad de acompañar a los sacerdotes en su tarea pastoral
El Mensaje al pueblo de Dios de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada recientemente en Roma, nos exhorta:

“En la parroquia continúa siendo decisivo el ministerio del sacerdote, padre y pastor de su pueblo. A todos los presbíteros, los obispos de esta Asamblea sinodal expresan gratitud y cercanía fraterna por su no fácil tarea y les invitamos a unirse cada vez más al presbiterio diocesano, a una vida espiritual cada vez más intensa y a una formación permanente que los haga capaces de afrontar los cambios sociales”.

Y para ello, el papel de los laicos es fundamental. No solo porque “son signos del Evangelio en medio del mundo”, sino porque tienen el deber y la responsabilidad de acompañar a los sacerdotes en su tarea pastoral.

“El texto de la Primera carta de San Juan nos recuerda: “si no amas al prójimo y dices que amas a Dios eres un mentiroso”, pero es verdad que para amar al prójimo tienes que amar a Dios. Y desde esa fuente de vista espiritual tienes que vivir y comprender el sacerdocio. En el fondo el sacerdote es el fiel en la Iglesia que está al servicio de la fe de todos y de la vida espiritual de todos, o de la vida vivida espiritualmente de todos. Y ello de forma teológicamente plena, desde el Don del Espíritu Santo y de la Vida del Espíritu Santo”.1

Nadie duda que la vocación de los sacerdotes es una de las más difíciles de vivir. Muchos de ellos están solos. Y esta soledad, que les puede llevar a la rutina, a la frialdad, al desanimo ante la falta de respuesta de su pastoral, o al abandono de sus sagrados deberes sacerdotales, puede ser la Cruz más difícil de llevar a lo largo de su ministerio.

“Vivir en medio del mundo sin ambicionar sus placeres. Ser miembro de cada familia sin pertenecer a ninguna; Compartir todos los secretos; perdonar todas las ofensas; ir del hombre a Dios y ofrecer a Él sus oraciones. Regresar de Dios al hombre para traer perdón y esperanza. Tener un corazón de fuego para la caridad y un corazón de bronce, para la castidad; enseñar y perdonar, consolar y bendecir siempre, ¡Dios mío, que vida! Y esa es la tuya, ¡Oh sacerdote de Jesucristo!” 2

Por ello, nosotros, su pueblo, no debemos dejarles solos. No debemos dejar que se sientan incomprendidos, marginados o abandonados espiritualmente por sus propios fieles. “Porque la soledad es mala consejera y cuando todos nos retiramos ellos necesitan alguien en quien poder apoyarse... Sin lugar a dudas Dios les da fortaleza, pero el demonio es donde mas trabaja, también. No los dejen solos y si no los pueden acompañar hagan siempre oraciones por ellos, aun la más pequeña en cualquier momento del día, todos los días. Ellos deben guiar más almas a la Casa del Padre. Deben ser firmes en su elección”. 3

¡Hay que “cuidar su alma”!

De hecho, tenemos el deber de ayudarles no solo en las necesidades materiales sino también en las espirituales y pastorales. En la amistad fraterna, en la oración , y por supuesto, en la colaboración de las actividades pastorales.

"Para avanzar en la vida espiritual necesitas a alguien que te ayude, que te ilumine a la hora de discernir las situaciones, que te ayude también a resolver tus propias contradicciones, tus ocultaciones implícitas y subconscientes, y quizá no demasiado culpables, y que te ayude también en los momentos de desánimo y de desilusión, por disgustos que a veces nos vienen pues porque, en fin, nadie es perfecto en la Iglesia, ni siquiera los obispos, ni los cardenales ni los vicarios ni nadie, y a veces, en el ejercicio de la obediencia se sufre". 4

Este año se celebra el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y siguiendo sus orientaciones en el decreto Presbyterorum Ordinis “para que el ministerio de los presbíteros se mantenga con más eficacia en las circunstancias pastorales y humanas, cambiadas radicalmente, y se atienda mejor a su vida, este Sagrado Concilio declara:

Recuerden los presbíteros que nunca están solos en su trabajo, sino sostenidos por la virtud todopoderosa de Dios: y creyendo en Cristo, que los llamó a participar de su sacerdocio, entréguense con toda confianza a su ministerio, sabedores de que Dios es poderoso para aumentar en ellos la caridad. Recuerden también que tienen como cooperadores a sus hermanos en el sacerdocio, más aún, a todos los fieles del mundo (...) Guiados por el espíritu fraterno, los presbíteros no olviden la hospitalidad, practiquen la beneficencia y la asistencia mutua, preocupándose sobre todo de los que están enfermos, afligidos, demasiado recargados de trabajos, aislados, desterrados de la patria, y de los que se ven perseguidos. Reúnanse también gustosos y alegres para descansar, pensando en aquellas palabras con que el Señor invitaba, lleno de misericordia, a los apóstoles cansados: "Venid a un lugar desierto, y descansad un poco" (Mc., 6, 31). Además, a fin de que los presbíteros encuentren mutua ayuda en el cultivo de la vida espiritual e intelectual, puedan cooperar mejor en el ministerio y se libren de los peligros que pueden sobrevenir por la soledad, foméntese alguna especie de vida común o alguna conexión de vida entre ellos, que puede tomar formas variadas, según las diversas necesidades personales o pastorales; por ejemplo, vida en común, donde sea posible; de mesa común, o a lo menos de frecuentes y periódicas reuniones”. 5

De ahí que no nos extrañe que en las Preces por los Sacerdotes le encomendemos a nuestro Señor, no solo por un corazón de Buen Pastor para el Santo Padre, y por la solicitud paternal y el compromiso de los obispos para con sus sacerdotes, sino que clamamos al Señor por la fidelidad, la obediencia, la alegría, y la unidad de todos los sacerdotes para que “transformándolos en Ti, Señor, el Espíritu Santo los posea, y que por ellos renueve la faz de la tierra”.

Entre ellas hay algunas muy entrañables que rezan así:

“A los sacerdotes pobres, socórrelos, Señor.
A los sacerdotes enfermos, sánalos, Señor.
A los sacerdotes ancianos, dales alegre esperanza, Señor.
A los tristes y afligidos, consuélalos, Señor.
A los sacerdotes turbados, dales tu paz, Señor.
A los que están en crisis, muéstrales tu camino, Señor.
A los calumniados y perseguidos, defiende su causa, Señor.
A los sacerdotes tibios, inflámalos, Señor.
A los desalentados, reanímalos, Señor.
A los que aspiran al sacerdocio, dales la perseverancia, Señor”.
Autor: Remedios Falaguera.

POR QUÉ CREER


Nuestro corazón no puede conformarse con el limitado horizonte de este mundo. Las expectativas de esta vida le quedan chicas; y sus motivaciones, también.

POR QUÉ UN AÑO DE LA FE

Este 11 de octubre pasado inició el Año de la fe. El motivo histórico de este año especial dedicado a la fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, es el quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, que el Papa Juan XXIII inauguró en 1962; y el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.

Ahora bien, el Año de la fe no es un evento sólo conmemorativo. Es una invitación a redescubrir el tesoro de la fe y a renovar la fe misma, en un mundo que sufre cada vez más una "desertificación espiritual". Es una invitación a una nueva primavera de la fe.

LAS DOS DIMENSIONES DE LA FE

El Papa, en su carta Porta fidei ("La puerta de la fe") con la que convocó este Año de la fe, nos recuerda que la fe tiene dos dimensiones: Una es el contenido de la fe; y otra, el acto de la fe.

El contenido de la fe es, en cierto modo, lo que creemos, y que está sintetizado en el Credo. El acto de la fe, en cambio, es nuestra adhesión personal a ese Credo. Es preciso que cada uno crea de nuevo, con una fe más personal, más viva y más consciente. O, para decirlo con otras palabras del mismo Papa, es preciso pasar de una fe de segunda mano a una fe de primera mano.

LOS DESAFÍOS PARA LA FE HOY

La celebración de un Año de la fe en los comienzos del tercer milenio cristiano es providencial. Creer se ha vuelto cada vez más difícil. Muchas certezas han caído y muchas confianzas han sido defraudadas. No pocos dicen: "Ya no sé qué creer".

Por otra parte, el mundo de hoy nos ha hecho sentir, como nunca, la necesidad del control y la seguridad; del dominio sobre todas las variables de la existencia. En cierto modo, el hombre del siglo XXI ha aprendido a "cuidarse solo", al margen de Dios.

Creer, en cambio, es un acto en dirección opuesta. Creer supone "perder el control" y aceptar que Alguien más lleva nuestra vida. Creer es abandonarse en manos de una Providencia que desafía nuestras certezas.

POR QUÉ CREER

En el fondo, ¿por qué creemos? Creemos, ante todo, porque Dios se nos ha revelado. Él tomó la iniciativa de salirnos al encuentro y dársenos a conocer. Él es el garante de nuestra fe. «Dios -como dice el Concilio Vaticano II- habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor, y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía» (Dei Verbum, n. 2).

Creemos porque Dios nos reveló que Él es Dios Creador y que nosotros somos sus creaturas; nos reveló que Él es Amor y nosotros somos sus hijos muy amados; nos reveló que Él es el nuestro Origen y nuestra Meta, y nosotros somos viajeros en tránsito hacia Él. Nuestra fe, por tanto, más que una pregunta por Dios, es una respuesta a Dios.

La fe se vuelve así el acto más "razonable" del hombre. Porque más que buscar a Dios es dejarse encontrar por Él. Lo expresó Pascal con admirable agudeza: «Solo conozco dos tipos de personas razonables: las que aman a Dios de todo corazón porque le conocen y las que le buscan de todo corazón porque no le conocen».

Nuestro corazón no puede conformarse con el limitado horizonte de este mundo. Las solas expectativas de esta vida le quedan chicas; y sus motivaciones, también. La fe es, en definitiva, la apertura al Amor que le da pleno sentido, consistencia y comprensión a toda nuestra vida.

TRES CONSIGNAS PRÁCTICAS PARA EL AÑO DE LA FE
·  Conoce tu fe. Retoma, sobre todo, el Catecismo de la Iglesia Católica. No como un "compendio teórico" de nuestra fe, sino como un encuentro personal con Cristo (cfr. Porta fidei, n. 11). Estudia de nuevo los Documentos del Concilio Vaticano II. Te recomiendo, en particular, la Constitución Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual. Te sorprenderás de la actualidad de sus planteamientos y propuestas.
·  Celebra tu fe. Especialmente a través de una práctica sacramental y de oración más intensa. La fe no es sólo algo "personal". Es también una fe "comunitaria". Por eso se recomienda tanto la participación viva y fervorosa en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia.
·  Comunica tu fe. El Año de la fe constituye un nuevo compromiso apostólico para todos. Es una oportunidad para compartir el tesoro de nuestra fe. No podemos olvidar que la fe se transmite por el oído (fides ex auditu), como decía san Pablo. Por eso, no "compartimentalices" tu fe. No la dejes en la Iglesia. Llévala a todas partes. Que tu palabra y testimonio de vida sean un anuncio vivo y eficaz que toque a muchos corazones (Cfr. Randy Hain, The Catholic Briefcase).

"FELIZ LA QUE HA CREÍDO"

María es el más grande modelo de fe que conocemos. Ella fue "feliz por haber creído", aunque su vida fue un continuo caminar por el "claroscuro" de la fe. Su fe fue puesta a prueba muchas veces. Pero Ella se mantuvo firme, y su fe no la defraudó. Ella nos alcance la gracia de redescubrir y renovar el tesoro de nuestra fe. Y así experimentemos también la felicidad de creer en un Dios que es Amor y que sólo nos pide la apertura suficiente para dejarnos encontrar.
Autor: P. Alejandro Ortega LC.

Qué es el amor.

El amor, con todas sus variantes e infinitas posibilidades, es algo que se experimenta y, a la vez, algo que sobreviene y se apodera de uno como un hechizo. Es una conmoción, una actitud de entrega y de donación que se olvida de sí misma, que no busca las cosas propias. Es una inclinación que puede tener como objeto a Dios, a otras personas –al amigo, a la amada, al hijo o, incluso, al desconocido que necesita nuestra ayuda- como también los múltiples y heterogéneos bienes de la Vida –como el deporte, la ciencia, la música, etc. El amor es, en fin, idéntico a Dios, pues Dios es amor.

El amor no es simplemente una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno se encuentra si tiene suerte, aunque la mayoría de las personas cree lo contrario. Casi todo el mundo está sediento de amor; ven innumerables películas basadas en historias de “amor”, escuchan centenares de canciones triviales que hablan de amor y, sin embargo, casi nadie sabe que el amor únicamente surge de la vida espiritual y que siempre hay algo que aprender acerca del amor.

Para la mayoría de las personas, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar. De ahí que para ellas el problema sea cómo lograr que se las ame, cómo ser dignas de amor. Para alcanzar este objetivo, el ser humano sigue los más variados caminos, caminos que no son, precisamente, el espiritual.

Se cree que “amar” es sencillo, y lo difícil es encontrar un objeto apropiado para amar o para ser amado por él. Casi todas las personas aspiran a encontrar un “amor romántico”, a tener una experiencia personal del amor y unirse con la persona “amada”. En relación con esto, es necesario reflexionar sobre el hecho que toda esta cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable. Muchos basan su felicidad en excitarse contemplando los aparadores de las tiendas y en comprar todo lo que pueden, y consideran a las demás personas de forma similar. Un hombre o una mujer atractivos son los premios que se desea conseguir. “Atractivo” significa normalmente un buen conjunto de cualidades que son populares y por las cuales hay demanda en el mercado del amor. Las características concretas que hacen atractiva a una persona dependen de la moda de la época.

La sensación de enamorarse sólo se desarrolla con respecto a las mercaderías humanas que se encuentran dentro de las propias posibilidades de intercambio. Se quiere hacer un buen negocio, por lo que el objeto debe ser deseable desde el punto de vista de su valor social y, al mismo tiempo, uno debe resultar deseable, teniendo en cuenta sus propios valores y capacidades. De este modo, dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio. En una civilización materialista, en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el mercado de bienes y de trabajo.

Existe una verdadera confusión entre la experiencia inicial de “enamorarse” y la situación permanente de vivir enamorado. Si dos personas que son desconocidas la una para la otra, como lo somos todos, dejan caer de pronto las barreras que las separan, y se sienten cercanas, se sienten uno, ese momento de unidad constituye uno de los más altos estimulantes y excitantes de la Vida. Y esto resulta aún más maravilloso y milagroso para aquellas personas que han vivido encerradas, aisladas, sin amor. Ese milagro de súbita intimidad suele verse facilitado si se combina o inicia con la atracción sexual y su consumación. Sin embargo, este tipo de “amor” es, por su misma naturaleza, inmaduro y poco duradero. Las dos personas llegan a conocerse bien y su intimidad pierde cada vez más su carácter milagroso, hasta que su antagonismo, sus desilusiones y su aburrimiento mutuo terminan por matar lo que pueda quedar de excitación inicial. No obstante, al comienzo o no saben todo esto o no reparan en ello, y consideran la intensidad del apasionamiento, ese estar “locos” el uno por el otro, como una prueba de la intensidad de su “amor”, cuando sólo muestra el grado de su soledad anterior.

Es imposible amar de verdad si el amor no surge desde la espiritualidad, pero prevalece la idea de que amar es fácil, que no tiene nada que ver con la vida espiritual y que no se necesita ser consciente, conocer, aprender y obrar adecuadamente para amar bien. Y esto a pesar de las abrumadoras y terribles pruebas que indican lo contrario. Prácticamente no existe ninguna otra actividad o empresa que se inicie con tan tremendas esperanzas y expectaciones y que, no obstante, fracase tan a menudo como el amor. Si ello ocurriera con cualquier otra actividad, todos trabajarían por conocer los motivos del fracaso y por corregir sus errores o renunciaría a la actividad. Como esto último es imposible en el caso del amor, sólo parece haber una forma adecuada para superar el fracaso del amor, y esta es examinar las causas de tal fracaso y reflexionar sobre el verdadero significado del amor. El primer paso que debemos dar es ser conscientes que el amor nace de una vida espiritual, del mismo modo que de ella surge todo bien y virtud.

Amar es dar. Normalmente se supone que dar significa “renunciar”, privarse de algo y sacrificarse. La persona inmadura experimenta de esa manera el acto de dar. El carácter mercantil está dispuesto a dar, pero sólo a cambio de recibir; para él, dar sin recibir significa una estafa. El dar se vive entonces como un empobrecimiento, por lo que la gente se niega generalmente a hacerlo. Otras personas, que se consideran religiosas, hacen de dar una virtud, en el sentido de un sacrificio. Sienten que, puesto que es doloroso, se debe dar, y creen que la virtud de dar se encuentra en el acto mismo de aceptación del sacrificio. Para ellas, la norma de que es mejor dar que recibir significa que es mejor sufrir una privación que experimentar una alegría.

Pero, para la persona espiritual, el acto de dar posee un significado totalmente distinto, pues ésta se encuentra siempre dentro del ámbito de la consciencia y del obrar apropiado. Para ella, dar constituye la más alta expresión de potencia. En el acto mismo de dar ella experimenta su fuerza, su riqueza y su poder. Esta experiencia de vitalidad y de potencia exaltada la llena de dicha. Se experimenta sí misma como desbordante, pródiga, viva y, por tanto, dichosa. Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar se encuentra la expresión de la Vida.

No es rico quien tiene mucho, sino el que da mucho. El avaro que se preocupa angustiosamente por la posible pérdida de algo es, desde el punto de vista psicológico, un ser humano indigente y empobrecido, por mucho que posea. Quien es capaz de dar de sí es rico. Se siente a sí mismo como alguien que puede entregar a los demás algo de sí. Pero no sólo en lo que atañe al amor dar significa recibir. En la medida que las personas se tratan espiritualmente reciben al dar, por ejemplo, el maestro aprende de sus alumnos, el auditorio estimula al actor y el paciente cura a su psicoanalista.

Sólo una persona privada de las necesidades elementales para la subsistencia sería incapaz de gozar con el acto de dar cosas materiales. Sin embargo, muchas veces las dimensiones más importantes del dar no se encuentran en el plano de las cosas materiales, sino en las sutiles. Una persona puede dar a otra de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en ella –da de su alegría, de su atención, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor-, de todas las expresiones y manifestaciones de lo que está vivo en ella. Al dar así de su vida enriquece a la otra persona, realza el sentimiento de vida de la otra al exaltar el suyo propio. No da con el fin de recibir, aunque dar de por sí es para la persona espiritual una dicha exquisita. Pero, al dar, no puede dejar de llevar a la Vida algo en la otra persona, y eso que nace a la Vida se refleja a su vez sobre ella misma. Cuando da no puede dejar de recibir lo que se le da a cambio. Dar implica hacer de la otra persona un dador, y ambas comparten la alegría de lo que han creado. Algo nace en el acto de dar, y las dos personas involucradas se sienten agradecidas a la Vida que nace para ambas. El amor es un poder que produce amor.

La capacidad de amar como acto de dar depende del desarrollo espiritual de la persona. Vivir espiritualmente supone superar la dependencia, la omnipotencia narcisista, el deseo de explotar a los demás, o de acumular, y confía en su propia capacidad y coraje para ser consciente y obrar adecuadamente. En la misma medida en que un ser humano carece de estas virtudes tiene miedo de darse, y, por lo tanto, de amar.

En todos los casos imaginables del amor, amar quiere decir aprobar. Amar algo o a alguna persona significa dar por bueno, llamar bueno a ese algo o a ese alguien, es sentir con toda la intensidad del corazón que es bueno que exista, que es maravilloso que esté en el mundo.

El amor también implica cuidado. Esto es especialmente evidente en el amor de una madre por sus hijos. Ninguna declaración de amor por su parte nos parecería sincera si viéramos que descuida al niño, si deja de alimentarlo, de bañarlo, de proporcionarle bienestar físico. Lo mismo ocurre con el amor a los animales y a las flores. Si alguien nos dijera que ama a las plantas, pero viéramos que se olvida de regarlas, no creeríamos en su “amor” a las plantas. El amor es responsabilidad por la Vida y el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta este tipo genuino de preocupación, no hay amor. La esencia del amor es trabajar por algo y hacerlo crecer. Amor y trabajo son inseparables. Se ama aquello por lo que se trabaja, y se trabaja por lo que se ama.

El cuidado y la sana preocupación activa implican otro aspecto del amor, el de la responsabilidad. Hoy en día suele usarse ese término para indicar un deber, algo impuesto desde el exterior. Pero la responsabilidad, en su sentido espiritual, es un acto enteramente voluntario, y constituye la respuesta de una persona a las necesidades, expresadas o no, de otra persona. Ser responsable significa estar listo y dispuesto a responder. La persona que ama responde. La vida de las demás personas no es sólo un asunto de ellas, sino propio. Se siente tan responsable por sus semejantes como de sí misma. Esta responsabilidad atañe siempre a las necesidades que presenten las demás personas desde los diferentes planos en que se componen –físico, emocional y mental.

La responsabilidad podría degenerar fácilmente en dominación y posesividad si no fuera por el respeto. Respeto no significa temor y sumisa reverencia. Respeto es la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener consciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse de una manera sana y activa, por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto implica la ausencia de explotación. Respeto es querer que la persona amada crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que le es propia, y no para servirle a uno. Si amamos a la otra persona nos sentimos uno con ella, pero con ella tal cual es, no como uno “necesita” que sea, como un objeto para su uso.

Es obvio que el respeto sólo es posible si uno vive espiritualmente, si es libre y puede caminar sin muletas, y no tiene que dominar ni explotar a nadie. El verdadero respeto sólo existe sobre la base de la espiritualidad y de la libertad, nunca de la dominación. El verdadero amante busca el bien de la persona amada, lo que requiere especialmente la liberación y la libertad de ésta con respecto del amante.

Respetar a una persona sin conocerla es imposible; el cuidado y la responsabilidad serían ciegos si no los guiara el conocimiento. El conocimiento sería vacío si no lo motivara la sana preocupación. Hay muchos niveles de conocimiento. El conocimiento que constituye un aspecto del amor no se detiene en la periferia, sino que penetra hasta el núcleo. Sólo es posible cuando se trasciende la preocupación por uno mismo y ve a la otra persona tal como es. Podemos saber, por ejemplo, que una persona está encolerizada, aunque no lo demuestre abiertamente. Pero podemos llegar a conocerla aún más profundamente; sabemos que está angustiada e inquieta, que se siente sola, que se siente culpable. Sabemos entonces que su cólera no es más que la manifestación de algo más profundo, y la vemos no como una persona enojada, sino como una persona que sufre.

Amar significa que otro ser vive en el propio interior. El amor es una presencia viva, es sentirse otro y que otro es uno. El amor es estar vacío de uno mismo y lleno de otro. El amor quiere el bien, quiere lo mejor, hace el bien y es el bien. Pero el acto más grande de amor no es un acto de servicio, sino un acto de contemplación. Si ayudamos a alguien podemos aliviar su sufrimiento, pero cuando lo vemos como verdaderamente es le transformamos. No podemos amar lo que no vemos, lo que no podemos ver de un modo nuevo y descubrir constantemente.

Volver a enseñar a una cosa su encanto es la naturaleza del amor. A través del amor cualquier ser y cualquier cosa puede de nuevo florecer por dentro. Cuando se recobra el conocimiento del propio encanto y el de las demás personas, la propia fuerza interior surge de un modo natural y bello.

Las personas florecen cuando se sienten amadas. El capullo de una flor simboliza todas las cosas, incluso aquellas que no florecen por fuera, pues todo en la vida florece por dentro, en virtud de su fuerza interior. El amor impulsa a volver a enseñar todos los días a las cosas y a las personas su propio encanto, empuja a poner una mano en la flor y volver a explicarle con las palabras y el tacto que es encantadora, para que florezca de nuevo, gracias a su propia fuerza interior.

La cualidad por la que volvemos a enseñar a una cosa su encanto es uno de los mayores atributos del amor. Mirar a las personas y comunicarles que son queridas, y que pueden amar es proporcionarles un inmenso don. Significa también un regalo para nosotros mismos al comprobar que somos uno con toda la Vida. El amor une a todos los seres, es el factor que cohesiona toda la existencia. Cuando una persona experimenta ira, su corazón se vuelve insensible y se cree separada del resto de los seres. Del mismo modo, la fuerza del amor nos permite ser conscientes de la Unidad que formamos nosotros mismos con todos los seres. La belleza de esta verdad es tal que ser consciente de una persona e inducir a su corazón al conocimiento y al amor, aunque sólo sea por el tiempo que dure el chasquido de unos dedos, la convierte en un ser verdaderamente espiritual.

El amor es la única ley que rige el Universo. Él mueve el sol y las demás estrellas porque es la ley de la cohesión que une todas las cosas. La materia de la que está hecho el Universo es amor, todo cuerpo en el Universo ejerce una fuerza de atracción sobre todo otro cuerpo. Cada partícula de materia en el Universo atrae a toda otra partícula de materia. Aunque dos cuerpos estén en el vacío absoluto, sin que haya ninguna conexión entre ellos, se atraen intensamente. El amor es estar juntos, y el amor es nuestra única dicha. La fuerza del amor verdadero nos integra a toda la Creación. El amor nos une a todo, es la fuerza que cohesiona a todo el Universo. Y sólo el amor hace de nosotros seres verdaderamente espirituales.

lunes, 5 de noviembre de 2012

UN RATO DE LIBERTAD


¿Qué haría si se me concediese ahora un poco de tiempo libre? ¿Qué ideas ocuparían mi mente? ¿Qué deseos surgirían en mi corazón? ¿Qué planes y proyectos?
Las prisas cubren nuestras vidas. Tenemos mil cosas que hacer en cada instante. Sentimos por momentos agobios que asfixian. Buscamos entonces pequeños oasis de libertad para serenar el alma.

En otras ocasiones vivimos más serenos, tocamos instantes de paz. Nadie nos pide acciones urgentes. Nadie nos interpela sobre lo que hagamos o dejemos de hacer. Tenemos ante nosotros tiempo disponible para ocuparlo solo en aquello que deseamos desde lo más íntimo del alma.

Si encuentro un rato de libertad, ¿qué viene a mi mente y a mi corazón? ¿Qué escojo si la decisión de lo que voy a hacer depende por completo de mí?

Habrá quien tome un libro y empiece a leer una novela tantas veces programada y dejada una y otra vez para más tarde. Otro buscará en Internet una música que le hará volver a su infancia. Otro abrirá el armario de los recuerdos y releerá cartas y cartas de familiares y amigos. En la era electrónica, más de uno buceará en la famosa carpeta de "asuntos pendientes" que lleva demasiado tiempo sin ser "desempolvada".

Un cristiano, un seguidor de Jesucristo, ¿qué desearía hacer si contase con un rato de libertad? Sería hermoso que pensase en su Amigo, que dedicase algo de tiempo a la oración, que abriese una Biblia y pudiera releer palabras que Dios ofrece a los hombres. De este modo, recordaría "lo único necesario", lo que vale la pena más allá de las prisas de nuestro mundo desquiciado.

También sería "lógico" que un cristiano, en un rato de libertad, mirase a su alrededor y dedicase lo mejor de esos instantes "libres" para ayudar al hambriento, al sediento, a quien busca un poco de consuelo y de esperanza.

Yo, ¿qué haría si se me concediese ahora un poco de tiempo libre? ¿Qué ideas ocuparían mi mente inquieta? ¿Qué deseos surgirían en mi corazón? ¿Qué planes y proyectos nacerían desde mi voluntad?

Si tuviese un rato de libertad... Tal vez sea difícil encontrar momentos así, disponibles para llevar a cabo lo que más anhela mi alma. Pero si llegase un momento así, desvelaría dimensiones profundas de mi vida que no aparecen por culpa de las prisas que me agobian.

Sería triste si un rato de libertad me hiciera descubrir que vivo de modo egoísta, sin dejar espacio ni a Dios ni a mis hermanos. Sería hermoso si un momento así desvelase que en mi existencia Cristo no es sólo un nombre del pasado, sino un Amigo que me indica el Camino y que me invita a avanzar hacia la fe y hacia el amor sincero a los hermanos.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 4 de noviembre de 2012

NOVIEMBRE, MES PARA MEDITAR


Es el mes en que se habla de la muerte Jesús mio y... no nos gusta. No estamos preparados para ello y tan solo nos causa desasosiego.

El día está desapacible....soledad en la Capilla, la luz roja parpadea y tu estás ahí Señor... y yo como siempre estoy frente a ti y no se por qué tengo un sentimiento de melancolía...debe ser el mes de noviembre. Este mes que nos llena de recuerdos de los seres que ya no podemos ver, lugares vacíos, ecos de voces queridas ... que ya no oímos, siluetas y rostros que llevamos en nuestro corazón, pero...que ya no están.

Es el mes en que se habla de la muerte y los crepúsculos tienen una luz mortecina y el viento que va arrancando las hojas de los árboles nos habla de la proximidad del invierno. Si tuviera color le pondríamos un tono gris, serio y formal, con pinceladas de color cobre y oro....

Es el mes en que el pensamiento de la muerte nos pone inquietos pero solo por unos días pues pronto nos liberamos de este, para seguir, con alegría inconsciente, sumergiéndonos en el bullicio de la vida.

Pensar, meditar en la muerte no nos gusta. No estamos preparados para ello y tan solo nos causa desasosiego. Sabemos que algún día llegará... Tu, Jesús, nos dices: Velad, porque no sabeís ni el día ni la hora. Estad alerta, para no ser sorprendidos.

La muerte ha de llegar, eso no cabe duda, pero tu Señor, nos trajiste la esperanza de la resurrección. Creer en que vamos a resucitar es algo que nos aligera el alma y que en realidad no es la muerte sino una transformación de la propia vida.

Y San Pablo nos dice en su primera carta a los corintios: Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan diciendo algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?.Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que se durmieron

Esta fe es la que nos alimenta, Señor, y hace que tengamos una esperanza en esa muerte como la puerta hacia la otra vida, hacia la vida eterna.

Pero eso si, ese viaje a la eternidad nos obliga a tener listo "el equipaje", nos hace vivir día a día con el esfuerzo y la voluntad de ser mejores. No podemos despreciar el momento presente para obtener méritos que serán presentados ante tu Juicio, Señor.

Los seres queridos que se fueron nos impelen de mil formas y momentos a que preparemos "ese camino" y ese final de nuestra vida terrena, porque ellos ya saben que el gozo será infinito cuando traspasemos esa temida puerta de la muerte y podamos contemplar el rostro de tu amado Padre, el tuyo , el de tu Santísima Madre y también el de todos los que se nos adelantaron.

Mes de noviembre.... mes para meditar.
Autor: Ma Esther De Ariño

sábado, 3 de noviembre de 2012

MARÍA... AHORA Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE...


María, Madre de Misericordia está cerca de nosotros siempre.

Madre... hoy necesito preguntarte acerca de las almas del purgatorio.

- Bien hija. ¿Qué es lo que quieres saber, exactamente?- contestas a mi alma desde tu suave imagen de Luján.

En la parroquia de mi barrio sólo escucho un sereno silencio. Un momento más y comenzará la Santa Misa...
- Madre, es tan grande mi ignorancia que ni siquiera sé que preguntarte.

- Mira, antes de responderte quiero que te respondas a ti misma una pregunta. ¿Mueve tu corazón la curiosidad o el amor?

- Quiero que sea el amor, Señora mía ¡Ayúdame a que sea el amor!...

- Tus palabras alegran mi corazón. Me preguntas acerca de las almas del purgatorio. Te propongo que cierres los ojos y vengas conmigo.

- ¿Adónde Madre?

- A un lugar donde es grande la pena y larga la espera.

Mi imaginación dibuja, entonces, un sitio triste, solitario... en semipenumbras. Como un grande y profundo valle al que no puedo bajar. María permanece a mi lado. Desde una especie de acantilado diviso, en el fondo del valle, tantísimas almas suplicantes.
La Misa comienza en la Parroquia. Quiero oírla a tu lado, Madre. Pero necesito preguntar:
- Señora, nada soy y nada valgo. Ningún mérito tengo para pedirte ¡Oh Madre de Misericordia! ¿Puede mi nada hacer algo para aliviar el gran sufrimiento de estas almas?

Me miras con infinita ternura. Te acercas a mi corazón y tomas de él algo que parece una cadena.

- Pero ¿De dónde sacas esos eslabones, María?

- Esta cadena, hija mía, es la que has construido con tus oraciones de hoy.


Ella se acerca al borde del acantilado y arroja un extremo de la cadena pero... resulta demasiado corta para llegar, siquiera, al alma más cercana. Mis oraciones fueron tan apuradas, tan frías, tan débiles...
María camina ahora hacia una persona entre los bancos de la parroquia y toma la cadena que brota de su corazón.
¡Oh, sí! Ésta sí que alcanza. La pobre alma logra asirse de ella y María comienza a rescatarla. El alma a ascendido unos pasos cuando la cadena ¡Se rompe! ¡Ay, Madre, se ha cortado! ¿Qué se hace ahora María?
Mi amadísima Madre no se rinde. Se dirige ahora a una señora mayor que sigue la misa con devoción. Esta simple mujer diariamente reza el Santo Rosario en la Parroquia. También se preocupa de estar en estado de gracia, confesando asiduamente, ora por el Santo Padre y no tiene afecto alguno al pecado. A este último punto ella lo consigue a fuerza de gran lucha diaria con sus naturales inclinaciones, pidiendo continuamente la asistencia del Señor, quien la fortalece en la diaria Eucaristía.

María toma, delicadamente, el Rosario que pende de su cuello y con él, como irrompible y eterna cadena ¡Rescata un alma!. ¡Santo Dios! ¡Jamás vi algo semejante!¡Qué gratitud infinita la del alma liberada!¡Que exquisita es ahora su belleza!

- Explícame, Madre, por caridad.

- Hija, lo que acabo de tomar del alma de esa buena mujer, sencilla, callada y muchas veces inadvertida es, sencillamente ¡Una indulgencia plenaria! ¡La indulgencia del Rosario!

- Entonces, ¡Oh Madre!¡Mira esa alma allí!¡Rescátala con ese Rosario!

- Ya no puedo hija, pues sólo se puede ganar una indulgencia plenaria por día...

- Que pena, María, habrá que esperar, entonces, hasta mañana. Cuando ella vuelva a rezar el Rosario y recibir la Eucaristía ¿Verdad?

- Si querida, pero no debería darte pena tener que esperar. Más bien debería darte pena que yo no tenga otro rosario, con las debidas condiciones, que me regalara una indulgencia plenaria.

Allí, con profundo dolor por mis olvidos, me doy cuenta de que no tiene, mi corazón, el Rosario que necesita María... ¿Cuánto tiempo me hubiese llevado el rezarlo con devoción?¿Media hora, tal vez? ¡Oh alma mía! Te vas tras tantas preocupaciones vanas y descuidas las cosas eternas.

- Mi querida, tan grande es la misericordia de Dios que no sólo con el rezo del Rosario un alma puede ganar indulgencias. Puedes ganarlas plenarias o parciales, es decir, puedes alcanzar la remisión total o parcial de las penas debidas por los pecados de un alma, la tuya o la de un difunto, mas no la de otra persona que aún camina en la tierra.

- Dime, Madrecita dulce, de qué otras maneras puedo regalarte cadenas largas y fuertes para que tú, entre tus piadosas manos, las tornes santas y eternas.

- Veamos ¿Recuerdas la enseñanza de Jesús? “El que busca encuentra”... Busca hija, tómate el trabajo de averiguar, habla con tu párroco. Hallarás lo que buscas si media de tu parte voluntad y esfuerzo.

Se acerca la hora de la consagración. El coro de la parroquia canta ¡Santo, Santo, Santo!. Miro a esas pobres almas angustiadas en el fondo del valle. Sus miradas me dicen ¡Canta, hermana, canta fuerte!¡Canta por nosotras!¡Canta por todas las veces que no supimos hacerlo!
Canto entre lágrimas... canto por ellas...
Voy a recibir la Eucaristía. Vuelvo mis ojos al fondo del valle. ¡Qué miradas! ¡Cómo quisieran ellas estar, por un segundo, en mi sitio... a escasos metros del Santísimo!

Pobres almas, tantas veces olvidadas por mi corazón.
Si tan sólo pudiera, ahora, hacer algo por aliviar sus penas...
- Puedes... puedes, hermana.. -Claman a mi corazón las benditas almas del Purgatorio- Al menos escribe de nuestra espera y nuestra angustia por no poder llegar aún a la presencia del Padre. Escribe acerca de cadenas que se cortan y de cadenas que liberan. Pide a María, Madre de Misericordia, que tus letras lleguen a las almas de los hermanos. Pide que ellos sientan compasión de nosotras y nos alivien con sus oraciones y limosnas en nuestro nombre. Quizás esas almas hagan por nosotras todo lo que querrían que hicieran por ellas cuando mueran.

Así lo hice. Ya está escrito. Entre tus manos queda, Madre. Ahora rezaré el Rosario. Pido a Dios que los eslabones que broten de mi alma no defrauden las esperanzas de mi Reina y Señora.


NOTA:

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."
Autor: María Susana Ratero.

viernes, 2 de noviembre de 2012

¿CÓMO SERÁ MI MUERTE?


La muerte, maestra de vida III. Si vives bien, morirás bien; si vives mediocremente, morirás como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo.

Comencemos por decir hoy que hay muertes preciosas. Es una muerte maravillosa la de quien puede decir en ese momento: "He cumplido mi misión". Una muerte así es el comienzo de la vida verdadera. Es propiamente entonces cuando se nace. Por eso en el Martirologio, el libro donde se narra la vida de los santos y mártires, no se hace constar el día de su nacimiento, sino el de su muerte, como el verdadero día de su nacimiento, su "dies natalis".

La muerte para los buenos brilla como una estrella de esperanza. Sus frutos son la paz, el descanso, la vida. Con esta paz y serenidad murió Juan XXIII: "¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!.", decía en su lecho de muerte. Un muchacho decía a la hora de su muerte: "¡Qué bueno ha sido Dios conmigo, por haberme concedido vivir 17 años!"; y moría ofreciendo su vida por sus padres y por los que lo habían formado.

Otro decía: "No sé por qué lloran". Aquel joven moría pidiendo perdón a todos, incluso a su novia, pero la novia tuvo un gesto y unas palabras muy oportunas: "No tengo de qué perdonarte, y te lo digo delante del sacerdote, porque desde que te conocí soy más buena". ¿Lo podrías decir tú de tu novio o de tu novia?

Preguntémonos ahora la cosa más importante: ¿Cómo será mi muerte? He aquí lo importante, no el cuándo sino el cómo voy a morir. Es decir, en qué disposiciones. Aunque no podemos fijar el día, el lugar, la forma externa de morir, sí podemos fijar el cómo. Podemos preverlo: se muere según se vive. Si se vive bien, lo normal es que se muera bien; si se vive mal, lo normal es que se muera mal, si Dios no pone remedio. Si vivo bien, con su ayuda moriré bien; si vivo mediocremente, moriré como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo.

Si desde hoy te decides a ser un buen hombre, seguro que morirás como un buen hombre, y nunca te arrepentirás; pero, si dejas ese asunto para más adelante, lo dejas para nunca. No se puede improvisar la hora de la muerte. Los dos ladrones que iban a morir, estaban al lado del Redentor, pero sólo uno de los dos compañeros de suplicio de Jesús se convirtió.

Comenta San Agustín: "Hubo un buen ladrón, para que nadie desespere; pero sólo uno, para que nadie presuma y se confíe". Hay que ser lógicos y aprovechar el tiempo. El que pasó, ya pasó, pero el que queda por delante hay que aprovecharlo con avaricia. Si muriera esta noche, ¿estaría preparado?; ¿tendría mis manos llenas, vacías o medio vacías? ¿Estaré preparado el día de mí muerte? Esta es la gran pregunta.

Podríamos terminar estas reflexiones con las palabras de un gran hombre, que todos los días medita sobre la muerte como maestra de vida: "Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro: los años son esos, y no más. Y la eternidad es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por amor a nuestros hermanos en Dios es lo razonable y seguro"

Según se vive, así se muere. Si esto es así: de los que viven santamente estamos seguros que morirán santamente. Pero de los que viven en pecado podemos estar seguros que morirán impenitentes.
Autor: P Mariano de Blas LC.

jueves, 1 de noviembre de 2012

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS


Celebramos a las personas que han llegado al cielo, conocidas y desconocidas. 1 de noviembre
Este día se celebran a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.

Comunión de los santos

La comunión de los santos, significa que ellos participan activamente en la vida de la Iglesia, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al estar íntimamente unidos con Cristo, pueden interceder por nosotros ante el Padre. Esto ayuda mucho a nuestra debilidad humana.

Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.

Aunque todos los días deberíamos pedir la ayuda de los santos, es muy fácil que el ajetreo de la vida nos haga olvidarlos y perdamos la oportunidad de recibir todas las gracias que ellos pueden alcanzarnos. Por esto, la Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a rezar a los santos para pedir su intercesión. Este día es el 1ro. de noviembre.

Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones.
Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:

¿Como alcanzar la santidad?

- Detectando el defecto dominante y planteando metas para combatirlo a corto y largo plazo.
- Orando humildemente, reconociendo que sin Dios no podemos hacer nada.
- Acercándonos a los sacramentos.

Un poco de historia

La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año156. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires

La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma.

Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.

Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.

Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están san Antonio (356) en Egipto y san Hilarión (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.

Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.

El Concilio Vaticano II reestructuró el calendario del santoral:

Se disminuyeron las fiestas de devoción pues se sometieron a revisión crítica las noticias hagiográficas (se eliminaron algunos santos no porque no fueran santos sino por la carencia de datos históricos seguros); se seleccionaron los santos de mayor importancia (no por su grado de santidad, sino por el modelo de santidad que representan: sacerdotes, casados, obispos, profesionistas, etc.); se recuperó la fecha adecuada de las fiestas (esta es el día de su nacimiento al Cielo, es decir, al morir); se dio al calendario un carácter más universal (santos de todos los continentes y no sólo de algunos).

Categorías de culto católico

Los católicos distinguimos tres categorías de culto:
- Latría o Adoración: Latría viene del griego latreia, que quiere decir servicio a un amo, al señor soberano. El culto de adoración es el culto interno y externo que se rinde sólo a Dios.

- Dulía o Veneración: Dulía viene del griego doulos que quiere decir servidor, servidumbre. La veneración se tributa a los siervos de Dios, los ángeles y los bienaventurados, por razón de la gracia eminente que han recibido de Dios. Este es el culto que se tributa a los santos. Nos encomendamos a ellos porque creemos en la comunión y en la intercesión de los santos, pero jamás los adoramos como a Dios. Tratamos sus imágenes con respeto, al igual que lo haríamos con la fotografía de un ser querido. No veneramos a la imagen, sino a lo que representa.

- Hiperdulía o Veneración especial: Este culto lo reservamos para la Virgen María por ser superior respecto a los santos. Con esto, reconocemos su dignidad como Madre de Dios e intercesora nuestra. Manifestamos esta veneración con la oración e imitando sus virtudes, pero no con la adoración.
Autor: Tere Fernández.