Estamos llenos de opiniones, de
palabras, pero no siempre llenos de La Palabra
Hablamos de todo, pero no de lo esencial
o más profundo de nuestras vidas. Es algo comprobable lo que nos cuesta hablar
entre los seres humanos de las cosas verdaderamente profundas e importantes que
hacen a nuestra vida. Estamos inundados de palabras, de ruidos, de opiniones,
pero es mucho lo que cuesta que hablemos de cosas verdaderamente importantes o
esenciales en nuestra vida.
Nos pasa también a los creyentes, que son muy pocas las oportunidades en las
que por ejemplo, hablamos de Dios. Discutimos sobre muchas cosas: pastoral,
organización, actitudes externas, métodos, etc., pero difícilmente nos reunimos
para hablar de Dios en la vida de cada uno, y en todo caso cómo profundizar más
nuestra relación con Él.
Nos quedamos con que son cosas muy íntimas y personales, como que no forman
parte de la vida, sino más bien de algo muy oculto, tanto que hasta podemos
separarlo: por un lado el Dios en quien creemos y por otro la vida concreta.
Pienso, y compartiendo también con muchas personas, que esto ocurre también en
otros ámbitos. Es muy raro encontrarse con un padre o una madre de familia que
te hablen del amor que tienen por sus hijos, o que compartan ciertas
satisfacciones que les dan.
Lo mismo sucede muchas veces con los jóvenes, a quienes no es fácil escucharles
compartir sus ideales profundos, una lectura que les haya hecho bien, de lo que
verdaderamente es el motivo de su existencia. Sí en cambio somos capaces de
compartir con “lujo de detalles” la última película que hemos visto, o el
trabajo que estamos haciendo o lo que planeamos como salida en los próximos
días.
Hasta nos pasa a los sacerdotes, que a veces en nuestras prédicas hablamos de
muchas cosas que tienen que ver con lo organizativo, con las dificultades
actuales, pero nos falta llegar a lo profundo de la relación de los hombres con
Dios, de la vida eterna y a veces hasta de lo misericordioso que es Dios.
Estamos llenos de opiniones, de palabras, pero no siempre llenos de La Palabra.
Nos cuesta cada vez más hablar de ciertos temas, como que una especie de
“pudor” nos invade.
Por qué nos pasa esto. Quizás sean muchas las posibles respuestas, pero me
parece que una de ellas es una especie de “esclavitud” que tenemos de eso que
decimos “el qué dirán”.
Parece que si expresamos lo que sentimos profundamente, eso nos “alejará” de
los demás, nos mirarán como “alguien raro”. Si nos preguntan: “¿sos católico?”,
seguramente responderemos que Sí, pero a mi manera, pero no un santo, más o
menos, y ni se nos ocurriría por ejemplo decir que rezamos, que en lo íntimo de
nuestra vida le pedimos a Dios todos los días fuerzas. Todo muchas veces por
ser “iguales a los demás”, o para que los demás no nos vean de determinada
manera. Y lo mismo nos pasa en otros aspectos: creemos en el amor, pero no
tanto; en la fidelidad como algo importante, pero hasta ahí; en el trabajo,
pero...
Hablemos también de las cosas más profundas e importantes, porque es cierto que
lo que llevamos adentro, si no compartimos lo que tenemos en el corazón, en el
alma, corremos el riesgo de que se nos queden vacíos.
Por: Padre Oscar Pezzarini | Fuente:
www.feliceslosninos.org
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