"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 28 de enero de 2016

San Francisco de Sales: un buen pastor de almas



Mucho mejor es estar crucificado con Jesucristo, que orar a Cristo crucificado.

Impresionado por un relato
San Francisco de Sales, obispo de Ginebra, encarnó la figura del Buen Pastor. Con toda su alma se entregó a sus tareas pastorales: visitas parroquiales, predicación, catequesis de niños, largas horas de confesonario, sínodos diocesanos, reforma de monasterios, documentos pastorales, ordenaciones, confirmaciones…
Un día, siendo ya obispo de Ginebra, escuchó la historia de un pastor que había extraviado una de sus vacas al resbalar el animal por un glaciar. Aquel humilde hombre no dudó ni un instante en ir a buscarla, a pesar del peligro real que correría su vida si lo intentaba. El pastor se internó como pudo por aquella gélida superficie de hielo. No consiguió coronar con éxito su empresa: la vaca y el pastor perecieron en aquella soledad silenciosa y blanca. San Francisco de Sales quedó impresionado del relato. Más tarde escribió: Oh, Dios mío. ¿Es posible que el ardor de aquel pastor fuera tan grande por buscar su vaca, que ni siquiera el hielo lo pudiera enfriar? Entonces, ¿por qué yo sería tan cobarde buscando a mis ovejas? Hechos como éstos enternecieron mi corazón  de hielo que no pudo sino fundirse.
Una fuerte tentación
Francisco nació el 21 de agosto de 1567 en el seno de una familia noble y cristiana. Su infancia transcurrió en el castillo de Sales en Thorens (Saboya) en una época en la que la herejía calvinista hacía estragos por toda aquella región. El propio Calvino quiso atraer a Francisco de Boisy, padre del futuro santo, a la religión protestante, pero éste rechazó la oferta diciendo: ¿Cómo voy a creer en una religión que tiene doce años menos que yo?
En 1574 comenzó sus estudios, y cuatro años más tarde recibió la tonsura clerical. En el año 1582 se trasladó a París para estudiar en el colegio de Clermont de los jesuitas. Estando allí, sufrió una terrible tentación de desesperación. El demonio le decía: ¡Todo es inútil, estás predestinado al infierno! ¡Vendrás allí conmigo! Y el joven estudiante la superó con un acto heroico de abandono en las manos de Dios, rezando: ¡Dios mío! Si no he de poder amaros en la otra vida, que aproveche ésta, aquí abajo, para amaros y serviros. Aquella prueba en cierto modo marcó toda su vida.
La Misión de Chablais
A la edad de 26 años fue ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1593 por monseñor Claudio de Granier, obispo de Ginebra. Desde el primer momento se entregó a las tareas pastorales de la predicación y del confesonario. En cierta ocasión, un caballero que se confesaba con Francisco de Sales, decía sus faltas y pecados sin el menor sentido de penitencia, como quien recita algo que no le afecta personalmente. El joven sacerdote, mientras escucha la acusación de su penitente, se estremece y comienza a llorar. El caballero, sorprendido, le pregunta por qué llora. Lloro por vuestros pecados, para que Dios os conceda conocer el estado de vuestra conciencia y os arrepintáis de vuestros pecados. El penitente dio las gracias al confesor y, arrepentido ya de veras, lloró amargamente.

Al año siguiente de su ordenación emprendió, con su primo Luis de Sales, la misión de Chablais. Esta región había sido devuelta a Saboya, y sus habitantes ‑en gran mayoría, con la excepción de muy pocos‑ se habían convertido al calvinismo. Las dificultades que encontraron para su tarea fueron enormes. Al principio Francisco se valió de pequeños escritos impresos distribuidos a domicilio; más tarde recurrió a la predicación y a la controversia con los herejes. En unos años Chablais volvía a la Iglesia romana, y Francisco de Sales pudo escribir al papa Clemente VIII: Cuando llegué aquí apenas si se podían contar cien católicos en todas las parroquias reunidas. Hoy, apenas se pueden contar cien herejes.
Obispo
En 1598 su obispo le envió a Roma para tratar asuntos de la diócesis planteados por la paz de Vervins. La impresión que causó en la Ciudad Eterna debió ser buena porque poco después fue nombrado obispo coadjutor de Ginebra. El mismo Papa quiso examinar personalmente a Francisco de Sales antes de ser consagrado obispo, aun sabiendo que el candidato al episcopado, por ser de Saboya, estaba exento por privilegio de ser examinado para ser obispo. Clemente VIII le otorgó una semana de preparación. Durante este tiempo rezó el futuro obispo a la Virgen con estas palabras: Si no he de ser un buen obispo, ruego que obtengas de tu divino Hijo que permanezca mudo en el examen.
El 22 de marzo de 1598 Clemente VIII estaba rodeado de cardenales y de notables teólogos. Francisco escogió como tema del examen de teología la salvación y un decreto del Concilio de Trento. Le hicieron 35 preguntas y todas fueron sabiamente contestadas. El Papa, admirado de la doctrina y de la humilde actitud del candidato, se acercó a éste y le abrazó, diciéndole las palabras del libro de los Proverbios: Hijo mío, bebe el agua de tu cisterna y distribuye su caudal por las plazas.
Tres años más tarde, el 6 de abril de 1601, cuando Francisco de Sales se dispone a subir al púlpito para predicar la cuaresma en la ciudad de Annecy, le comunican la noticia de la muerte de su padre, el señor de Boisy. Había preparado para aquel sermón hablar de la muerte de Lázaro y de la esperanza de la resurrección para quienes, durante la vida, habían sido amigos de Jesús. Después de un instante de recogimiento, comenzó su predicación con serenidad. Al finalizar, dijo a los fieles: Señores, el señor de Boisy, vuestro amigo y mi padre, ha muerto. Ya que le honrabais  con vuestra amistad, os suplico que recéis por su eterno descanso. Y dicho esto, rompió a llorar. Excusad mi debilidad, no soy más que un hombre, añadió.
Viaje a la capital de Francia
En 1602 viaja a París, poniéndose en relación con un grupo de personas que preparaban la renovación religiosa de Francia. En la ciudad del Sena predica, convierte y hace amistades, entre ellas la de Enrique IV. Su fama de buen predicador se fue extendiendo. Algunos fieles, más que escuchar la palabra de Dios, acudían a escuchar la palabra del predicador. Algunos de los oyentes comentaban, después de oír el sermón: ¡Qué bien le viene esto a fulanito! Enterado Francisco del comentario, decía: Cuando sois invitados a un banquete, cada uno come para sí; aquí, por el contrario, os pasáis de educados, porque no escogéis nada para vosotros, sino que todo lo repartís a los demás.
Durante el viaje de regreso a Annecy ocurre la muerte de monseñor Granier, teniendo que hacerse cargo de la diócesis al llegar a Annecy, ciudad que sirve de capital de la diócesis ante la imposibilidad de residir en la ciudad de su sede episcopal, Ginebra, baluarte del calvinismo. El 8 de diciembre de 1602 es consagrado obispo.
Fundador de la Orden de la Visitación de Santa María
Siendo obispo de Ginebra se esmeró por poner en práctica las directrices del Concilio de Trento. A pesar de sus muchos deberes pastorales  acepta predicar fuera de su diócesis. En una ocasión fue requerido a Pont‑Saint‑Espirit. Cuando llegó, todos querían ver a san Francisco de Sales. Un gentilhombre calvinista se acercó a un lugareño para preguntar quien era aquel que había despertado tanto interés. Les respondieron que se trataba del obispo de Ginebra. ¡Ah!, si todos los obispos fueran como él, nuestra religión duraría poco porque todos se harían católicos, exclamó el  calvinista. En 1604 predicó la cuaresma en Dijón, lo que hizo posible su encuentro providencial con santa Juan Francisca Fremiot de Chantal. Ésta, de noble linaje, era una ferviente católica. A la edad de veinte contrajo matrimonio con Cristóbal II, Barón de Chantal, y fue madre de seis hijos. Al quedarse viuda, se consagró al Señor, dedicándose totalmente a la educación de sus hijos, a prácticas devotas y a obras de caridad. Fundó con el obispo de Ginebra la Orden de la Visitación de Santa María.
Además de su ministerio sacerdotal y de las tareas de gobierno de su diócesis, otros quehaceres llenan más y más su tiempo como es la dirección de almas en particular, de palabra y por carta; y la publicación de libros espirituales. Sus dos obras principales son la Introducción a la vida devota y el Tratado del amor de Dios. También tiene otros escritos, entre los que destaca uno de tipo apologético, titulado Defensa de la Cruz de Nuestro Señor. El santo obispo acaba su obra con estas palabras: No Jesucristo sin Cruz, sino Jesucristo con su Cruz y en la Cruz… por eso termino este resumen de la doctrina cristiana… protestando con el glorioso predicador de la Cruz, San Pablo… “No busco otra gloria que la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”. Amén.
Además de todas estas actividades, dedicó muchas horas a las tareas fundacionales de la Orden de la Visitación de Santa María, formando y dirigiendo a sus hijas espirituales. En una ocasión, para recalcar en sus monjas la necesidad del desprendimiento de los bienes terrenos, les dijo: Ha pasado por aquí un cisterciense que me ha dicho que había en Italia religiosas que tenían apego a sus rosarios, que muchas preferían salir del convento a prescindir de ellos. Por lo cual yo he pensado que estaría bien que, de vez en cuando, cambiáramos nuestros objetos. Otro día, una religiosa gravemente enferma se quejaba a su santo Fundador, porque los dolores le impedían rezar y hasta meditar. Mucho mejor es estar crucificado con Jesucristo, que orar a Cristo crucificado, le dijo san Francisco de Sales.
Muerte santa
En los años 1616 y 1617 predicó en Grenoble adviento y cuaresma. En 1618 volvió a París en misión diplomática, que él aprovechó para predicar y hacer nuevos amigos, entre ellos san Vicente de Paúl, y renovar las antiguas amistades. En 1622, ya muy enfermo, acompañó al Duque de Saboya a Aviñón, y a la vuelta se detuvo en Lyon para visitar el convento de sus monjas. Y en esa ciudad murió. Estando en su lecho de muerte, antes de morir, pidió a su vicario general que recitara el Credo, al que él añadió: Si hubiera cien o mil religiones en el mundo, sólo consideraría verdadera la santa Iglesia católica, apostólica y romana en la cual quiero morir.
Al año siguiente de su tránsito al Cielo, su cuerpo fue llevado a Annecy. El santo obispo y fundador fue beatificado el 28 de diciembre de 1661, y canonizado el 19 de abril de 1665. El 16 de noviembre de 1877 fue declarado por el beato Pío IX doctor de la Iglesia. Y ya en el siglo XX, Pío XI le declaró patrono de los periodistas y escritores católicos.
Su pensamiento
De los escritos de san Francisco de Sales están sacadas estas frases e ideas:

  • ·         Si yo supiera que en mi corazón quedara todavía una brizna de amor al mundo, querría que mi pecho se abriera en dos para dejar escapar ese falso amor.
  • ·         El dinero es como una escalera: si la lleváis sobre los hombros, os aplasta; si la ponéis a vuestros pies, os eleva.
  • ·         No sólo es un error, sino también una herejía, el querer desterrar la vida devota de la compañía de los soldados, de la tienda de los oficiales, de las cortes  de los príncipes y de la familia de los casados
  • ·         La amistad que puede terminar, no fue nunca verdadera amistad.
  • ·         Se cazan más moscas con una gota de miel que con un cántaro de vinagre.
  • ·         No lo dudes, la verdadera virtud no prospera en una vida descansada, como tampoco se nutren los peces delicados en las aguas insalubres de los pantanos.
  • ·         Los marineros no miran al cielo sino para buscar la tierra; por el contrario, los cristianos… no miran a las cosas de la tierra nada más que para buscar a Cristo que      está en los cielos.
  • ·         A la obediencia hay que amarla antes que temer la desobediencia.
  • ·         Si una persona me sacare por odio el ojo izquierdo, creo que la seguiría mirando amablemente con el derecho. Si me sacara también éste, todavía me quedaría el corazón para amarla.
  • ·         Es necesario sufrir con paciencia no sólo el estar enfermo, sino el estarlo de la enfermedad que Dios quiere, en el lugar que quiere, entre las personas que quiere y con las incomodidades que quiere, y lo mismo digo de las demás tribulaciones.
  • ·         Somos como águilas cuando miramos las imperfecciones ajenas, y como topos en tratándose de las nuestras.

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