Para alegrarnos, necesitamos no sólo
cosas, sino amor y verdad: necesitamos a un Dios cercano, que calienta nuestro
corazón.
Por: SS Benedicto XVI
“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres … El Señor
está cerca” (Fil 4, 4-5). La madre Iglesia, mientras nos acompaña hacia la
santa Navidad, nos ayuda a redescubrir el sentido y el gusto de la alegría
cristiana, tan distinta a la del mundo.
(...) Me alegra saber que en vuestras familias se conserva la costumbre de
hacer el pesebre. Pero no basta con repetir un gesto tradicional, aunque sea
importante. Hay que intentar vivir en la realidad del día a día lo que el
pesebre representa, es decir el amor de Cristo, su humildad, su pobreza. Es lo
que hizo san Francisco en Greccio: representó en vivo la escena de la
Natividad, para poderla contemplar y adorar, pero sobre todo para saber poner
en práctica mejor el mensaje del Hijo de Dios, que por amor a nosotros se
despojó de todo y se hizo un niño pequeño.
(...) el pesebre es una escuela de vida, donde podemos aprender el secreto de
la verdadera alegría. Ésta no consiste en tener muchas cosas, sino en sentirse
amado por el Señor, en hacerse don para los demás y en quererse unos a otros.
Miremos el pesebre: la Virgen y san José no parecen una familia muy afortunada;
han tenido su primer hijo en medio de grandes dificultades; sin embargo están
llenos de profunda alegría, porque se aman, se ayudan, y sobre todo están
seguros de en su historia está la obra Dios, Quien se ha hecho presente en el
pequeño Jesús.
¿Y los pastores? ¿Qué motivo tienen para alegrarse? El Bebé no cambiará
realmente su condición de pobreza y de marginación. Pero la fe les ayuda a
reconocer en el “niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, el “signo”
del cumplimiento de las promesas de Dios para todos los hombres “en quienes él
se complace” (Lc 2,12-14), ¡también para ellos!
En eso, queridos amigos, es en lo que consiste la verdadera alegría: es sentir
que nuestra existencia personal y comunitaria es visitada y colmada por un gran
misterio, el misterio del amor de Dios. Para alegrarnos, necesitamos no sólo
cosas, sino amor y verdad: necesitamos a un Dios cercano, que calienta nuestro
corazón, y responde a nuestros anhelos más profundos. Este Dios se ha
manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María.
Por eso el Niño, que ponemos en la cabaña o en la cueva, es el centro de todo,
es el corazón del mundo. Oremos para que cada persona, como la Virgen María,
pueda acoger como centro de su propia vida al Dios que se ha hecho Niño, fuente
de la verdadera alegría.
Palabras que dirigió Benedicto XVI en tercer domingo de Adviento al rezar la
oración mariana del Ángelus el 13 de diciembre 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario