"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 30 de abril de 2016

María está cerca de cada uno de nosotros



Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, está

Por: SS Benedicto XVI

Esta poesía de María –el «Magníficat»– es totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un "tejido" hecho completamente con "hilos" del Antiguo Testamento, hecho de palabra de Dios.

Se puede ver que María, por decirlo así, "se sentía como en su casa" en la palabra de Dios, vivía de la palabra de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad.

María vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la palabra de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.

Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.

Pero pienso también en el «Compendio del Catecismo de la Iglesia católica», en el que la palabra de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nuestra vida, nos ayuda a entrar en el gran "templo" de la palabra de Dios, a aprender a amarla y a impregnarnos, como María, de esta palabra. Así la vida resulta luminosa y tenemos el criterio para juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo.

María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros.

Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está "dentro" de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios.

Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como "madre" –así lo dijo el Señor–, a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros.

viernes, 29 de abril de 2016

Paciencia, coraje y esperanza



Oraciones por la salud del Arzobispo de Sídney, Mons. Anthony Fisher, que se rehabilita del Síndrome de Guillain Barré

En la más reciente actualización sobre el estado de salud del Arzobispo de Sídney, Mons. Anthony Fisher, la Arquidiócesis de Sídney anunció su traslado desde el Hospital de San Vicente en esta ciudad a una institución de rehabilitación en la cual el prelado espera recuperarse totalmente del Síndrome de Guillain Barre contraído inesperadamente tras una infección gastrointestinal.
El más reciente mensaje del prelado está acompañado de una fotografía en la cual sostiene un cuadro con las palabras "paciencia", "coraje" y "esperanza". "Este cuadro fue enviado por los niños y los funcionarios del Preescolar Platinum administrado por un grupo de padres de familia católicos", explicó Mons. Fisher. "Como ustedes recordarán, yo he pedido a la Arquidiócesis orar por estas tres virtudes para mí cuando entro en esta nueva fase de rehabilitación".
"Ahora estoy lo suficientemente bien para haber dejado el Hospital de San Vicente y me encuentro en una institución de rehabilitación donde empleo mucho de mi tiempo en el gimnasio", agregó el Arzobispo. "Estoy caminando más y más cada día y haciendo muchos otros ejercicios para mis músculos perezosos. ¡Mantengan las oraciones! Dios los bendiga a todos", concluyó el prelado.
La condición del Arzobispo, en la cual el sistema inmunitario del cuerpo ataca las células nerviosas, motivó su internado en cuidados intensivos justo antes de Navidad y su progreso ha permitido que el prelado pueda dejar el hospital para concentrarse completamente en su rehabilitación física. El Síndrome de Guillain Barré se caracteriza por un notable debilitamiento de los músculos que afecta completamente las funciones motoras del cuerpo.
Por: Con información de Arquidiócesis de Sídney | Fuente: es.gaudiumpress.org

jueves, 28 de abril de 2016

¿Ir a Misa sin sentirlo?



No vamos a Misa a sentirnos bien, sino a participar del mayor acto de amor de Dios por los hombres.

Me preocupa haber encontrado no pocas personas a las que les han aconsejado –incluso algún sacerdote– no asistir a Misa el domingo si “no lo sentían”. De ser cierto estos consejos, significaría que el criterio moral para evaluar la conveniencia de la asistencia a Misa sería el siguiente: “Si lo sentís, tenéis el deber de ir a Misa; si no lo sentís no tenéis que ir (o al menos podrías no ir)”. Es un planteo que hace decisivos, desde el punto de vista moral, los sentimientos.
Si, con una pizca de ironía, nos colocamos en un contexto de buscar excusas para no ir a Misa, el asunto sonaría de tal manera que sentirse bien en Misa sería una carga, que me obliga a ir; y sentirse mal con la Misa, una fuerza liberadora del precepto. Ya se vé que hay algo que no funciona.
En efecto, si consideramos racionalmente la postura, nos daremos cuenta de que es sencillamente un disparate. Es lo que trataremos de analizar en estas líneas.
De entrada hay que decir que el criterio señalado es inaplicable. Para poder usarlo tendríamos que descubrir primero de qué sentimientos se trata: sentir ganar de ir a Misa, sentir emoción en Misa, aburrirse en Misa, sentir pereza, sentir simpatía o enojo con el sacerdote, sentir más ganas de otras cosas y un largo etcétera de posibles sentimientos. Una vez aclarado qué tipos de sentimientos aconsejarían no asistir a Misa; habría que preguntarse qué intensidad de sentimiento sería necesario para excusar de pecado o cometerlo.
De más está decir que todo este planteo carece de sentido.
Sabemos qué nos pide Dios en primer lugar: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con todas tus fuerzas". No nos pide buenos sentimientos, sino que amemos "con obras y de verdad".
La superficialidad del argumento usado como justificante del abandono de la práctica religiosa, supone además ignorar varias realidades:
• Desconocer el valor salvífico de la Misa más allá de los sentimientos de los asistentes.
• Desconocer el valor de la obediencia a las leyes de la Iglesia.
• Desconocer el sentido del deber.
• Desconocer el valor del sacrificio como expresión de amor.
• Desconocer la psicología humana, ya que si dejo de hacer cosas buenas -está fuera de discusión la bondad del sacrificio Eucarístico- que me cuestan, difícilmente tendré ganas de hacerlas después. Y menos de apreciarlas.
El valor de la Misa
El consejo sería válido si la única función de la Misa fuera suscitar en quienes participan buenos sentimientos. Si fracasara en tal intento –que sería su única razón de ser– efectivamente sería inútil, y no nos serviría para nada la asistencia a la misma.
Pero la Misa es una acción divina, que santifica al mundo. Hay en ella mucho más de lo que veo, de lo que toco, de lo que siento. De manera que la Misa me sirve mucho más de lo que puedo darme cuenta, es más, no sólo me sirve, la necesito para tener vida eterna.
Preceptos y sentimientos
En el caso de la Misa dominical hay en juego algo más que la piedad: un precepto de la Iglesia. Y el cumplimiento de las leyes va más allá de los sentimientos. En este caso, además, se trata de un precepto que obliga gravemente (es decir, que su incumplimiento, en principio, es grave). Un legislador jamás contemplaría entre las causas excusantes del cumplimiento de la ley la carencia de sentimientos: los sentimientos no tienen lugar en el ámbito jurídico porque no pueden ser medibles objetivamente.
Si una persona flaquea y por debilidad falta a Misa el domingo, con humildad pedirá perdón al reconocer su falta, y Dios lo perdonará. El problema aparece cuando se intenta justificar la falta, para que deje de ser falta. Entonces, se confirma en el camino del abandono del cumplimiento de sus deberes religiosos. Y esto, lejos de acercarlo al amor de Dios, lo alejará de su presencia.
La falta de sentimientos puede ser ofensiva
En las relaciones humanas, la falta de sentimiento no exime del cumplimiento de deberes familiares o sociales. Por el contrario, si ése es el motivo del incumplimiento, lo hace más ofensivo. Si no asisto a la celebración del cumpleaños de un amigo, seguramente podrá entender las razones que me lo impiden. Pero si me justifico diciendo que no me dice nada su persona y su celebración, lejos de excusarme, la explicación hará más dolorosa mi ausencia, la convertirá en un auténtico desprecio.
Me parece que a Dios lejos de agradarle que un cristiano no vaya a Misa porque no lo siente, le resulta más ofensivo. Y le “duele” que no haga ningún esfuerzo por superar esa falta de sentimiento para estar con El.
Sería muy egoísta la actitud de quien dejara de ir a Misa cuando deja de “sentir”: como si sólo buscara “sentirse bien” y cuando no lo consigue, la abandonara porque “ya no me sirve”. No vamos a Misa a sentirnos bien, sino a participar del mayor acto de amor de Dios por los hombres; no vamos a pasárnoslo bien, sino a dar Dios el culto que merece ofreciéndole nada menos que la entrega de Cristo y a buscar la gracia que necesitamos para ser buenos hijos de Dios. El valor de esto está mucho más allá de lo que yo pueda sentir.
A Dios no le molesta que no sienta nada. El sabe bien cómo es mi estado interior. Quiere que lo ame, incluso cuando mis sentimientos no me facilitan ese amor.
La solución verdadera
Quizá sea cierto que la mayor parte de la gente que deja de ir a Misa, lo haga por motivos “afectivos”: no siente nada, se aburre, no tiene ganas. Tienen fe, dicen amar a Dios, pero no los llena, no sienten nada. Y es la mayor donación de Dios a los hombres. Es una lástima, pero está muy lejos de justificar la falta de práctica religiosa.
Quienes están en esta situación tienen un problema, y tendrían que buscar cómo resolverlo. Quizá deberían plantearse que la Misa no tiene la “culpa”. Que la solución no es dejar de asistir, sino intentar que les diga algo, entenderla mejor, vivirla con más intensidad. Dejar de ir a Misa es la peor de todas las “soluciones” posibles a su falta de sentimientos, porque no soluciona nada. Nunca “gracias” a dejar de participar en la Misa conseguirán amar más a Dios, y sentir más intensamente ese amor.
Quien ama se lo pasa bien con el amado, pero no es eso lo que busca (el amor egoísta se busca a sí mismo). Quien busca dar gloria a Dios, sabe prescindir de sus sentimientos: busca agradarlo, aunque no saque nada de provecho personal.
Conclusión
Si faltas a Misa los domingos, por favor, no te justifiques diciendo que no te dice nada. No te excusará delante de Dios. Resulta evidente que a quien nos pide como primer mandamiento que lo amemos, no puede resultarle indiferente que le digamos que no sentimos nada por su compañía.
Si escuchas a alguien razonar de esta manera, decirle que lo piense mejor, porque es un razonamiento que carece de lógica por donde lo consideres.
Por otro lado, y para terminar, si ha habido tantas almas enamoradas de la Eucaristía, será que algo tiene, y habrá que ponerse en campaña para descubrirlo. Es todo un desafío.
Por: P. Eduardo Volpacchio | Fuente: www.algunasrespuestas.com

miércoles, 27 de abril de 2016

Somos libres y Dios respeta esa libertad



Estamos en los últimos días de la Pascua, si los días santos se nos fueron sin haber renovado el espíritu, nunca es tarde.

Estamos en los últimos días de la Pascua.
Ya los días de la Pasión y la Muerte de Cristo se fueron. Llegó el glorioso Domingo de Resurrección y también se fue.
¿Qué nos ha quedado de todas estas solemnidades? ¡Mucho nos tiene que quedar!. Aunque año tras año se repita el vivir estos días santos con sus acontecimientos históricos, no por eso los vamos a impregnar de rutina o indiferencia.
Si tenemos fe y creemos ¿cómo no amar a quién dio su vida  para darnos el regalo único e inalcanzable por nosotros mismos de una vida eterna y gloriosa?
El hombre tiene un DON, el don del libre albedrío.

Somos libres para seguir o darle la espalda a ese Cristo que nos vino a traer la enseñanza de un camino seguro de Verdad y de Amor. Pero aunque dio su vida por nosotros no nos vino a forzar y nos deja en plena libertad de escoger. A si nos dice Martín Descalzo, citando a Evely:  Jesús no se impone, aunque se proponga siempre a si mismo. El nos deja libres. ¡Nada resulta tan fácil como  obrar cual si no le hubiésemos encontrado, como si no le hubiésemos conocido!. Dios se humilla. Dios está en medio de nosotros como uno que sirve. Dios se propone... Dios es un compañero fiel y, en cierto aspecto, silencioso. Resulta fácil tapar su voz. Todos nosotros tenemos el terrible poder de obligar a Dios a callarse.
Lo podemos callar con muchas cosas. La música estridente del  mundo del consumismo, del tener, del poder, de la ambición, de los placeres, del vicio, de la corrupción.
Pero no solo con estas cosas que suenan tan fuertes, sino de otras más tenues, más sutiles que nos parecen que si nos van a dejar oír la voz de Dios, pero que la enmudecen totalmente:  la tibieza, la desidia, la flojera, la frialdad, los respetos humanos, el descuido para todas las cosas del espíritu, el no buscar con afán conocerlo más profundamente para saber amar a ese Dios del que provenimos y al que tarde o temprano veremos un día cara a cara.
Somos libres y Dios respeta esa libertad que maneja nuestra voluntad. Sabe cómo somos, nos conoce... También sabe que nos acechan enemigos poderosos en el paso por la vida: el Maligno no descansa. El lo sabe muy bien porque hasta a Él, para ser igual a nosotros, fue tentado y por eso precisamente no nos deja solos…
Nos dio al Espíritu Santo para ayudarnos, tenemos la oración, el Sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía, ¿qué mayores fuerzas o apoyos queremos para vencer?
Si los días santos, con el bullicio de las vacaciones se nos fueron sin haber sentido la renovación del espíritu, nunca es tarde.
Atemos nuestra LIBERTAD  A UN DESEO.
Empecemos hoy.  Dios nos llama, Dios nos ama y nos espera siempre. 
Por: Ma Esther de Ariño