Es una llamada a recordar que la vida no tiene sólo la
dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un
Autor: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net
Autor: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net
Palabras de SS
Benedicto XVI durante el rezo del Ángelus en el primer domingo de Adviento, 27
noviembre 2011
¡Queridos hermanos y hermanas!
Iniciamos en toda la Iglesia el nuevo Año litúrgico: un nuevo camino de fe, a
vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, a
recorrer dentro de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a
la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico empieza con el Tiempo
de Adviento: tiempo estupendo en el que se despierta en los corazones la espera
de la vuelta de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de
su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.
"¡Velad!". Este es el llamamiento de Jesús en el Evangelio. Lo dirige
no sólo a sus discípulos, sino a todos: “¡Velad!” (Mt 13,37). Es una llamada
saludable a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que
es proyectada hacia un “más allá”, como una plantita que germina de la tierra y
se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y
responsabilidad,por lo que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas
de cómo ha vivido, de cómo ha usado las propias capacidades: si las ha
conservado para sí o las ha hecho fructificar también para el bien de los
hermanos.
También Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar con una sentida
oración, dirigida a Dios en nombre del pueblo. Reconoce las faltas de su gente,
y en un cierto momento dice: "Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del
letargo para adherirse a tí; porque tu nos escondías tu rostro y nos entregabas
a nuestras maldades" (Is 64,6).
¿Cómo no quedar impresionados por esta descripción? Parece reflejar ciertos
panoramas del mundo postmoderno: las ciudades donde la vida se hace anónima y
horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera
él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía,
transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y a
veces, en este mundo que parece casi perfecto, suceden cosas chocantes, o en la
naturaleza, o en la sociedad, por las que pensamos que Dios pareciera haberse
retirado, que nos hubiera, por así decir, abandonado a nosotros mismos.
En realidad, el verdadero "dueño" del mundo no es el hombre, sino
Dios.
El Evangelio dice: "Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el
dueño de la casa, si al atardecer o a media noche, al canto del gallo o al
amanecer. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos" (Mc
13,35-36). El Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos esto para que
nuestra vida reencuentre su justa orientación hacia el rostro de Dios. El
rostro no de un "amo", sino de un Padre y de un Amigo.
Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras
las palabras del profeta: "Señor, tu eres nuestro padre; nosotros somos de
arcilla y tu el que nos plasma, todos nosotros somos obra de tus manos"
(Is 64,7).
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