El hombre fue creado por Dios para vivir
eternamente en amistad con Él. Por lo tanto, el hombre está destinado a la
vida eterna y debe vivir de cara a ella.
Para alcanzarla se necesita la gracia que Dios nos otorga. En otras
palabras, Dios es quien da la santidad. Pero como Dios, siempre, va a
respetar la libertad, alcanzar la santidad implica una respuesta de parte
del hombre.
La santidad es la identificación con Cristo en el cumplimiento
amoroso de la voluntad de Dios, mediante el ejercicio de las virtudes.
Las virtudes son hábitos buenos que nos llevan a hacer el bien.
Podemos tenerlas desde que nacimos o podemos adquirirlas después. Son un medio
muy eficaz para colaborar con Dios, pues implican que hemos decidido, libre
y voluntariamente, hacer el bien, es decir, cumplir con el plan de Dios.
La virtudes la disposición habitual y firme de hacer el bien y se
adquiere por repetición de actos o por un don de Dios.
La virtud permite a la persona no sólo hacer el bien, sino dar lo mejor de
sí misma. La persona debe de superarse siempre como hombre y como
cristiano.
El objetivo de una vida virtuosa es llegar a ser semejantes a Cristo, no es
un perfeccionismo, donde la persona elimina defectos porque considera que
no debe de tener tal o cual falla, esto sería un vanidoso mejoramiento de
sí mismo. Tampoco es un narcisismo de verse bien, que todos piensen que es
lo máximo. La virtud no es una higiene moral por la cual limpio mi persona.
Las virtudes son hábitos operativos, es decir, hay que
actuarlos. No se trata de tener buenas intenciones, "pensar tengo que
ser más ordenado", hay que ser más ordenado.
Por ello es que el hombre debe encauzar las pasiones para ser un hombre
íntegro. Porque las virtudes de adquieren por medio de actos virtuosos.
La perfección de la que hablamos es un crecimiento armónico de toda la
personalidad, por eso al crecer en una virtud crecen las demás porque el
ejercicio de una virtud implica la práctica de otras. La laboriosidad exige
ser ordenado, responsable, etc. La paciencia implica la tolerancia, la
aceptación, la flexibilidad, etc.
Diferencias entre virtud y valor.
Hoy en día se admira a las personas que ganan mucho dinero, a las grandes
estrellas de la televisión o de la música, a los grandes deportistas.
Todas estas personas realizan actos buenos. Estos actos son buenos en sí
mismos y tienen un fin bueno, pero no nos hacen crecer como hombres. No
podemos asegurar que un jugador de basquetbol de fama mundial sea mejor
persona que nosotros, únicamente porque él sabe meter canastas de tres
puntos y nosotros no.
Las habilidades físicas, deportivas o intelectuales, ciertamente son dones
que hay que desarrollar con esfuerzo, pero que por sí mismas, no nos
convierten en personas mejores, sino únicamente en mejores pianistas,
deportistas o matemáticos.
También, hay que distinguir las virtudes de los valores humanos. Los valores están
orientados al crecimiento personal por un convencimiento intelectual:
sabemos que si estamos limpios, seremos mejor aceptados por los demás;
sabemos que si mantenemos ordenadas nuestras cosas, podremos encontrarlas
cuando las busquemos.
Los valores son bienes que la inteligencia del hombre
conoce, acepta y vive como algo bueno para él como persona.
Las virtudes son acciones que nacen del corazón y están
orientadas directamente a un bien espiritual. Estas nos hacen crecer como
personas, a imagen de Dios.
Las virtudes nos llevan a la perfección, pues disponen
todas nuestras potencias, todas nuestras cualidades, nuestra personalidad
entera, para estar en armonía con el plan de Dios; orientan toda nuestra
persona, no sólo nuestros actos, hacia el bien.
Para entender mejor la diferencia entre valor y virtud, analicemos cómo
cambia un valor de acuerdo con las circunstancias que lo rodean. Son
diferentes:
- una persona que cuida a su tía enferma porque quiere su herencia.
- una persona que cuida a su tía enferma porque ésta le cae muy bien.
- una persona que siempre está dispuesta a cuidar a cualquier enfermo, aún
sin conocerlo, por amor a Dios y a los hombres.
Aunque la acción es la misma en los tres casos, solamente la tercera es una
virtud, por ser habitual y permanente. En los otros dos
casos, la persona vive el valor del servicio. En el tercero, la persona
tiene la virtud del servicio.
Las habilidades están orientadas a “hacer bien” algo
específico. Nos hacen ser mejores en algo, pero no mejores como personas.
Los valores humanos son un bien que la inteligencia humana
toma como tal. En sí mismos son neutros, y dependen del uso que les demos.
Puestos en práctica, los valores nos hacen crecer como personas.
Las virtudes están orientadas a cumplir el plan de Dios. Su fin es hacer
siempre el bien, independientemente de las circunstancias. Nos hacen crecer
como personas, nos perfeccionan, nos santifican y edifican la sociedad por
ser algo habitual y permanente.
Tipos de virtudes"
Virtudes humanas: son rectos comportamientos según la ley
natural. Perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que
regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta
según la razón y la fe. Se adquieren mediante el esfuerzo humano. Ej.
Lealtad, orden, diligencia, solidaridad, respeto, gratitud, etc.
Pero para alcanzar la salvación no bastan las virtudes humanas naturales,
alcanzar la vida eterna no es posible sin la ayuda de Dios y la acción del
Espíritu Santo.
Virtudes cardinales: son las virtudes humanas más importantes.
Se llaman “cardinales” porque son los ejes en torno a los cuales giran las
demás. Cardine en latín, significa el eje de la puerta. Son: la prudencia,
la fortaleza, la justicia y la templanza.
Virtudes cristianas: Son rectos comportamientos según el
ejemplo de Cristo en el Evangelio. Podríamos mencionar la mansedumbre.
Virtudes teologales: son las que se reciben de Dios por su
acción sobrenatural en el alma. Fe, esperanza y caridad.
Virtudes evangélicas: son especiales acentos del Evangelio
entre muchas virtudes que practicó nuestro Señor Jesucristo. Por ejemplo la
humildad, la castidad, la pobreza.
Todo lo que sea contrario a la virtud son malos hábitos, que llamamos
vicios.
Virtudes cardinales
Prudencia: es la capacidad de conocer, en cada circunstancia,
lo que se debe hacer o evitar para conseguir un fin bueno, y elegir medios
apropiados para realizarlo. Para guiar el juicio de la conciencia, aplica
los principios morales al caso particular.
El hombre prudente decide y ordena según este juicio. Esta es la virtud por
excelencia.
Para ejercer la prudencia hay 8 partes integrales que son muy importantes.
Cinco pertenecen a lo intelectual y tres a la práctica:
Memoria: recordar los éxitos y fracasos del pasado ayuda a
orientar sobre lo que hay que hacer. La experiencia es madre de la ciencia.
Inteligencia: conocer el presente nos ayuda a discernir sobre
lo bueno o malo, conveniente e inconveniente.
Docilidad: saber pedir y aceptar consejo de personas que saben
más. Nadie puede saber todas las respuestas.
Sagacidad: disposición para resolver los casos urgentes cuando
no hay tiempo de pedir consejo.
Razón: cuando después de una meditación madura se resuelven
casos por sí mismos.
Providencia: parte principal de la prudencia, igual a
providencia, es fijarse en el fin que se pretende. Para actuar con
prudencia hay que ordenar los medios al fin.
Circunspección: es tomar en consideración las circunstancias
para juzgar según ellas, si es conveniente o no hacer o decir algo. Hay
ocasiones en que lo que se pretende es bueno y conveniente, pero debido a
las circunstancias, puede resultar negativo. Ej. Corregir a alguien cuando
hay personas ajenas presentes.
Cautela o Precaución: ante los impedimentos externos que pueden
ser obstáculos para conseguir lo que se pretende. Ej. Evitar la influencia
de las malas compañías.
Habrá momentos en que se podría prescindir de alguna de estas cosas, pero
si lo que se pretende es importante se deben tomar en cuenta todas ellas.
¡Cuántas imprudencias se cometen por no tomarse el trabajo de hacerlo!.
La prudencia se ejerce no solamente en lo personal, sino que también tiene
una parte social que se dirige al bien común y abarca el gobierno, la
política, la familia y lo militar.
Pecados contra la prudencia:
No buscar a Dios como valor supremo.
La imprudencia que se divide en tres:
La precipitación que es actuar inconsiderada y
precipitadamente, guiados por la pasión o capricho.
La inconsideración por la cual se desprecia o se descuida el
atender las cosas necesarias.
La inconstancia que es abandonar los propósitos por motivos sin
importancia.
La imprudencia nos puede llevar a aceptar una circunstancia que nos aleja
de Dios. O a buscar a Dios en un medio que no conduce a Él.
La negligencia que supone la falta de interés por actuar
eficazmente en lo que debe hacerse. Es diferente de la inconstancia porque
en ella no hay ni siquiera el interés por actuar. Cuando se refiere a algo
pertinente a la salvación, el pecado de negligencia es grave. No toda
negligencia es pecado contra la prudencia.
El don del Espíritu Santo que corresponde a esta virtud es el don
de consejo.
La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a
Dios y al prójimo lo que le es debido.
Es la virtud que equilibra nuestro trato con las demás personas. Es una
virtud muy compleja, una madeja con muchos hilos.
Para que se diga que alguien es justo hay que apartarse de cualquier mal
que dañe al prójimo o a la sociedad y hacer el bien debido al otro. No
basta con no hacer un mal, sino que hay que darle lo que se merece.
Tipos de justicia:
Conmutativa: dar a cada uno lo que merece. Y lo puede merecer
por contrato o por derecho adquirido.
General o legal: dar a la sociedad lo necesario para obtener el
bien común. Ej. Pagar impuestos para que haya hospitales.
Distributiva: dar lo necesario a cada miembro de la sociedad,
según sus derechos naturales o adquiridos.
Social: proteger los derechos naturales de la sociedad y de sus
miembros. Es decir, ni defender tanto a la sociedad que se perjudique a los
ciudadanos, ni defender tanto los derechos de los individuos que
perjudiquemos a otros y a la sociedad.
Vindicativa: restablecer la justicia lesionada. Porque quien
perjudica los derechos de otros tiene el deber de repararlos.
El don del Espíritu Santo correspondiente a esta virtud es el don
de piedad.
La fortaleza: es la virtud que asegura la firmeza y la
constancia en la búsqueda del bien, superando los obstáculos que se
presentan en el cumplimiento de las propias responsabilidades.
Cualquier hombre de bien puede tener esta virtud, pero en el caso del
cristiano esta virtud tiene que estar cimentada en el amor a Dios.
Pecados contra la fortaleza:
La pereza, que es madre de todos los vicios.
La comodidad excesiva, la ley de menor esfuerzo.
La impaciencia, la inconstancia, la terquedad, la insensibilidad o
dureza de juicio, la ambición, la vanagloria, la presunción, la
pusilanimidad.
El don del Espíritu Santo que corresponde a esta virtud es el don
de la fortaleza.
La templanza es la virtud que modera la atracción de los
placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura
el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los
límites de la honestidad.
Cuando decimos moderar nos referimos a controlar, no a reducir la cantidad.
No hay templanza en emborracharse sólo una vez cada tres meses, sino en
saborear el alcohol sin perder el dominio sobre sí mismo.
Hablamos de equilibrio, porque hay sistemas espartanos que llevan a la
excesiva rigidez y provocan verdaderos trastornos en la personalidad.
Los medios que ayudan a vivir la virtud de la templanza son:
Vigilar: porque los instintos no mueren.
Orar: porque el pecado original nos ha desequilibrado y la
concupiscencia actúa.
Sacrificio, porque los instintos hay que disciplinarnos con
esfuerzo y continuidad. Hay que caminar por la “senda derecha”.
El don del Espíritu Santo que corresponde a esta virtud es el don
del temor.
¿Cómo adquirir las virtudes?
Las virtudes no se adquieren de un día para otro, sino mediante el esfuerzo
diario, la repetición de actos buenos que nacen del corazón, pero no sólo
eso: forzosamente necesitamos de la ayuda de Dios, pues es muy fácil que,
debido al ambiente o la distracción, las utilicemos sólo para nuestra propia
conveniencia y nos quedemos sólo en los valores humanos.
Es cuestión de proponérnoslo y trabajar en ello. No nos dejemos vencer por
la cobardía, por los fracasos, por el respeto humano. Necesitamos ser
tenaces y perseverantes, esforzándonos continuamente por superarnos.
Confiando y aprovechando las gracias que Dios nos puede dar.
Si hacemos esto todos los días, nos daremos cuenta, de pronto, de que ya
hemos alcanzado las virtudes que tanto deseábamos y muchas otras que ni
siquiera habíamos imaginado.
Algunas personas te podrán decir que las virtudes son propias de los santos
pero no de las personas como nosotros. Que Dios ayuda a los santos y como
magia se convierten en personas virtuosas. Recuerda que las virtudes
morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Requieren de nuestro
esfuerzo y constancia. El hombre virtuoso es el que practica libremente el
bien. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1803-1845
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