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Para ellos todo era futuro. Oportunidades, ilusiones, proyectos. La
muerte era lo último en lo que pensaban; ni se les ocurría.
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Entre los sucesos
históricos de un año tan singular como el 2000, se contará el del Kursk. El
submarino ruso que sufrió un accidente, nunca aclarado, y se hundió. Moscú
tardó varios días en enviar una operación de rescate. Asunto simplemente
inexplicable. El resultado: 118 vidas, sepultadas en el fondo del mar.
Es natural que nos
preguntemos por qué suceden cosas así. Tal vez no nos interesa el trasfondo
político, enmascarado por los hechos. Pero algo nos duele. Asusta imaginar la
tensión que habrán vivido ahí dentro. El accidente. El paso de las horas en
oscuridad total. La humedad y la presión. Incomunicación. Incertidumbre. Y el
apagarse de las voces una a una.
Nos duele por esos
118 hombres. La mayoría eran jóvenes, con una familia, con un futuro. Patriotas
valientes que nunca regresaron de su aventura submarina. “No pudieron” ser
rescatados. Vimos por televisión a sus esposas, a sus padres, llorando en el
puerto, entre la indignación, la rabia y el desconsuelo. Alguien tendrá que
revelar a sus hijos que "papá no volverá de su viaje por el mar".
Cuando ya de poco servía, se rescataron cuatro cuerpos. Una multitud acompañó a
la procesión funeraria. Las viudas, los huérfanos, los compañeros del ejército.
Era la conciencia colectiva que quería gritar con su silencio: "¡No tenía
que haber sucedido así!" Las víctimas de este accidente han dejado un
vacío en la vida de los suyos y de su país. Nadie puede sustituir sus espacios
en el tablero del mundo.
El Kursk ocupó las
primeras planas durante varios días. Todo el mundo lo sabía. No era para menos.
Se trataba de un submarino nuclear ruso. Los 118 marinos murieron sirviendo a
su patria. Homenaje bien merecido.
Esto me llevó a
pensar que no es cierto que hoy en día no se aprecie la vida humana. El mundo
entero mostró indignación e interés por este incidente que costó la vida de
tantos hombres. Con la misma evidencia esto se revela cada vez que tiene lugar
una suceso similar: terremotos, huracanes, que han ganado fama a costa de
tantas vidas y poblados destruidos; atentados, accidentes aéreos...
¿Quién dice
entonces que no nos importa la vida? Lágrimas por la guerra en Tierra Santa.
Clamor popular y manifestaciones contra la violencia del terrorismo. Peticiones
de indulgencia para los condenados a la pena de muerte. Prevención ante
epidemias en Africa.
Está claro que
amamos la vida. La nuestra y las de los demás. Pero tal vez no todas las vidas
por igual. Si no, ¿por qué tanto silencio ante una tragedia peor que todas
aquéllas? ¿Cómo explicarnos tal indiferencia frente a la muerte de millones de
seres humanos que también merecen un homenaje?
Para ellos todo era
futuro. Oportunidades, ilusiones, proyectos. La muerte era lo último en lo que
pensaban; ni se les ocurría. Se sentían seguros y protegidos, en el calor del
vientre materno. Hablamos no sólo de rusos, mexicanos, españoles... sino de
personas de muchos países del mundo. Tal vez de todos. Se trata de inocentes
que no murieron en un accidente o a causa de un fenómeno natural.
Son víctimas a
quienes tal vez pocos lloran. Y aparentemente no se nota el espacio vacío que
dejan en el mundo. Sus restos no son depositados en una caja y llevados a un
cementerio. No ocupan los titulares de la prensa. No llenan estadios. No hay
homenaje para ellos. Jamás sabremos cuántos son, ni tendremos una lista con sus
nombres, pues quizás no llegaron a tenerlos. Pero ¿quién puede afirmar que
entre ellos no habría hombres y mujeres que marcarían la historia: futuros
gobernantes, pensadores, sacerdotes, artistas? Habría... pero alguien no lo
quiso así. Apenas probaron un poco de la aventura de vivir. Sólo pudieron
imaginar cómo sería el rostro de su madre y soñar con el mundo que escuchaban
ahí fuera, tan cerca.
Sí. Nos referimos a los millones de bebés que
el aborto ha hundido. Para ellos ya es demasiado tarde. No hace falta
enviar una operación de rescate. Pero para otros, miles y miles más, todavía
hay posibilidad. Podemos salvarlos y darles la oportunidad de seguir viviendo.
Vamos a demostrar que en verdad nos interesa la vida, cada vida humana. Que nos
duele que mueran los inocentes, como los marinos rusos del Kursk, como las
víctimas de tantas catástrofes y guerras, como todos aquellos que no pudieron
celebrar siquiera su primer cumpleaños. Este será el mejor homenaje para ellos.
Autor: Ignacio Sarre
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