¿No podríamos avanzar con menos
dificultades? ¿No habría un modo de hacer más fácil el esfuerzo de cada día?
Nacemos porque Dios nos ama. Vivimos
porque nos acompaña y alienta. Avanzamos cada día hacia un encuentro magnífico,
para siempre, con Él en el cielo.
El camino no resulta fácil. Hay momentos
de cansancio y de oscuridad. Hay tentaciones y caídas. Hay rebeldías y deseos
de placer malsano.
¿No podríamos avanzar con menos
dificultades? ¿No habría un modo de hacer más fácil el esfuerzo de cada día?
Muchas dificultades vienen de fuera. Una
crisis económica, un problema en familia, un accidente imprevisto, un conflicto
en el trabajo. Otras, de uno mismo: esa pereza que retrasa mis decisiones, ese
egoísmo que busca continuamente mi propio bienestar, esa avaricia que me lleva
a gastar injustamente mi dinero.
Los momentos peores de la propia vida
son aquellos en los que pequé. Son momentos en los que me olvidé de la meta,
dejé a un lado el amor maravilloso de Dios, y preferí una cisterna vacía,
agujereada, reseca (cf. Jer 2,13).
Tu Amor, sin embargo, se mantuvo
encendido. Tu hijo sigue siendo hijo también cuando ha pecado. Por eso deseas
cuanto antes volver a abrazarlo, celebrar una fiesta grande en los cielos
porque se ha producido el regreso de quien antes se había alejado de tus manos.
La misericordia, lo sé, es la palabra
clave para cualquier vida humana. Una misericordia respetuosa: no obligas a
nadie a volver a casa. Una misericordia insistente: no descansarás mientras la
oveja esté perdida. Una misericordia llena de ternura: como Padre deseas,
cuanto antes, tenerme nuevamente contigo.
La vida es un camino hacia Ti. Más allá
de las caídas y las lágrimas, tu mirada me acompaña. Desde la certeza de tu
Amor, sigo adelante. Un día, así lo espero, y sé que Tú
lo deseas ardientemente, llegaremos a
encontrarnos, para siempre, en tu cielo...
Por: P. Fernando Pascual LC
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