"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 31 de marzo de 2016

La Pascua es lo más grande de nuestra fe



Jesús realiza la Pascua. Jesús pasa al Padre. ¿Es solo El quien pasa de este mundo al Padre? ¿Y nosotros ?...

Estamos en la Pascua, la Pascua Florida. Llegó con el Domingo de Resurrección.

Los vacacionistas regresaron..... otros lamentablemente no volverán. Salieron felices y animosos pero ya no hubo regreso. Los recordamos y pedimos por ellos.

La Pascua es el Misterio más grande de nuestra fe. Cristo ha resucitado y la Muerte quedó vencida porque su Resurrección la mató. San Agustín nos dice: - "Mediante su Pasión, Cristo pasó de la muerte a la vida. La Pascua es el paso del Señor"

Ya dejamos atrás los días de Pasión y muerte. Seguiremos venerando la cruz que fue el medio que nos hizo cruzar a la otra orilla de luz y de vida eterna. Sin cruz.... no se llega. No se alcanza la resurrección. ¡Cristo resucitó y su tumba quedó vacía!

Volvemos a los días de trabajo, a la rutina... ¿qué ha dejado este paso de Dios en nuestras almas? ¿Podemos decir que nuestra Pascua ha sido "hacia adentro", que hemos sentido que el Señor ha pasado y ha dejado alguna huella de su resurrección en nuestra vida?

Jesús realiza la Pascua. Jesús pasa al Padre. ¿Es solo El quien pasa de este mundo al Padre? ¿Y nosotros ?...

Dios es Omnipotente y puede hacerlo Todo, pero... "no puede" obligarnos a tener un corazón arrepentido. Nos deja en libertad para amarlo o para ofenderlo, para querer estar unidos a El o para olvidarlo y esa libertad es tan traicionera que nos puede DAR o QUITAR el derecho a nuestra propia y gloriosa resurrección. Porque resucitar eso si, lo haremos todos. Ya que así lo decimos y creemos en nuestro Credo - creo en la resurrección de los muertos.

Lo que hemos vivido estos días no puede pasar sin dejarnos algo, sin dejarnos una huella en el alma, ahora que proseguimos el camino de nuestro quehacer de siempre.

Cristo resucitó y los apóstoles, uno a uno, dieron su vida por esta VERDAD que deslumbra.
Pedro comió y bebió con Jesús después de su Resurrección, Tomás metió sus dedos en las llagas del Cristo resucitado y Pablo nos recuerda que si hemos resucitado con Cristo por el Bautismo, debemos de vivir la nueva vida en espera de su regreso y tenemos el compromiso de llevar por el mundo la palabra de Dios.
 

El Viernes Santo, empezó la Novena a la Divina Misericordia. cuya fiesta se celebra el domingo siguiente a la Resurrección.

Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

"En nuestros tiempos, muchos son los fieles cristianos de todo el mundo que desean exaltar esa misericordia divina en el culto sagrado y de manera especial en la celebración del misterio pascual, en el que resplandece de manera sublime la bondad de Dios para con todos los hombres.

Acogiendo pues tales deseos, el Sumo Pontífice Juan Pablo II se ha dignado disponer que en el Misal Romano, tras el título del Segundo Domingo de Pascua, se añada la denominación "o de la Divina Misericordia" ..... " (Fragmento del Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, de 5 de mayo de 2000.

Indulgencias en el Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia:

"Se concede la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) al fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado de la Misericordia divina, en cualquier iglesia u oratorio, con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia divina, o al menos rece, en presencia del santísimo sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, "Jesús misericordioso, confío en ti")".
Por: Ma Esther De Ariño

miércoles, 30 de marzo de 2016

María y la Resurrección de Cristo



María es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso de la Resurrección.

Por: SS Juan Pablo II

Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección

La espera que vive la Madre del Señor el Sábado santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.

Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.

Suponiendo que se trata de una "omisión", se podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de testigos escogidos por Dios (Hch 10, 41), es decir, a los Apóstoles, los cuales con gran poder (Hch 4, 33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Antes que a ellos el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán (Mt 28, 10).

Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.

Los evangelios, además, refieren sólo unas cuantas apariciones de Jesús resucitado, y ciertamente no pretenden hacer una crónica completa de todo lo que sucedió durante los cuarenta días después de la Pascua. San Pablo recuerda una aparición "a más de quinientos hermanos a la vez" (1 Co 15, 6). ¿Cómo justificar que un hecho conocido por muchos no sea referido por los evangelistas, a pesar de su carácter excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios, no quedaron recogidas.

¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1, 14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos?

Más aún, es legítimo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16, 1; Mt 28, 1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y, por tanto, más firmes en la fe.

En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf. Jn 20, 17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.

Por último, el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección.

Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo a su madre. En efecto, ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el "resplandor" de la Iglesia (cf. Sedulio, Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10, 140 s).

Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también ella de la plenitud de la alegría pascual.

La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo (cf. Jn 19, 25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

En el tiempo pascual la comunidad cristiana, dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: "Regina caeli, laetare. Alleluia". "¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya!". Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús, prolongando en el tiempo el "¡Alégrate!" que le dirigió el ángel en la Anunciación, para que se convirtiera en "causa de alegría" para la humanidad entera.

Catequesis durante la audiencia general del 3 de abril de 1996

martes, 29 de marzo de 2016

¡Madre, Yo Soy!



La sonrisa de María ha vuelto a su rostro, una sonrisa que jamás se volvería a ir. Es la sonrisa de la Alegría Pascual.

El Shabbat había quedado atrás…
María finalmente fue presa del sueño. La noche anterior le había sido imposible dormir. Su corazón oprimido por el dolor y su mente confundida por pensamientos venidos de todas direcciones le habían impedido alcanzar el mínimo de serenidad necesario para conciliar el sueño.
Pero a la noche siguiente el agotamiento la venció. Cayó rendida en el cómodo diván que el bondadoso Nicodemo le había ofrecido al acogerla en su casa después de la apresurada sepultura del cuerpo de Jesús.
Dormía plácidamente, recostada sobre su costado izquierdo. Sería la tercera vigilia de la noche cuando Jesús se hizo presente en aquella espaciosa habitación sin hacer el menor ruido. El Señor se acercó al diván y se arrodilló ante María en profunda contemplación. Así pasó varios minutos. No solo las madres observan extasiadas a sus bebés; también los hijos agradecidos disfrutan velando el sueño apacible de sus padres. Era Dios admirando a la más excelsa y pura de sus creaturas; era el Hijo contemplando a la más tierna y generosa de las Madres.
El rostro de María aparecía lívido, como descolorido por tantas lágrimas que habían corrido por él y, sin embargo, no perdía su belleza virginal.

Jesús se acercó y depositó un beso en su sien derecha al mismo tiempo que acarició reverentemente la cabeza de su madre con su mano gloriosa. Y le susurró: “Madre, aquí estoy”.
¿Podía haberlo hecho de otra manera?
Este fue el momento de la Resurrección de María. Una claridad enrojeció la cortina de sus párpados aún cerrados, hasta que comenzó a abrirlos y vio el rostro radiante y sonriente de su hijo. Era una claridad que no hería. No se sobresaltó; acaso pensara que todo era un sueño, pero muy pronto se percató de que no lo era y se incorporó de golpe, quedando sentada en el diván con los ojos bien abiertos. Jesús seguía de rodillas, con la más hermosa de las sonrisas dibujada en su rostro sereno y luminoso.
“Madre, Yo Soy” (Ex 3, 14; Jn 8, 28), le dijo Jesús, tomándola de las manos. El rostro de María resucitó y recobró su color rosáceo como por arte de magia. Instintivamente María liberó sus manos de las de Jesús para llevarlas al rostro de su hijo y lo acarició. Hasta ese momento la emoción le había robado las palabras. Sólo pudo decir: “mi niño”. Las lágrimas desbordaron los diques de sus párpados y comenzaron a deslizarse por su rostro; eran lágrimas de un sabor muy distinto a todas las que había derramado el día anterior.
Finalmente María rompió el éxtasis: “¿Pero, cómo…?”  Jesús se limitó a responderle: “Madre, para esto he venido, para hacer nuevas todas las cosas. He triunfado para siempre sobre la muerte y sobre el pecado. Todo empieza de nuevo...”
Ella no necesitaba explicaciones lógicas o teológicas. Le era suficiente ver a su hijo vivo nuevamente. Fiel a su misión de intercesora, comenzó a hablarle de la tristeza de Pedro, del abatimiento de María Magdalena, del fin de Judas… de cómo se encontraban todos los demás. “No te preocupes –le dijo Jesús, iré a buscarlos a cada uno de ellos, ahí donde se encuentren. Y Judas… ten fe, está bien...”
Rayaba el alba y Jesús le dijo que debía irse a buscar a sus amigos, pero se volverían a ver más tarde. Los dos se fundieron en un abrazo que duró varios segundos; María recostó su cabeza sobre el hombro de su hijo y Él la acarició nuevamente con nobleza y ternura. Jesús se fue separando poco a poco, tomó el rostro de María con sus manos y la besó en la frente. María tomó las manos de su hijo y por primera vez vio las huellas de su pasión; reverentemente las besó como hace toda madre con las manos de su hijo sacerdote. Jesús se puso de pie, se apartó un poco, y con una sonrisa pícara, sin moverse, fue desapareciendo lentamente de su vista, ante la sorpresa de María. Ella entonces cayó de rodillas y comenzó a orar como solía: “Magnificat Anima mea Dominum…”
La sonrisa había vuelto a su rostro, una sonrisa que jamás se volvería a ir. Era la sonrisa de la Alegría Pascual.
Sí, el Shabbat había visto su ocaso, y esta vez para siempre. Había cedido su lugar al Dies Domini*…
Por: Sergio Rosiles, LC

lunes, 28 de marzo de 2016

Pascua: 50 días para cantar ¡Aleluya!


El grito que invita una y otra vez a alabar y dar gracias al Señor, porque es eterna su misericordia. 



En la noche, una llama vacilante. El sacerdote y la gente encendieron sus velas. La luz se expandió. Las tinieblas retroceden. La procesión avanzó hacia el altar. La iglesia se llenó de resplandor. La Iglesia celebra la Pascua.

La Vigilia Pascual tiene un encanto mágico. Nos presenta el evento más importante de la historia humana: Cristo ha resucitado y vive para siempre.

El mundo, aparentemente, sigue su marcha, monótona o entusiasta, entre alegrías y penas. Pero quien se deja tocar por la gran Noticia sabe que la muerte ha sido vencida, que el pecado no es la última palabra de la historia, que el perdón ha cancelado la condena.

Sabemos, por los Evangelios, que Cristo se apareció a sus seguidores durante 40 días y luego ascendió a los cielos. Pasados 10 días, los primeros discípulos recibieron el Espíritu Santo.

La Iglesia celebra este acontecimiento con 50 días de fiesta, de canto, de esperanza. Es el tiempo del "aleluya", del grito que invita una y otra vez a alabar y dar gracias al Señor, "porque es eterna su misericordia".

El Papa Benedicto XVI lo explicaba con estas palabras: "El tercer gran símbolo de la Vigilia Pascual es de naturaleza singular, y concierne al hombre mismo. Es el cantar el canto nuevo, el aleluya. Cuando un hombre experimenta una gran alegría, no puede guardársela para sí mismo. Tiene que expresarla, transmitirla. Pero, ¿qué sucede cuando el hombre se ve alcanzado por la luz de la resurrección y, de este modo, entra en contacto con la Vida misma, con la Verdad y con el Amor? Simplemente, que no basta hablar de ello. Hablar no es suficiente. Tiene que cantar" (Vigilia Pascual, 11 de abril de 2009).

Tenemos ante nosotros 50 días de aleluya. Es la Pascua, el paso, la victoria del Señor. De corazón, desde la esperanza que ilumina toda la vida humana, ¡felices pascuas!
Por: P. Fernando Pascual LC