"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
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viernes, 27 de octubre de 2017

Atisbar los signos de los tiempos



Por: Pablo Cabellos Llorente
¿Qué signos apreciamos en nuestro tiempo? Una respuesta apresurada podría conducir a la crisis económica, sus causas, efectos y soluciones

Con más o menos acierto, en todas las épocas de la historia, los pensadores han estado pendientes de los signos de los tiempos. Quien ha sido más capaz de descifrarlos, de entender bien el pasado y el presente para proyectarlos hacia el futuro, es quien mejor ha captado el origen de los cambios, se ha hecho presente en ellos y ha dirigido el futuro hacia la felicidad de los hombres. Por el contrario, los que han captado el futuro partiendo de una idea errada han sido hombres y mujeres capaces de convertir en catastrófica la existencia humana. Hitler y Stalin equivocaron el fin y, por consiguiente, fallaron en los medios, produciendo la más sangrienta de las guerras y un caudal de muertos inocentes, cuyo sólo pensamiento aterra.

No hace falta pensar en los caídos en Vietnam, Camboya o China. O los que son fruto de las guerras sin sentido en curso. En la antigüedad romana, griega, en Mesopotamia, también tiraban a dar, pero provocaban relativamente pocas bajas. Cuando Alejandro redondeó su imperio, tenía muchos menos muertos detrás que los producidos por los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Ahora, con una profunda mirada hacia atrás, si deseamos otear el futuro para prepararlo digno del hombre, hemos de tener en cuenta dónde estamos, aunque la tarea adquiera proporciones gigantescas.

¿Qué signos apreciamos en nuestro tiempo? Una respuesta apresurada podría conducir a la crisis económica, sus causas, efectos y soluciones. Aunque la economía no es mi fuerte -y de entrada, sería la respuesta-, pienso que los signos de los tiempos van por otro lado.

Considero que lo más característico desde hace trescientos años -por redondear- es el progresivo alejamiento de Dios conducente a producir un hombre que no es sino una caricatura de lo que debe ser. La dificultad estriba en hacer consciente a una persona de que no es camino el dirigido a un horizonte cerrado en la simpleza de poder elegir lo le dé la gana sin ningún referente, sin finalidad. El gran error de nuestra época no está en las "preferentes", sino en el cumulo de mentiras que las han hecho posibles. Más, de algún modo, hemos querido esas mentiras, hemos elegido tener más a costa de ser menos. Y estamos acabando en no poseer nada ni ser nadie.


En el campo político habría que remontarse al siglo XVI, cuando "El Príncipe" de Maquiavelo traza un fuerte cambio al indicar que la política y el gobernante están exentos de toda norma. El príncipe ha de ser amado y temido. Esa falta de ética marca el inicio de un comportamiento que irá acentuándose progresivamente. La Ilustración exalta el empirismo, que podrá las bases para el deslumbramiento ante los avances científicos, junto al papel omnímodo atribuido a la razón. En la economía, bastará decir que nos andamos lamentando de aquello que hemos querido, tanto el marxismo como el puro liberalismo. La Ilustración aporta también un ideal de felicidad que quizás ha conducido al hedonismo y consumismo actuales, así como la creencia en la bondad natural del hombre y el consiguiente optimismo irreal, no a la manera del que cree en Dios, sino con las fuerzas naturales de quien ha perdido la noción de su naturaleza.

Son solamente unas pinceladas sobre la fragua del hombre de nuestro tiempo y las correlativas consecuencias. Sin Dios, se pierde todo punto de referencia y al hombre le resta un libre arbitrio que acaba no siendo propio, porque responde como un autómata a los eslóganes que le proporciona la sociedad de consumo, los medios de comunicación y un pensamiento débil. Paradójicamente, la exaltación de la razón ha concluido por empequeñecerla, incapaz de buscar verdades profundas que orienten una libertad constructiva de la persona. El relativismo ha encontrado su humus perfecto en un laicismo interesado en la extracción violenta de las raíces cristianas.

La pérdida de prestigio de la política no tiene la corrupción como causa última, ni la falta de ejemplaridad de ciertos líderes. Su cepa debe buscarse en el origen de esos males que veo en ese proceso histórico que concluye por despreciar al hombre, puesto que una persona sin raíces ni referencias, acaba siendo un monigote, a lo más un votante, simple número de una estadística. El proceso iniciado en el Renacimiento -con avances óptimos- ha conseguido que los valores últimos más sublimes -como escribía M. Weber- han desaparecido de la vida pública, la economía se ha mercantilizado de modo que el individualismo crece a la par que la globalización. También, mientras se conquistaban libertades, ha ido creciendo el Estado y lo público ha pasado a ser lo estatal, cuando lo público debe ser un espacio social común.

No concluiré negativamente, porque es enormemente positivo pensar que ésta es la hora de volver a la pregunta sobre Dios para descubrir al hombre en toda su dignidad, para devolver su lugar a la ética: sin ella, la "polis" se convierte en un infierno. No impongo una fe, escribo de libertad porque sin una libertad cabal, no crece la fe, pero tampoco la persona. Y con el optimismo de que también se aceleran los procesos positivos.





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jueves, 1 de diciembre de 2016

UNA MUERTE PARA LA CONVIVENCIA, EL RESPETO Y LA HUMANIDAD



Autor: Pablo Cabellos Llorente

         La muerte de Rita Barberá habrá sido su eterno descanso, pero no puede ser nuestro descanso actual, nos será negado, si no efectuamos una seria reflexión sobre tamaño acontecimiento. Voy a tomar unas notas de parlamentos expuestos en estos días. Yo no me atrevería a señalar lo expresado por Paco Vázquez, alcalde socialista de la Coruña durante años, afirmando que ha sido un asesinato civil, ni sé siquiera –aunque se remite a hechos- si ha hecho bien Aznar al asegurar que se pierde a una valenciana que trabajó más de treinta años por su tierra y por España, y como es otro hecho, el lamento de que Rita Barberá haya muerto siendo excluida del partido al que dedicó su vida.

         Es deplorable la actitud de Cristina Cifuentes exigiendo que se fuera de todas partes, cuando probablemente la  sobra es ella, por la deriva inducida a su partido en Madrid. Me parece que  sus planes y leyes no son votables por los creyentes madrileños. Baste pensar en las basadas en la Ideología de género para la que hizo aprobar una de las leyes más duras de es te tipo que "genera una profunda inseguridad jurídica y representa una eventual amenaza para las libertades indigna de un Estado de Derecho”.  Organizaciones civiles, sociales y educativas englobadas en la Plataforma por las libertades han enviado un escrito  al Defensor del Pueblo para que se presente un Recurso de Inconstitucionalidad contra otra perla de Cifuentes: la Ley LGTBI  con sus imposiciones a los colegios.

         ¿Es esa la deriva del PP? ¿Cómo se conjuga con el Ministro de Justicia al declarar que siente que en los últimos meses Barberá haya sufrido tanta crítica injustificada y se hayan dicho tantas barbaridades que cada uno tendrá sobre su conciencia? Sólo fue defendida públicamente por María Dolores de Cospedal, un tanto profética al expresar que no pararían hasta matarla de un infarto. ¡Qué distinta la actitud de la familia de Rita! En el Rosario y la Misa que el pueblo valenciano ofreció por su Alcaldesa. Presidió el Cardenal Cañizares con acertadas y medidas palabras. El pueblo, su pueblo, abarrotó la Catedral en sus pasillos y exteriores. Y al final, Totón Barberá –hermana de Rita- dio las gracias y afirmó que el único juicio que importa es el del Altísimo. Los asistentes aplaudieron durante más de tres minutos.

         Personalmente fui invitado por la familia a concelebrar con el Cardenal y tres sacerdotes más en el funeral de la familia al que asistió el Presidente del Gobierno, la Presidenta de las Cortes, Cospedal, Villalobos y quizá alguno más. Los lugares preferentes estaban reservados para la familia. Y ésta exhibió un buen hacer, que marca ese sendero arduo, pero posible, del respeto, la convivencia y la humanidad. Intervinieron un montón de sobrinos, por ejemplo, haciendo las oraciones de los fieles uno a uno: ninguna referencia contra nadie. Al final, una sobrina leyó una carta a su tía en la que sólo esbozó el acoso que sufrió. Y luego se aplaudió a Rita, durante muchos minutos. Se había proclamado el Evangelio de las Bienaventuranzas y el Cardenal hizo una breve alusión a los perseguidos por causa de la justicia.

         Esta muerte no puede caer en saco roto. Entresaco de unas palabras hechas anónimas por las vueltas dadas de unos a otros: Hoy. AL CIERRE, sólo tengo luto y tristeza. Hoy se me murió una amiga. Hoy murió una gran española y una gran valenciana. Hoy murió una gran Alcaldesa de mi pueblo… Rita fue la mejor Alcaldesa de Valencia de largo, mejor que Carlos III para Madrid. Desatascó el inmovilismo paleto en el que estaba sumida la capital del Turia. Y la hizo despegar. Hizo que los valencianos nos sintiéramos orgullosos de nuestra capital… Estuvo en las tradiciones puramente valencianas… Tenía un corazón tan grande que no le cabía en el pecho, y ese corazón no soportó el linchamiento injusto al que le sometió una sociedad desquiciada… una parte de la sociedad intoxicada, que la trató como a una delincuente. Hace tiempo que perdimos la presunción de inocencia.

         En esa misma nota se afirma que se impone una reflexión, a la vez que dice a Rita:  ya  está en la Luz, donde no tiene cabida el rencor ni el odio, que se acuerde de los valencianos. Se impone la meditación moral de qué resta del hombre alejado de Dios; pero también del que cierra sus puertas al alejado. Se impone la reflexión de que es posible la convivencia con todos, sin dedicarnos a reproducir las dos Españas o las que sean. Se impone el respeto por el contendiente político aunque  se tengan ideas antagónicas. La falta de respeto nunca se justifica. Y se impone, pienso que de modo importante, el ser verdaderamente humanos, la humanidad por encima de todo. Propiciar, aunque se haga de modo indirecto un deceso de este calibre, es inmoral tanto  puesto como condición para un pacto como la aceptación del mismo.

         Hay aquí  asuntos que cuento por lo que cuentan, pero que no son míos en cuanto sacerdote. Tal vez en cuanto amigo que ha vivido una parte del drama y ha visto el admirable comportamiento de una familia ejemplar.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Excomunión, comunión, divorciados vueltos a casar y el ‘síndrome Francisco’

Autor: D. Pablo Cabellos Llorente

Existe un problema producido al leer deliberadamente en una clave errada por conveniencia, o cuando se desconoce el sentido de las palabras.
No es infrecuente que la mala comprensión de una palabra conduzca al error. Por ejemplo, eso ocurre con el vocablo valores, al que se dan diversos significados  dependiendo del pensamiento de quien lo utilice. Eso está sucediendo con la voz excomunión, traída y llevada por los diversos medios de comunicación con motivo de los divorciados vueltos a casar. Sin ir más lejos, el Papa Francisco recordó en su última audiencia pública que esas personas no están excomulgadas. Enseguida se ha deducido −no sé si intencionadamente o no− que pueden comulgar. Pero resulta que no pueden hacerlo. ¿Por qué? Ahora lo vemos.
No poder comulgar es sencillamente no poder acercarse a tomar el Cuerpo de Cristo. Pero la excomunión es otro asunto más grave. Basta leer algunos párrafos del Código de Derecho Canónico. Resumo: al excomulgado se le priva de la comunión jurídica que une al fiel con la Iglesia en cuanto comunidad visible, es decir conlleva la pérdida de los derechos y obligaciones que tiene en cuanto fiel, sea sacerdote, religioso o laico. Por citar algunos supuestos de excomunión: por apostasía, herejía o cisma, por procurar el aborto si se logra el efecto, profanación de las especies sacramentales, por violación del sigilo debido en el sacramento de la Penitencia… Sintetizando: mientras no cese la pena de excomunión, el culpable no puede participar en ninguna ceremonia de la Iglesia.
El asunto de que los divorciados vueltos a casar no puedan recibir la comunión eucarística no sucede por razón penal alguna. Sencillamente se encuentran en una situación de pecado, que se resolvería con la confesión, pero no pueden acudir a ella porque faltaría dolor de ese pecado y propósito de no volver a cometerlo, a menos que decidan no cohabitar. La imposibilidad de confesarse, de la que solamente son culpables los divorciados que se han vuelto a casar civilmente, acarrea una valla insalvable para comulgar. Por explicarlo de algún modo, aunque no sea exacto, un excomulgado sería como el que ha sido privado de su nacionalidad; uno que es apartado de la Eucaristía sería alguien a quien se le prohíbe acercarse a una persona. Ahora bien, cada caso es diverso. Y a ello aludía Francisco en la citada audiencia. Después de explicar que esa situación contradice el sacramento cristiano del matrimonio, añade algo que no es nuevo y que consideramos a continuación.
Porque la Iglesia es madre y esas parejas no han sido excomulgadas, procura atenderlas solícitamente, sin hacer juicios apresurados de nadie, viendo caso por caso. Por ejemplo, sí podrían acudir a la confesión y comunión eucarística aquellos que por su edad no vayan a ejercer la intimidad de la convivencia marital; o los que siendo más jóvenes y habiendo formado un grupo estable −incluidos los hijos−, decidan vivir como hermano y hermana; o los que han abandonado la pareja del matrimonio contraído después del divorcio… Sabiendo, por otra parte que, como dice Francisco con palabras de Benedicto XVI, no existen recetas simples. En todo caso, la Iglesia debe acogerlos precisamente porque no están excomulgados, forman parte de ella, y se les debe atender con solicitud, aunque no puedan acudir a la comunión.
La Iglesia siempre ha puesto empeño, y quizá más en los últimos tiempos, en no tratarlos como apestados. Cualquier sacerdote podría exponer ejemplos de atención a personas afectadas en el modo descrito. Y cualquiera de ellos podría mostrar cómo cada caso es diverso del resto. Quizá no lo hagamos ninguno por prudencia, porque alguien jugaría a las adivinanzas de quién es quién. Pero todos los interesados saben que son tratados igual que los demás tanto en las conversaciones de acompañamiento espiritual como en los muchos modos de atención y formación que posee la Iglesia en sus distintas instancias. Enseguida cito algunos.
Mas estos casos crecen progresivamente, sin importarles su situación −por qué negarlo− a muchos de ellos, lo que también es penoso porque denota el fácil alejamiento de la Iglesia ante determinados conflictos. Pero, como recuerda Francisco, la Iglesia no ha sido ajena a esta problemática, de modo que puede leerse en el Catecismo aprobado por Juan Pablo II en 1992: Respecto a los viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de que aquellos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben participar en cuanto bautizados. Y pone ejemplos de esa participación: escuchar la Palabra de Dios, frecuentar la Misa, participar en obras de caridad, educación cristiana de los hijos, cultivar el espíritu de penitencia para implorar la gracia de Dios

Pero existe un problema en los medios de comunicación: es lo que podría denominarse el síndrome de Francisco, producido al leerlo deliberadamente en una clave errada por conveniencia, o cuando se desconoce el sentido de las palabras; síndrome que puede venir facilitado por la frescura, lozanía y libertad con las que el Papa se expresa, más atento a mostrar la misericordia de la Madre que a las posibles interpretaciones equivocadas.

domingo, 17 de mayo de 2015

UN ESPAÑOL UNIVERSAL EN LA HISTORIA DEL ÚLTIMO CONCILIO

Autor: Pablo Cabellos Llorente

         Escribió Unamuno que La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual. Recuerdo esta frase porque siempre se ha dicho  que nuestro pecado peculiar es este. Quizá por eso no se conocen tantas gestas y hechos de españoles a lo largo de la Historia. Tal vez por lo mismo, también escribió en Niebla: ¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi Dios un Dios, el de Nuestro Señor Don Quijote, un dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español…!  Tal vez exagerado, heterodoxo y, en de cualquier manera, opinable.

         Pienso que ese no es el caso de la persona  que me ocupa. El hecho de que Álvaro del Portillo  sea menos conocido –y lo es mucho-  puede deberse más bien a su modo de vida natural y sereno. Bastaría volver a ver las imágenes de su beatificación en Madrid para detectar un conocimiento mundial. En la estampa para su devoción, se lee algo clave para observar en qué vertió, con humildad y sencillez, toda su gran capacidad en muchos aspectos del saber: “Pastor ejemplar en el servicio a la Iglesia y fidelísimo hijo y sucesor de San Josemaría, Fundador del Opus Dei”. No son dos funciones diversas, sino que pone el acento en su directo servicio a tantas actividades de la Iglesia  no referidas directamente al Opus Dei, y también a las que desempeñó en la Prelatura, una “partecica” de la Iglesia, como   repetía  su fundador. El pasado viernes decía Mons. Echevarría en la catedral de Valencia: el beato Álvaro del Portillo “era muy conocido en España y en Italia, especialmente por su simpatía humana, su bondad, su saber unir, y saber servir a la Iglesia por encima de todo".

         Ahora me refiero al Concilio porque, invitado por el cardenal, ha visitado nuestra ciudad el obispo Javier Echevarría, Prelado de la Obra. Por cierto, es la tercera vez que lo hace convocado  por los tres últimos arzobispos, aparte de otras por distintos motivos. Don Agustín García-Gasco le invitó a la dedicación de la parroquia de san Josemaría, don Carlos Osoro a uno de los ciclos de conferencias que organiza la Biblioteca Sacerdotal Almudí en colaboración con la Facultad de Teología valenciana. Ahora, le ha requerido el cardenal Cañizares para el mismo ciclo, donde disertó sobre el beato Álvaro del Portillo y el Decreto conciliar que versa sobre el ministerio y vida de los presbíteros, en el que tuvo un papel bien destacado por ser el secretario de la comisión que elaboró ese Decreto. Su participación en el Concilio no se redujo a esta, puesto que formó parte de cuatro comisiones.  Antes, Juan XXIII le nombró consultor del Clero.

         Ahí, con una salud frágil,  desplegó su capacidad de trabajo y su prudencia de gobierno. Un Nuncio Apostólico en varios países afirmaría que “jamás se manifestó en aquel complejo contexto como hombre de parte –conservador ni progresista- sino como hombre de fe y de Iglesia, admirado por unos y por otros. Los proyectos iban y volvían del aula con sugerencias diversas que debían recogerse adecuadamente en un corto tiempo. En toda esta tarea, don Álvaro siempre supo crear un clima amable en el que imperaban la caridad y el espíritu de colaboración, a base de ganarse la simpatía, la estima y la amistad de quienes trataba”, lo mismo que sucedió después en la Comisión Pontificia para la revisión del Código de Derecho Canónico. Supo rodear a todos de un ambiente que, según dijeron algunos de ellos, facilitó que algunos padres conciliares se le acercasen pidiendo confesión. El Prelado añadía: la Iglesia “recurrió a su colaboración por su dedicación continua, con muchas energías y trabajo, a una tarea eclesial de tanta importancia como es la formación espiritual y humana del sacerdote".


         El Papa Bueno fallece el 3 de junio de 1963, siendo elegido enseguida Pablo VI, la primera mano amiga –así se expresaba san Josemaría- que se nos tendió en Roma.  El Concilio siguió.  Aquella comisión del clero que había trabajado mucho y bien, recibió el encargo de reducir el texto a diez concisas tesis, tarea a la que se dedicó don Álvaro con un trabajo ímprobo. Cuando se presentó  este escrito, les pareció que un asunto  tan importante para la Iglesia no podía despacharse así. Y rechazó esa idea. Don Álvaro, a pesar de haberlo trabajado él, coincidía con la opinión de los padres y sugirió a Mons. Marty, Arzobispo de Reims, que escribiera una carta a los moderadores  pidiendo árnica. Don Álvaro escribió el borrador que fue aceptado íntegramente. Hay que destacar que, en ausencia del enfermo cardenal Ciriaci, dirigía una comisión integrada por 2 cardenales, 15 arzobispos, 13 obispos y 40 peritos. La propuesta se aceptó y de ahí surgió ese Decreto vital para la Iglesia.

LA IGNORANCIA RELIGIOSA, CAMINO ABREVIADO A LA INCULTURA


Autor: Pablo Cabellos Lorente

         Hoy tengo una medio historia para comenzar. Después de pasar la Semana Santa, he regresado a nuestra ciudad y, antes de acercarme al televisor para recibir la bendición del Papa, he tomado Las Provincias. En la página segunda he encontrado destacada una frase perteneciente a una columna de Opinión. Decía así: un año, se reunirá a cenar toda la familia en Navidad y los niños preguntarán: ¿por qué en diciembre nos vemos más? Esas palabras pertenecen al Jefe de Opinión de la casa, pero a fe mía que no cito a Pablo Salazar para hacerle la pelota, sino porque realmente han atraído mi atención.

         Y la verdad es que venía preparado porque ahora me ha dado por releer libros ya leídos, pero me gustan y extraigo mejor su jugo. Hay otros, en cambio, que jamás volveré a tomar porque tienen menos caldo que un esparto. Bueno, esos, en realidad, no los acabo nunca. Uno de los que vuelvo a repasar es el libro entrevista de Peter Seewald –un alejado de la fe- al entonces cardenal Ratzinger. El cardenal dice en los primeros compases que la fe de los cristianos significa ver en Cristo vivo, hecho carne por nosotros, al Hijo de Dios hecho hombre, y creer en Dios, en la Trinidad de un solo Dios, Creador del cielo y de la tierra; y creer que este Dios que se humilló y –por así decir- se hizo pequeño, vela por nosotros los hombres y forma parte de nuestra historia; y creer también que el espacio donde todo esto se manifiesta es la Iglesia, lugar privilegiado de su expresión. Claro, sin ambages.

         ¿Qué tiene todo esto que ver con las frases de LP? Pienso que mucho. Existe ahora como el prurito de dárselas de ateo, agnóstico o juez de Dios. Quizás son personas de buena voluntad, pero no acaban de percatarse de algo de esto: de que si es parte de nuestra cultura, y lo ignoramos, las procesiones de Semana Santa las pensaremos como un  museo peripatético sin significado alguno; o intentaremos buscar un Dios al que yo pueda decir qué está bien y qué está mal de cuanto hace o permite. Tal vez sin darme cuenta,  me estoy erigiendo yo mismo en Dios. Cabe también una cierta mala intención procedente de no sé qué atavismos, que mezclando política con religión, acarrean ciertas ideologías hacia el lado ateo o anticristiano como algo inexorable.  Podríamos multiplicar las posibilidades. Todas ellas camino abreviado a la incultura.

         ¿Y por qué son ese camino? Todo el manantial de ideas que nutre al mundo occidental procede del judaísmo,  luego del cristianismo que haría suya buena parte de la filosofía griega –la buena filosofía de Platón y Aristóteles, por ejemplo- para anclarse después en el avanzado nivel cultural del pueblo romano, que tendrá su continuación posterior en todos los desarrollos formativos que construyeron Europa, toda América, buena parte de África, todo el mundo colonizado por el Viejo Continente, dando un estilo de vida que nos ha hecho lo que somos, y de lo que ahora se avergüenzan algunos hasta límites pertinazmente ridículos. En la obra citada, Ratzinger afirma que nuestro mundo ha ido fraguando poco a poco una suerte de histeria general sobre las grandes expectativas del futuro.

         Nunca ha habido tantos finales ni tantos comienzos como ahora pero, según hacia donde miremos, nos parecerá que evolucionamos positivamente, mientras que oteando hacia otra parte, se nos ofrece un mundo demencial. La sociedad del bienestar, ávida de consumo, de lujo y placer, convive con una gran carencia de alimentos para subsistir, para gozar de una cierta salud y de educación. Somos el mundo de la Declaración Universal de los Derechos del hombre y, a la vez, el mundo que mira hacia otro lado cuando se masacran miles de cristianos. Es un sarcasmo que fueran a París los mandatarios del Orbe para clamar por la libertad de expresión de una revista que no lo merece –como suena-, aunque el acto terrorista fuera injustificable, mientras que África, Próximo, Medio y Lejano Oriente se desangran en guerras fratricidas o son víctimas del terrorismo más brutal.

         A todo eso podríamos unir la drogadicción, el chabolismo, niños abandonados u obligados a trabajar con edades mínimas, tantas cosas que el Papa Francisco ha descrito como  globalización de la indiferencia. No piensen que me alejo del tema. Todo eso no sucede  precisamente por culpa de Dios, sino de la maldad humana, de utilizar depravadamente el gran don divino  del libre albedrío. ¿Por qué? Lo dice el salmo segundo: ¿por qué se confabulan las gentes y trazan las naciones planes vanos? Abunda el mismo salmista inspirado: todos los reyes convinieron contra Dios y contra su Ungido. Rompamos sus coyundas, tiremos lejos sus ataduras… Sí, cuando no se sabe por qué nos reunimos las familias en diciembre, o se desconoce qué sentido tiene un pintura religiosa de Rembrandt o Velázquez, si se ignora el trasfondo cristiano de la Declaración de los Derechos del Hombre, ya estamos en poder de la incultura por el camino más rápido: el del olvido de Dios.

lunes, 11 de mayo de 2015

BUENO ES SABER QUIÉN ES QUIÉN A LA HORA DE VOTAR


Autor: Pablo Cabellos Llorente

         El título no es mío, sino de un amigo que me envió por WhasApp la fotografía de una pregunta y la respuesta de Albert Rivera en declaraciones a un periódico barcelonés. Ciudadanos estaba siendo un partido con un mensaje positivo, aunque fuera huyendo de los temas conflictivos relacionados con la familia, sexualidad, aborto, educación, etc. Ha hecho más hincapié en su programa económico, en  la corrupción, etc. Pero el pasado 22 de abril se  destapaba en uno de esos asuntos silenciados. Interrogación: ¿Deben seguir recibiendo subvenciones las escuelas que segregan a los alumnos por sexo? Ya la pregunta se hace de modo torticero a base de emplear la palabra segregan,  siempre teñida en negativo. La educación diferenciada es una opción más, cuya esencia es el respeto a la diferencia y no la segregación.

         La respuesta es clara en la primera palabra: “No. Respeto mucho quien confíe en otros medios para educar a sus hijos, pero que lo pague cada uno. La educación es un servicio público, la que pagamos todos, debe reflejar el modelo de sociedad, en la que todos vivimos conjuntamente”. Es decir, esa sociedad no puede ser plural, todos hemos de pagar el modelo que dicte el señor Rivera que, por otro lado, no se sabe si es el estatal, concertado o privado de otro tipo. No es baladí la cuestión porque acarrea asuntos de bastante calado. ¿Entiende Rivera la libertad seriamente? ¿la admite para todos en las mismas condiciones? Mire, donde no hay libertad escolar, sencillamente no hay libertad. ¿Se percata de que la familia que adopte la  educación diferenciada pagaría dos veces?: en los impuestos, como todos, y en el colegio que haya elegido y que usted no sufragaría. ¿Se dará cuenta el señor Rivera de que no argumenta nada?

         Habla de un modelo de sociedad en el que todos vivimos conjuntamente. No se sabe muy bien qué quiere decir, porque se puede vivir así por mera yuxtaposición, teniendo ideales similares, sabiendo convivir por encima de las diferencias o por imposición totalitaria. La libertad es hermosa y hay que cuidarla. Podríamos hablar de una ecología de la libertad,  muy necesaria en estos tiempos que cabalgan entre el pensamiento débil  que a nada conduce, salvo a frases biensonantes, o un larvado estatismo de sabor marxistoide que nunca sabrá amar la libertad, porque es una imposición dogmática en ámbitos propios del libre albedrío. En un tiempo en que se protege especialmente la naturaleza –lo que es  estupendo-, se descuida la esencia del hombre,  su libertad. Dan ganas de gritar con Segismundo en “La vida es sueño”: y teniendo yo más alma, ¿tengo menos libertad?

         Declaraciones de este tipo no son una novedad porque, de un modo u otro, esa idea y otras parecidas -que atentan a la libertad consagrada por la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y por la vigente Constitución Española- son rancias. Es más, recuerdan otros tiempos. Por ejemplo, en 1968 perdió el Gobierno de Franco por primera vez una votación en las Cortes desde 1943, cuando Fernando Suárez solicitó, y consiguió, la retirada de la subvención pública a la Universidad de Navarra, tras la sesión más larga de esta Asamblea. Luego sería ministro. Puede observarse que el mundo político no busca sólo la izquierda, sino también  la derecha en su versión más estricta. Quizás lo buscan para rascar votos de uno y otro lado, algo que, de un modo u otro,  lo intentan casi todos.

         En “La libertad posmoderna”, Alejandro Llano ha escrito: El logro de la libertad de sí mismo es una hazaña existencial de envergadura, imposible de alcanzar con las propias fuerzas. Se trata de lograr la propia libertad respecto a nosotros mismos que, en no pocas ocasiones, luchamos por alcanzar metas quizá opuestas a un sentido de la libertad que nos haga más humanos, más personas que no se engañan, que no mienten, que no buscan lo políticamente correcto, que emprenden cada día la apasionante aventura de vivir una libertad lograda. Pero es harto difícil encontrar muchos políticos que apuesten por la libertad, porque la mayoría intenta acomodarnos a la suya, tal vez la que supuestamente agrada a la mayoría de sus posibles votantes. Sea libre cada partido de proponer el programa que desee, pero tiene razón el amigo autor del título: es bueno saber quién es quién a la hora de votar.


         Y ya que estamos ante unas elecciones, puedo añadir elementos que valoro a la hora de emitir mi voto, aún sabiendo que ningún partido reúne todos. Esos valores son: el derecho a la vida del concebido y no nacido, el mismo derecho para los ancianos que han de acabar el curso de su existencia con el cuidado que merecen, la libertad de los padres para elegir –todos en igualdad de condiciones- la escuela que deseen para sus hijos, una sanidad para todos con libertad de gestión pública o privada, la paz, la libertad religiosa y de las conciencias, el cumplimiento de las promesas electorales. En  materias relativas a la vida, el Derecho ha quedado anticuado por los avances de la Biología.

lunes, 2 de marzo de 2015

APRENDER A QUERER COMO LAS MADRES


Autor : Pablo Cabellos Llorente

         Mientras conducía, han venido a mi memoria los versos de una vieja canción, que escuché no sé cuando y posiblemente con la voz de María  Dolores Pradera.  Como en tantas de sus letras, alude al amor perdido: partiré canturreando mi poema más triste, le diré a todo el mundo lo que tú me quisiste. Mi poesía era y no era triste: la letra tenía que ver con el fallecimiento de mi madre. Volvía a Valencia después de vivir sus últimas horas, velatorio, funeral y entierro. ¿Cómo no va a resultar doloroso todo esto? Pero al mismo tiempo no era triste y daba gracias a Dios por haberla conservado entre nosotros hasta los 103 años bien cumplidos. Confiando que goza de Dios.

         Pero he acabado prestando más atención a la segunda parte de esos versos: le diré a todo el mundo lo que tú me quisiste. Pensaba que el hijo más querido de mi madre éramos todos, incluidos los dos que faltaron antes que ella; cada uno era el más amado según su forma de ser, su situación personal, sus dificultades, practicaba esa justicia de las madres que saben tratar desigualmente a los hijos desiguales. No voy a hablar de mi madre, sino del insuperable amor de las madres.

         Estaba releyendo estos días una obra de Ratzinger en la que afirma acerca de Cristo que todo su ser de Dios-hombre es para darse a los demás, de tal modo que no hay nada en su obrar que escape a esa finalidad. En consecuencia, el cristiano lo será tanto más cabalmente cuanto más y mejor sirva a los demás por amor a Dios. Jesús de Nazaret afirmó que el Hijo del hombre no había venido para ser servido sino para servir. Las páginas del Evangelio son un canto sencillo de esa realidad sublime: será el hombre misericordioso que se compadece de todas las carencias humanas, perdona todos los pecados, los hace suyos para redimirlos en la Cruz. Se hace esclavo de todos en el lavatorio de sus pies, en algo más grande que un gesto porque expresa la realidad de lo que es: servidor de la humanidad.

         Pensaba  en todo esto, tratando de ordenar algunas ideas para la prueba nada fácil de predicar en el funeral de mi madre. Se agarrota la garganta seca, crecen las palpitaciones, se ahoga la voz. Ratzinger vino en ni auxilio trayéndome la ocurrencia de que son las madres quienes mejor reflejan el amor de Cristo porque saben que ser madre es ser para otros de un modo  difícilmente superable. Tal vez por eso escuché muchas veces a san Josemaría que Dios nos quiere más que todas las madres del mundo juntas. Es la aproximación que mejor podemos captar.

         Se lee en Forja: Si yo fuera leproso, mi madre me abrazaría. Sin miedo ni reparo alguno, me besaría las llagas. El autor eleva luego el ejemplo al plano sobrenatural, pero baste lo transcrito para nuestro propósito de esbozar en pocos trazos el inigualable amor de las madres que, cuando es preciso entra en los espacios reservados a lo heroico. Las madres tienen un sólo secreto: el de darse sin esperar nada a cambio, sin pasar factura de su entrega alegre. Ahí está el lugar de nuestro aprendizaje.

         Pero ¿no suena todo esto a músicas celestiales, a nubes de colores, en una sociedad podrida por la corrupción en todas sus variantes?: los Luis Candelas al revés: ahora roban a los pobres para dar a los ricos; los traficantes de influencias; los del tanto por ciento; los que ponen una mano para el partido y otra para sí mismos; los de los cursos de formación falsos, pero cobrados. Si al menos pudiera quedar firme la fe inquebrantable en la Administración de Justicia, algo nos salvaría, pero la verdad es que no las tengo todas conmigo. Hace unos años, los jueces de Italia que se titularon "Manos Limpias", mostraron poco después las manos y la cara sucias.

         No pueden jueces y fiscales aplicar la justicia desigual para los hijos desiguales, pero  deberían intentar algo semejante, a fin de evitar que, por cobardía, moda u otras causas inconfesables, existan personas indefensas o que se cargue al acusado con el peso de la prueba en lugar de recaer en quien acusa, o que pueden acabar siendo protagonistas del adagio clásico: “summun ius summa iniuria”, que puede traducirse como suma justicia suma injusticia. Si es grave no hallar los culpables de un delito, puede ser peor condenar a inocentes o incluso imputarlos aun cuando haya después sobreseimiento, porque la calle ya los ha condenado y no sin cierto fundamento: aquel que se basa en la multitud de hechos delictivos casi diarios.

         A pesar de todo, es posible aprender de las madres ese modo de querer dándose. siempre será más acertado, mejor y más fructífero esforzarse en amar antes que juzgar, comprender en lugar de pensar mal, no pedir a gritos el peso de la ley que está a punto de caer sobre quien clama justicia desaforadamente. Con no rara frecuencia, ese es el siguiente.


viernes, 27 de febrero de 2015

NUESTROS PEQUEÑOS MUNDOS QUE NOS MENGUAN


 Autor: Pablo Cabellos Llorente

         Es muy posible que me traicione el mismo título de este artículo porque tal vez exprese lo contrario de lo que deseo escribir. Sí, quizá para hablar en positivo no es buena fórmula comenzar por lo negativo. Me mueve que tal vez sea una alerta contemplar algo que sucede con el fin de evitarlo. Lo que pienso que ocurre es que nos quejamos en demasía, somos frecuentemente negativos en el enfoque de los problemas y sus posibles soluciones, nos inclinamos a ver el mundo difícil en el que estamos inmersos sin querer contemplar tantas cosas buenas que suceden en nuestro entorno inmediato y en el un poco menos inmediato que es planetario. Hay un choque entre la aldea global en que vivimos y los asuntos  padecidos que nos aíslan en nuestro pequeño mundo.
         No trato de pintar un cuadro edulcorado para tantos asuntos amargos con los que nos vemos obligados a convivir. Se trata del enfoque, de que los temas que nos oprimen sean menos pesados porque vivimos una virtud muy necesaria y de la que quizá se habla poco: la magnanimidad, grandeza y elevación del ánimo, como la define el DRAE. Diré también el motivo inmediato por el que escribo sobre el tema. El abominable ataque terrorista a la revista Charlie Hebdo y el posterior comportamiento de ésta, tan mezquino como los anteriores. Incluso Cameron, tal vez por ser más demócrata que nadie, afirmó que en democracia existe la libertad de insultar. Posiblemente olvidó que Reino Unido y Australia han sido precursores en la imposición de sanciones penales por comentarios ofensivos, violentos o falsos en Internet. Un mensaje lesivo en Facebook se castiga en Gran Bretaña de forma más dura que el insulto en la calle.
         En nuestro país, al día siguiente de la protesta por la libertad de expresión agredida, se averiguaba si era delictiva la afirmación de  un batasuno que pedía  dar jaque mate a la guardia civil en Euskadi. No trato de establecer parangones pero un poco chusco sí resulta. Como hay condenas por injurias al Rey, pero ¿es más importante que Cristo, Mahoma, el Papa o la mismísima Isabel II, tildada de vomitivo? Pero no voy a seguir por ahí. Es mi motivo próximo porque a todo eso le falta grandeza de ánimo, le sobra moda y ha servido para que la revista en cuestión siga insultando. Sobre fuegos artificiales no se construye  un país, no se edifica la democracia ni nada  similar, no forjamos un futuro con una mirada larga y ancha.
         Escribió Aristóteles en la “Ética a Nicómaco”: Si uno se reconoce con un gran mérito que es real y verdadero, y, sobre todo, si se reconoce con el más alto grado de mérito, no debe tener más mira que  la siguiente: debiendo consistir la justa recompensa del mérito en bienes exteriores, el mayor de todos estos bienes debe ser a nuestros ojos el que atribuimos a los dioses; el mismo que por encima de todos los demás ambicionan los hombres revestidos de las más altas dignidades, y que es también la recompensa de las acciones más brillantes; este bien no es otro que el honor. El honor sin contradicción es el más grande de los bienes exteriores al hombre. Y así el magnánimo deberá ocuparse exclusivamente en su conducta de lo que puede procurar el honor o ser causa de deshonor, sin que por otra parte esta preocupación salga nunca de sus justos límites. Y ciertamente no sin razón los corazones magnánimos miran con respeto al honor, puesto que los grandes lo ambicionan sobre todo y lo miran como su más digna recompensa.
         El magnánimo se ocupa del honor, pero también Aristóteles afirmará que no hay honor ni magnanimidad sin una virtud perfecta. Esa virtud que perfecciona es la humildad –una aportación cristiana- porque conduce a apreciar a los demás, como son y con sus problemas, sin empequeñecerlos con nuestro mundo pequeño. La magnanimidad es una disposición a dar más allá de lo que se considera normal, de entregarse hasta las últimas consecuencias, de emprender sin miedo, de avanzar pese a cualquier adversidad. El ánimo grande, la magnanimidad, es el valor que convierte a un simple ser humano en un héroe.  He leído en una Web: en el momento que vivimos estamos propensos a conformarnos con lo que somos: calculadores y egoístas, orientando nuestros esfuerzos a la adquisición de bienes materiales y a la búsqueda de riqueza… Para lograr esto último no hace falta magnanimidad porque la ambición es suficiente. Un ánimo grande se caracteriza por la búsqueda de su perfección como ser humano y la entrega total de su persona para servir a los demás desinteresadamente. Así el cristianismo superó  al mejor de los filósofos.

         Quizás no tengo razón, y la revista y los  manifestantes en París, o muchos de ellos, lo hacían desinteresadamente y al servicio de grandes ideales para   la humanidad entera. Al menos merecieron las portadas de todos los medios. Pero uno no deja de preguntarse si en eso consisten la magnanimidad, el honor y la humildad.  Me parece que no. Empequeñecimiento global.