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Ya, felizmente, festejamos hace unos días, esta fecha venturosa
de Navidad. Todavía es tiempo de acercarse al portal, a visitar al Niño.
Todos guardamos en nuestra alma recuerdos entrañables de las fiestas
navideñas: bellos recuerdos de nuestra infancia, y también de nuestra edad
juvenil y adulta. Y es que, en este día todos nos hacemos un poco como niños.
Y está muy bien que sea así, porque nuestro Señor prometió el Reino de los
cielos a los que son como niños. Más aún, desde que Dios se hizo niño, ya
nadie puede avergonzarse de ser uno de ellos.
¡Tantas cosas podrían decirse en un día como éstos! Pero no voy a escribir un
tratado de teología. Me voy a limitar, amigo lector, a contarte una sencilla
y bella historia. Espero que te guste.
Se cuenta que el año 1994 dos americanos fueron invitados por el Departamento
de Educación de Rusia -curiosamente-, para enseñar moral en algunas escuelas
públicas, basada en principios bíblicos. Debían enseñar en prisiones,
negocios, en el departamento de bomberos y en un gran orfanato. En el
orfanato vivían casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados por sus
padres y dejados en manos del Estado. Y fue en este lugar en donde sucedió
este hecho.
Era 25 de diciembre. Los educadores comenzaron a contarles a los niños la
historia de la primera Navidad. Les hablaron acerca de María y de José
llegando a Belén, de cómo no encontraron lugar en las posadas y, obligados
por las circunstancias, tuvieron que irse a un establo a las afueras de
Belén. Y fue allí, en una cueva pobre, maloliente y sucia, en donde nació
Dios, el Niño Jesús. Y allí fue recostado en un pesebre.
Mientras los chicos del orfanato escuchaban aquella historia, contenían el
aliento, y no salían de su asombro. Era la primera vez que oían algo
semejante en su vida. Al concluir la narración, los educadores les dieron a
los chicos tres pequeños trozos de cartón para que hicieran un tosco pesebre.
A cada niño se le dio un cuadrito de papel amarillo, cortado de unas servilletas,
para que asemejaran a unas pajas. Luego, unos trocitos de franela para
hacerle la manta al bebé. Y, finalmente, de un fieltro marrón, cortaron la
figura de un bebé.
De pronto, uno de ellos fijó la vista en un niño que, al parecer, ya había
terminado su trabajo. Se llamaba Mishna. Tenía unos ojos muy vivos y estaría
alrededor de los seis años de edad. Cuando el educador miró el pesebre, quedó
sorprendido al ver no un niño dentro de él, sino dos. Maravillado, llamó
enseguida al traductor para que le preguntara por qué había dos bebés en el
pesebre. Mishna cruzó sus brazos y, observando la escena del pesebre, comenzó
a repetir la historia muy seriamente. Por ser el relato de un niño que había
escuchado la historia de Navidad una sola vez, estaba muy bien, hasta que
llegó al punto culminante. Allí Mishna empezó a inventar su propio relato, y
dijo: -"Y cuando María puso al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me
preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni
papá, y que no tenía ningún lugar adonde ir. Entonces Jesús me dijo que yo
podía estar allí con Él. Le dije que no podía, porque no tenía ningún regalo
para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús. Y por eso pensé qué podía
regalarle yo al Niño. Se me ocurrió que tal vez como regalo yo podría darle
un poco de calor. Por eso le pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿ése sería un
buen regalo para ti? Y Jesús me dijo que sí, que ése sería el mejor regalo
que jamás haya recibido. Por eso me metí dentro del pesebre. Y Jesús me miró
y me dijo que podía quedarme allí para siempre".
Cuando el pequeño Misha terminó su relato, sus ojitos brillaban llenos de
lágrimas y empapaban sus mejillas; se tapó la cara, agachó la cabeza sobre la
mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo. El pequeño
huérfano había encontrado a alguien que jamás lo abandonaría ni abusaría de
él. ¡Alguien que estaría con él para siempre!
Esta conmovedora historia, ¡tiene tanto que enseñarnos! Este niño había
comprendido que lo esencial de la Navidad no son los regalos materiales, ni
el pavo, ni la champagne, ni las luces y tantas otras cosas buenas y
legítimas. Lo verdaderamente importante es nuestro corazón. Y querer estar
para siempre al lado de Jesús a través de nuestro amor, de nuestra fe, del regalo
de nuestro ser entero a Él.
Dios nace en un establo, no en un palacio. Nace en la pobreza y en la
humildad, no en medio de lujos, de poderes y de riquezas. Sólo así podía
estar a nuestro nivel: al nivel de los pobres, de los débiles y de los
desheredados.
Sólo si nosotros somos pequeños y pobres de espíritu podremos acercarnos a
Él, como lo hicieron los pastores en aquella bendita noche de su nacimiento.
Los soberbios, los prepotentes y los ricos de este mundo, los que creen que
todo lo pueden y que no necesitan de nada ni de nadie -como el rey Herodes,
los sabios doctores de Israel y también los poderosos de nuestro tiempo- tal
vez nunca llegarán a postrarse ante el Niño en el pobre portal de
Belén.
Ojalá nosotros también nos hagamos hoy como niños, como Mishna, como los
pobres pastores del Evangelio, para poder estar siempre con Jesús.
Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita
y el misterio insondable de un Dios hecho Niño y acostado en un pesebre. Sólo
la contemplación extasiada y llena de fe y de amor es capaz de penetrar -o,
mejor dicho, de vislumbrar un poquito al menos- la grandeza inefable de la
Navidad. ¡El Dios eterno, infinito, omnipotente e inmortal, convertido en un
Niño recién nacido, pequeñito, impotente, humilde, incapaz de valerse por sí
mismo! ¿Por qué? Por amor a ti y a mí.
Para redimirnos del pecado, para salvarnos de la muerte, para liberarnos de
todas las esclavitudes que nos oprimen y afligen.
Si Dios ha hecho tanto por ti, ¿qué serás capaz tú de regalarle al Niño Dios?
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
miércoles, 31 de diciembre de 2014
Aun es tiempo de acercarse al portal..
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