Casi sin darnos cuenta, aunque los que nos rodean sí
lo perciben, nos vamos tornando indiferentes, egoístas, resentidos,
malhumorados... en una palabra: agrios.
Cuando el vino se hace añejo su sabor adquiere su
total esplendidez.
Cuando el vino se hace añejo tiene la plenitud de su madurez.
Así es el vino de nuestra vida que empezó con uvas verdes y frescas, pero poco
a poco se fue almacenando en nuestro corazón, poco a poco se fue llenando el
ánfora de nuestra alma y dichosos serán los que permitan que ese vino alcance
los bordes y llegue a derramarse para los demás.
Ese vino son nuestras vivencias, nuestros recuerdos, nuestra valiosa
experiencia de la vida. Claro-oscuro de luces y sombras. Días luminosos, si la
infancia fue feliz; días de adolescencia y juventud que nos dejaron un aroma de
vino dulce y perfumado y otros recuerdos que son como una copa amarga que
tuvimos que beber.
Así, en toda vida humana tenemos que gustar de una serie de acontecimientos
tristes y gozosos que van tejiendo la urdimbre de nuestro existir y nos dejan
el poso del vino reposado, dulce y noble o el poso de una amargura vivida. Los
dos van a darle cuerpo y aroma a ese vino irrepetible de nuestro vivir.
Solemos ser buenos para el tiempo de alegría y bonanza, pero generalmente no
sabemos o nos cuesta mucho comportarnos a la altura de las circunstancias
cuando llega el tiempo de la prueba, el tiempo del dolor o del sacrificio. Y en
el fondo es una cosa natural, pues el hombre fue hecho para la felicidad, para
el amor, para la plenitud. Así fuimos creados, pero el mal se interpuso entre
Dios y el hombre y nos llenó de malas inclinaciones y así supimos del dolor.
Por eso en nuestro peregrinar por la tierra sabemos que tenemos que amalgamar
alegrías y dolores, salud y enfermedad, contrariedades y dichas, éxitos y
fracasos, todo como un buen vino añejado por el tiempo para darle de beber a
los demás.
Un alma que no atesora, que pasa por la vida con la vaciedad de la inmadurez y
del egoísmo, nunca podrá ser la fuente donde otras almas necesitadas y
sedientas puedan apagar su sed.
Pero...cuando el vino se hace agrio...
Como tantas cosas en la vida encontramos que hay una contraparte o lo que
pudiera ser "la otra cara de la moneda". Pues bien, no siempre el
buen vino se mejora haciéndose añejo, también el vino bueno se echa a perder,
se vuelve agrio... Según vamos avanzando en edad pudiera ser que algunas de las
virtudes o las bondades de carácter que poseíamos se van debilitando y por el
contrario los defectos casi incipientes que aparecían en nuestra personalidad
van creciendo como la mala hierba.
Casi sin darnos cuenta, aunque los que nos rodean sí lo perciben, nos vamos
tornando fríos, indiferentes, egoístas, necios, resentidos, malhumorados,... en
una palabra: agrios.
Pasaron los años y aquel gracejo, aquel buen humor, aquella sonrisa fácil,
aquella ternura ... se fueron apagando hasta que solo de vez en cuando surgen
algunos destellos de todo aquel caudal que hacía que nuestro vino fuese
agradable de paladear por su sabor dulce y fresco.
¿Por qué somos así? ¿Por qué dejamos que la rutina y la falta de entusiasmo nos
atrape hasta irnos despojando de todo lo que nos hacía ser gratos como personas
y compañeros? En el matrimonio, hermanos, hijos, padres, nietos y amistades.
Nuestro vino hemos de servirlo cuando está fresco o cuando se añejó por los
años y la experiencia. El ánfora de nuestra alma está llena de ese vino,
sirvámosle antes de que se haga agrio. Porque no solo se sirven vinos añejos
cuando han pasado los años, también hay vinos que saben a jóvenes, frescos y
dulces. Los que están en los albores de la vida también han de cuidar que este
vino no pierda su calidad y se torne insípido, ese vino con el que brindan con
sus padres, sus hermanos o amigos puede volverse agrio ¡cuidado!.
Según pasan los años el caudal de nuestra existencia se torna más rico, no lo
guardemos para nosotros solos, seamos generosos. Siempre encontraremos el momento
preciso para dar de ese vino, que se fue añejando, pero que siempre tendrá un
sabor nuevo y fresco para el que lo beba. Misión importante para los que hemos
acumulado años. Si sentimos que nuestro vino ya se añejó es porque es la hora
de brindar con nuestros seres queridos y amigos, es la hora de salir en el
atardecer dorado, al camino para ofrecer al joven caminante un vaso de ese
vino.
El vino requiere de ciertos cuidados para estar en optimas condiciones: reposo,
temperatura, etcétera y así, nosotros, debemos cuidar con esmero nuestras
actitudes y trato para los demás y muy especialmente para los seres que amamos
y que nos rodean. Porque también es cierto que algunos dan el buen vino a los
de afuera y dejan el de menor calidad y a veces el ya muy agrio, para los de la
casa.
No dejemos que nuestro vino se torne agrio, renovémosle cada día.
Hoy podemos pensar qué calidad de vino estamos ofreciendo a aquellos con los
que convivimos. ¿Tiene aromas de recuerdos, tiene color y calor de ternura y
comprensión, tiene fuerza y energía para consolar y guiar a quién lo
necesite?¿Cumple en fin, su verdadera misión, dar grato sabor a los que nos
aman, conocen y tratan?.
Todo, todo nuestro empeño ha de ser día con día, ofrecer el mejor vino de
nuestra existencia y nunca dejar que ese vino bueno se llegue a agriar.
Autor:
Ma Esther De Ariño
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