"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 31 de diciembre de 2013

FELIZ 2014


Se termina el año 2013

Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios.

El tiempo pasa volando. Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios las satisfacciones. El pasado deja huella en la biografía que Dios tiene de mí.


El día de hoy podríamos considerar tres cosas:
a) El tiempo pasa.
b) La muerte se acerca.
c) La eternidad nos espera.

El tiempo pasa volando. Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios las satisfacciones. El pasado deja huella en la biografía que Dios tiene de mí.

La muerte se acerca. Cada día que pasa estoy más cerca de ella. Es necio no querer pensar esto. Muchos de los que murieron el año pasado se creían que iban a seguir vivos en éste, pero se equivocaron. Puede que este año sea el último de nuestra vida. No es probable, pero sí posible. Debo tenerlo en cuenta. En ese momento trascendental, ¿qué querré haber hecho? ¿Qué NO querré haber hecho? Conviene hacer ahora lo que entonces me alegraré de haber hecho, y no lo que me pesará haber hecho.

La eternidad nos espera. Nos preocupamos mucho de lo terrenal que va durar muy poco. Nos preocupamos de la salud, del dinero, del éxito, de nuestra imagen, etc. Todo esto es transitorio. Lo único que va a perdurar es lo espiritual. El cuerpo se lo van a comer los gusanos. Lo único que va a quedar de nosotros es el alma espiritual e inmortal.

Con la muerte no termina la vida del hombre: se transforma, como dice el Prefacio de Difuntos. Palabras de Santo Tomás Moro sobre la morada en el cambio de destino.

Los que niegan la vida eterna es porque no les conviene. Pero negarla no es destruirla. La verdad es lo que Dios nos ha revelado.


Hoy es el momento de hacer balance. No sólo económico, sino también espiritual y moral.

Hagamos examen del año que termina.

Sin duda que habrá páginas maravillosas, que besaremos con alegría.

Pero también puede haber páginas negras que desearíamos arrancar. Pero eso ya no es posible. Lo escrito, escrito está.

Hoy abrimos un libro nuevo que tiene todas las páginas en blanco. ¿Qué vamos a escribir en él?

Que al finalizar este año que hoy comienza, podamos besar con alegría cada una de sus páginas.

Que no haya páginas negras que deseemos arrancar.

Puede que en ese libro haya cosas desagradables que no dependen de nosotros.

Lo importante es que todo lo que dependa de nosotros sea bueno.

Pidamos a Dios que dirija nuestra mano para que a fin de año podamos besar con alegría todo lo que hemos escrito.

También es el momento de examinar todas las ocasiones perdidas de hacer el bien.

Ocasiones irrecuperables. Pueden venir otras; pero las perdidas, no se recuperarán.

Finalmente, demos gracias a Dios de todo lo bueno recibido en el año que termina.

De la paciencia que Dios a tenido con nosotros.

Y de su gran misericordia.
Autor: P. Jorge Loring SJ

lunes, 30 de diciembre de 2013

Fe cristiana y matrimonio

Para hablar de la visión cristiana del matrimonio, paradójicamente conviene comenzar insistiendo en el valor humano del mismo. Porque a veces hacemos falsas contraposiciones y llegamos a la conclusión de que el matrimonio, o tiene una dimensión religiosa o no es digno de llevar ese nombre.

Pues bien, hay que comenzar afirmando que una pareja que asume con todas sus consecuencias el com­promiso de entregarse mutuamente y vivir un pro­yecto de vida en común está haciendo un acto pro­fundamente digno de su condición humana: él y ella están, sencillamente, realizándose como personas hu­manas.

Toda visión cristiana del matrimonio hay que construirla a partir de esa convicción previa: porque dicha visión no es una negación del valor humano del matrimonio, sino una potenciación del mismo.

Tan grande es el valor humano del matrimonio y del amor entre los cónyuges que la revelación cris­tiana ha tomado ese hecho para hacernos comprender lo que es Dios y cómo se relaciona Dios con los suyos.

En efecto, ya en el Antiguo Testamento, y especialmente en los libros de los Profetas, se toma el amor y la fidelidad conyugal como expresión de lo que es el amor que Dios tiene por su pueblo y su fidelidad a la alianza que había establecido con éste. Y, al contrario, las mayores acusaciones contra el pueblo de Israel se centran en la falta de fidelidad de éste, que en ocasiones ha vuelto la espalda a Dios y se ha comportado como una prostituta, vendiéndose al mejor postor. (Pueden verse textos como Is 1, 21‑23; 54,4‑8; Jer 2,1‑2; Ez 16; Os 2,4­22).

Igualmente, en el Nuevo Testamento, Pablo recurre al amor conyugal para explicar las relaciones de Jesús con la Iglesia, es decir, con la comunidad de los que le han seguido haciendo suyo el Evangelio y esforzándose por ser testigos de este mensaje en medio del mundo (Ef 5,31‑33).

Es decir, que, cuando los autores sagrados quieren explicar nada menos que las relaciones de Dios con los suyos, no encuentran una realidad más válida que la del matrimonio.

Es cierto que la Biblia no habla mucho del matrimonio. Pero hay un texto muy importante, que los Evangelios ponen en boca de Jesús, pero que recoge toda la tradición que nace en el mismo relato de la creación de la pareja humana:

«Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser. Luego, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre» (Mc 10,7‑9; Mt 19,5‑6; en ellos se encuentra el eco de Gn 2,24).

En estas palabras subraya Jesús, ante todo, que el matrimonio, como toda realidad humana, ha salido de las manos de Dios. Eso el creyente lo sabe, aunque en la práctica muchos lo vivan (incluso entre los que creen) sin hacerse eco de ello. Pero estas palabras destacan además aspectos importantes del matrimonio: a) la profundidad y seriedad de la unión, hasta formar «un solo ser»; b) la autonomía de la pareja respecto de todo lo que le rodea, y concretamente de sus respectivas familias.


Una familia feliz porque ahí estaba Dios.

Una familia muy pobre, tenía lo elemental para vivir. Sin embargo, ha sido la familia más feliz. 


Ayer se celebro la fiesta de la Sagrada Familia. Una familia formada por José, María y el Niño Jesús. Era una familia muy pobre, tenía lo elemental para vivir. Sin embargo, ha sido la familia más feliz.

Feliz porque ahí estaba Dios. Una familia feliz porque ahí se rezaba todos los días. Feliz porque ahí se trabajaba con paz y con amor. Allí se amaba la vida, allí se amaban entre ellos con un grandísimo corazón.

¡Cuánto necesitamos nosotros que esa Sagrada Familia nos ayude a recuperar muchos valores familiares que se ha llevado el viento! 

¡Oh Familia de Nazareth, qué pocos elementos te bastaron para ser una familia feliz y hermosa! ¡Cómo necesitamos que vuelvas a injertar en nuestros hogares, en nuestros corazones, esa maravillosa gama de virtudes que tiene la familia! 

Todos los que quieran saber cuál es la familia más maravillosa deben visitar Nazareth, y preguntar a José a Jesús y a María cómo se puede ser feliz en familia.

Autor: P. Mariano de Blas LC


domingo, 29 de diciembre de 2013

PSICOLOGÍA DE LA PAREJA


La base sobre la que se construye la relación de pareja es la del enamoramiento. Esta dinámica afectiva particular es la que diferencia la relación de pareja de cualquier otro tipo de relación humana: relación de amistad, pateno‑filial, profesional, etc.

Sin esta base primera, la relación de pareja no tendría posibilidad de mantenerse en una dinámica de amor. El matrimonio quedaría reducido a otras funciones sociales, como podrían ser las de tipo económico (en otros tiempos fue en gran parte así, pues el matrimonio no era resultado del enamoramiento de los sujetos implicados, sino de la decisión de las familias, conforme a determinados intereses de clase).

El enamoramiento. En esa situación afectiva tan intensa y particular que es el enamoramiento interviene toda una serie de tendencias latentes, de imágenes idealizadas profundas que dormitan desde antiguo en cada sujeto. Son modelos inconscientes que se han ido construyendo desde la infancia y la adolescencia: ellos determinan el modelo de hombre o mujer que se desea. Cuando aparece alguien que parece coincidir con ese modelo (muchas veces no se sabe conscientemente por qué), se produce el «flechazo». Toda la dinámica afectiva tiende entonces a la presencia, a la cercanía y proximidad total, que encuentra su expresión más intensa en el encuentro de los cuerpos.

En la situación de enamoramiento se vive una afectividad tan intensa que inevitablemente produce una situación ilusoria. El amor es ciego, dice la sabiduría popular. Efectivamente, en la situación de enamoramiento se tiende a idealizar a la persona amada, de manera que no se ve en ella casi ningún tipo de limitación ni fallo. Esa idealización está producida por ese mundo de modelos inconscientes del que hablábamos arriba y que responde a las necesidades y deseos particulares de cada uno. El enamorado ve a la persona amada a través de ese cristal interno.
El enamoramiento, como hemos dicho, constituye la base de la vida de pareja. Pero, siendo indispensable, no es, sin embargo, suficiente. Es un punto de partida que tendrá que experimentar una maduración y transformación.

En primer lugar, cada uno debe ir integrando la realidad del otro, que nunca se acomoda totalmente a las fantasías, deseos y modelos inconscientes que movieron el primer enamoramiento. Ese margen de frustración puede crear una agresividad (antes totalmente negada) que ponga en peligro la relación amorosa. La persona amada gratifica y frustra, pues no existe nadie que pueda ser plena gratificación. Asumir esa realidad será un paso importante en la maduración de la pareja.

La pareja no está nunca totalmente hecha. Hay que construirla permanentemente en un compromiso mutuo en el que será indispensable un respeto fundamental a la realidad del otro, con sus diferencias y peculiaridades; una comunicación permanente para ir afrontando las dificultades inevitables que surgen; y, por último, una actitud de ternura para superar los conflictos que la vida en común trae siempre consigo.


A partir de la reflexión personal y de pareja os invito a recordar vuestro enamoramiento y cómo ha ido evolucionando y madurando.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Juan apóstol, amigo de Cristo

Juan se caracterizó por su gran amor a Cristo. Y es lo que yo necesito, amar a Dios, sentirlo cercano, necesario. 

Juan era hijo de Zebedeo, pescador de Betsaida y de Salomé, una de las mujeres que estuvieron al servicio de Jesús. Era hermano de Santiago, a quienes se les designaba con el título de "hijos del trueno". Fue discípulo de Juan el Bautista de donde pasó a ser seguidor de Cristo, convirtiéndose en uno de sus apóstoles preferidos, el "discípulo amado".
Parece ser que Juan vivió después de todo esto en Antioquía y en Efeso. Además de escribir el Evangelio, Juan escribió el Apocalipsis y tres cartas. Finalmente recordamos que fue el acompañante de María .

Entre todos los aspectos que podríamos señalar en S. Juan, vamos a quedarnos en esta meditación con esa realidad que le caracteriza tanto: su amor a Cristo.

En la vida de todo hombre están en disputa siempre una serie de valores que compiten entre sí por su primacía. Muchas veces en la esfera de la mente y de la razón se hace evidente para un cristiano que Dios es lo primero. Pero posteriormente en la esfera de lo existencial, de lo vital, del día a día, Dios se oscurece en la conciencia para dar paso a otras realidades que copan plenamente la energía, la atención, el pensamiento, la preocupación, hasta el punto de que se convierten así en las verdaderas razones de nuestro existir.

Es ésta una lucha constante y normal en nuestro interior. La realidad de Dios se ve frecuentemente vapuleada por otras realidades que la desplazan. Se termina teniendo tiempo para casi todo, pero no para Dios. Hay frases muy usadas y muy conocidas como "no tengo tiempo para el espíritu", "me es imposible ir a misa", "no encuentro tiempo para confesarme", "ya quisiera tener un minuto para poder leer el Evangelio o algún libro formativo". En el fondo de todo ello está la derrota del espíritu frente a la fuerza y empuje de lo material, de lo inmanente, de lo pasajero. A veces queremos reaccionar frente a esta situación, pero enseguida el tráfago de la vida y las ocupaciones nos apartan de nuestros propósitos.

Como consecuencia de todo ello, sentimos que el espíritu empieza a perder entusiasmo por Dios y nos encontramos cada vez más con un vacío que nos angustia y llena de culpabilidad. Es como si mascáramos el fracaso de una vida que, a medida que avanza, se siente más vacía. Y es que no podemos apagar la sed del espíritu, es que no podemos negar al corazón lo que el corazón necesita de veras, porque tras el olvido de Dios llega a continuación el poner en un lugar también secundario la familia, la esposa, los hijos, la honradez, la verdad. El fracaso del espíritu siempre arrastra tras sí a todo el hombre.

Todo ello hace comprender por qué Dios quiere ser Dios en nuestra vida o por qué el hombre no puede concebir una vida sin Dios. La medida de nuestra dicha, de nuestro gozo, de nuestra paz no puede ser otro que Dios. "Nos hiciste, Señor, para ti". Son palabras que han tenido, tienen y seguirán teniendo una fuerza y una verdad incontestables. Por más que los hombres se empeñen en llenar el vacío de Dios con otras realidades, nunca lo lograrán. Ahí está el porqué Dios es el Señor de nuestras vidas. Sería un suicidio querer plantear una vida y un futuro lejos de Él.

Pero no basta que Dios sea Dios en nuestra vida. Desde su realidad de Dios, Dios debe ser vivido como Padre, Amigo, Compañero, Confidente. Un Dios en quien se crea, pero que no afecte cordialmente a mi vida, con quien yo no tenga una relación personal e íntima, que yo no sienta a mi lado, nunca terminaría convirtiéndose en mi vida en lo primero. Puedo creer en Dios, puedo respetar a Dios, puedo temer a Dios, pero esto necesariamente no es amor. Y realmente lo que necesito es amar a Dios, es decir, sentirlo como persona, sentirlo cercano, sentirlo necesario.
Autor: P. Juan J. Ferrán.

viernes, 27 de diciembre de 2013

GLOBALIZACIÓN DE LA INDIFERENCIA


Autor: Pablo Cabellos Llorente

         Los vaticanistas han otorgado gran importancia a la primera Exhortación Apostólica del Papa Francisco. Cada uno ha resaltado aquello que presumiblemente interesaría más a sus lectores. De John Allen a Massimo Introvigne, pasando por Luigi Accattoli o Rafael Gómez Pérez han hecho sustanciosos comentarios a determinados aspectos: escrito programático, relaciones entre unos y otros católicos, descentralización de la Iglesia,  unión entre misión y justicia, la primordial necesidad de amar a Cristo, o el diagnóstico sobre la situación actual de las culturas. Quizá el fondo coincidente en todos es la necesidad de  la renovación de la transmisión y vida de las enseñanzas del Evangelio, por decirlo con frase de Gómez Pérez.

         No voy a buscar aquí el núcleo del documento, sino algo que me ha impactado y da título a estas líneas. Ahora, cuando tenemos muy presente la muerte de Mandela, quizá se pueden recordar unas palabras de otro luchador por la igualdad racial, Martin Luther King: no me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena. O esta frase de Chejov: la indiferencia equivale a una parálisis del alma, a una muerte prematura. Y es bien claro que el Obispo de Roma se duele en los dos sentidos: por la indiferencia de los "buenos" y por esa paralización del alma que supone la actitud del insensible. No es el eje de la exhortación, pero expresa muy bien algo que Francisco lleva el corazón y en la cabeza.

        Vale la pena leer este texto: "Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera". Antes ha escrito que ya no se trata de explotación del hombre sino de "desechos", "sobrantes". No es la primera vez que Francisco utiliza estas expresiones, pero el contexto de un documento oficial les presta mayor relieve.


        En un escrito tremendamente positivo, en el que se cita el vocablo alegría decenas de veces, llaman aún más la atención esos mandobles a la indiferencia ante la soledad, el dolor o la miseria ajenos. La clave se encuentra probablemente en expresiones como ésta:  "cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien". Y la solución, en el encuentro sincero con Cristo.

Todavía es tiempo de acercarse al portal...

Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita de un Dios hecho Niño y acostado en un pesebre. 
Autor: P. Sergio A. Córdova LC

Ya, felizmente, festejamos ayer esta fecha venturosa de Navidad. Todavía es tiempo de acercarse al portal, a visitar al Niño.

Todos guardamos en nuestra alma recuerdos entrañables de las fiestas navideñas: bellos recuerdos de nuestra infancia, y también de nuestra edad juvenil y adulta. Y es que, en este día todos nos hacemos un poco como niños. Y está muy bien que sea así, porque nuestro Señor prometió el Reino de los cielos a los que son como niños. Más aún, desde que Dios se hizo niño, ya nadie puede avergonzarse de ser uno de ellos.

¡Tantas cosas podrían decirse en un día como éstos! Pero no voy a escribir un tratado de teología. Me voy a limitar, amigo lector, a contarte una sencilla y bella historia. Espero que te guste.

Se cuenta que el año 1994 dos americanos fueron invitados por el Departamento de Educación de Rusia -curiosamente-, para enseñar moral en algunas escuelas públicas, basada en principios bíblicos. Debían enseñar en prisiones, negocios, en el departamento de bomberos y en un gran orfanato. En el orfanato vivían casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados por sus padres y dejados en manos del Estado. Y fue en este lugar en donde sucedió este hecho.

Era 25 de diciembre. Los educadores comenzaron a contarles a los niños la historia de la primera Navidad. Les hablaron acerca de María y de José llegando a Belén, de cómo no encontraron lugar en las posadas y, obligados por las circunstancias, tuvieron que irse a un establo a las afueras de Belén. Y fue allí, en una cueva pobre, maloliente y sucia, en donde nació Dios, el Niño Jesús. Y allí fue recostado en un pesebre.

Mientras los chicos del orfanato escuchaban aquella historia, contenían el aliento, y no salían de su asombro. Era la primera vez que oían algo semejante en su vida. Al concluir la narración, los educadores les dieron a los chicos tres pequeños trozos de cartón para que hicieran un tosco pesebre. A cada niño se le dio un cuadrito de papel amarillo, cortado de unas servilletas, para que asemejaran a unas pajas. Luego, unos trocitos de franela para hacerle la manta al bebé. Y, finalmente, de un fieltro marrón, cortaron la figura de un bebé.

De pronto, uno de ellos fijó la vista en un niño que, al parecer, ya había terminado su trabajo. Se llamaba Mishna. Tenía unos ojos muy vivos y estaría alrededor de los seis años de edad. Cuando el educador miró el pesebre, quedó sorprendido al ver no un niño dentro de él, sino dos. Maravillado, llamó enseguida al traductor para que le preguntara por qué había dos bebés en el pesebre. Mishna cruzó sus brazos y, observando la escena del pesebre, comenzó a repetir la historia muy seriamente. Por ser el relato de un niño que había escuchado la historia de Navidad una sola vez, estaba muy bien, hasta que llegó al punto culminante. Allí Mishna empezó a inventar su propio relato, y dijo: -"Y cuando María puso al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni papá, y que no tenía ningún lugar adonde ir. Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con Él. Le dije que no podía, porque no tenía ningún regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús. Y por eso pensé qué podía regalarle yo al Niño. Se me ocurrió que tal vez como regalo yo podría darle un poco de calor. Por eso le pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿ése sería un buen regalo para ti? Y Jesús me dijo que sí, que ése sería el mejor regalo que jamás haya recibido. Por eso me metí dentro del pesebre. Y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre".

Cuando el pequeño Misha terminó su relato, sus ojitos brillaban llenos de lágrimas y empapaban sus mejillas; se tapó la cara, agachó la cabeza sobre la mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo. El pequeño huérfano había encontrado a alguien que jamás lo abandonaría ni abusaría de él. ¡Alguien que estaría con él para siempre!

Esta conmovedora historia, ¡tiene tanto que enseñarnos! Este niño había comprendido que lo esencial de la Navidad no son los regalos materiales, ni el pavo, ni la champagne, ni las luces y tantas otras cosas buenas y legítimas. Lo verdaderamente importante es nuestro corazón. Y querer estar para siempre al lado de Jesús a través de nuestro amor, de nuestra fe, del regalo de nuestro ser entero a Él.

Dios nace en un establo, no en un palacio. Nace en la pobreza y en la humildad, no en medio de lujos, de poderes y de riquezas. Sólo así podía estar a nuestro nivel: al nivel de los pobres, de los débiles y de los desheredados.

Sólo si nosotros somos pequeños y pobres de espíritu podremos acercarnos a Él, como lo hicieron los pastores en aquella bendita noche de su nacimiento. Los soberbios, los prepotentes y los ricos de este mundo, los que creen que todo lo pueden y que no necesitan de nada ni de nadie -como el rey Herodes, los sabios doctores de Israel y también los poderosos de nuestro tiempo- tal vez nunca llegarán a postrarse ante el Niño en el pobre portal de Belén.

Ojalá nosotros también nos hagamos hoy como niños, como Mishna, como los pobres pastores del Evangelio, para poder estar siempre con Jesús.

Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita y el misterio insondable de un Dios hecho Niño y acostado en un pesebre. Sólo la contemplación extasiada y llena de fe y de amor es capaz de penetrar -o, mejor dicho, de vislumbrar un poquito al menos- la grandeza inefable de la Navidad. ¡El Dios eterno, infinito, omnipotente e inmortal, convertido en un Niño recién nacido, pequeñito, impotente, humilde, incapaz de valerse por sí mismo! ¿Por qué? Por amor a ti y a mí.

Para redimirnos del pecado, para salvarnos de la muerte, para liberarnos de todas las esclavitudes que nos oprimen y afligen.

Si Dios ha hecho tanto por ti, ¿qué serás capaz tú de regalarle al Niño Dios?


jueves, 26 de diciembre de 2013

Que siempre sea...Navidad

Navidad tiene que ser en nuestro corazón todos los días del año. ¡Qué raquítica y pobre será, si nuestra Navidad es tan solo por este día!

Oía yo con gusto y un poco de emoción, hace unos días, la letra de un villancico:

Tanto invento, tanto invento, ya no saben que inventar.
Jesús, diles Tu que inventen, una máquina de amar...

Así decía la canción: una máquina de amar... y me quedé pensando, "tal vez esa máquina, Jesús, ya la inventaste Tú hace muchos años, desde siempre, porque esa máquina es el corazón del hombre."

Lo que pasa es que esa "máquina" no está produciendo amor, sino egoísmo, orgullo, vanidad, ambición, rencor ,indiferencia y tantas y tantas cosas totalmente diferentes al amor.
Tenemos que volver a recuperar el verdadero sentido para el cual fue creado el corazón del hombre.
Y Tu, Jesús, vuelves a pasar por la Tierra y la voz de los ángeles se pierde en la noche de los tiempos diciendo:
¡Gloria a Dios en las alturas y en la Tierra , paz a los hombres de buena voluntad!
Jesús , hoy en los más apartados rincones de la Tierra, en todos los lugares de este bello planeta azul, hay hombres y mujeres y niños que piensan en ti y te adoran con el brillo de una lágrima en los ojos pidiendo esa PAZ que los ángeles anunciaron en día como este, hace ya muchos años.

Pero algo falla...algo nos está fallando y tal vez sea porque esta Paz solo la pedimos hoy.
Porque solo hoy celebramos la Navidad.
Solo hoy.
Solo hoy nos abrazamos.
Solo hoy tratamos de olvidar un poco los rencores.
Solo hoy nos toleramos.
Solo hoy nos sonreímos.
Solo hoy hablamos de amor y de paz.
Solo hoy es Navidad...
Mañana...

Navidad tiene que ser en nuestro corazón todos los días del año.

¡Qué raquítica y pobre será, si nuestra Navidad es tan solo por este día!

¡Qué pequeño nuestro agradecimiento a esa total donación de un Dios que llega a nosotros haciéndose Niño, haciéndose hombre!.

¡ Qué pena, Señor, tener una máquina en vez de un corazón!.

Qué pena que mañana... volvamos a lo mismo, al desacuerdo, a la intolerancia, a no poder perdonar, a no tener la humildad para pedir perdón, en una palabra, a no amar.

Todos los días tiene que haber la alegría de la Navidad en nuestro corazón.

Cuando Tu, Jesús, entras en él por medio del Milagro de la Eucaristía, estás naciendo en nuestra vida... ¡es Navidad!.

¡Una Navidad perpetua y constante! y así, ya está en marcha esa Máquina de Amar....
Autor: María Esther de Ariño.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Nacimiento de Cristo es mi nacimiento

El nacimiento de Jesucristo en Belén, es nuestro propio nacimiento a la vida celestial.

El chiquitín ha venido en medio de la noche callada. En un silencio total. En una soledad absoluta. Sólo su joven Madre y el bueno de José, a la luz de una lámpara de aceite, contemplan la carita celestial del recién nacido. En medio de tanta pobreza y humildad, están gozando como no ha disfrutado hasta ahora nadie en el mundo. -

¡Mi niño!, grita María mientras le estampa enajenada su primer beso... -¡Qué lindo, qué bello!, exclama extasiado José. Entre tanto --vamos a hablar así--, Dios no se aguanta más. Tiene prisa por anunciar a todos el nacimiento de su Hijo hecho hombre, y manda a sus ángeles que lo pregonen bien. Se avanza un ángel y desvela a los pastores, mientras les grita con alborozo:
- ¡Os anuncio una gran alegría! ¡Os ha nacido en Belén un salvador!
Se rasgan entonces los cielos, aparece todo un ejército de la milicia celestial, que van cantando por el firmamento estrellado:
- ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres amados de Dios!...

A este Jesús, le felicitamos de corazón: -¡Cumpleaños feliz! ¡Por muchos años! ¡Por años y por siglos eternos!...

Hasta aquí, todos de acuerdo, ¿no es así?
Pero, ¿es verdad que nos podemos felicitar también nosotros, y que nos felicitamos de hecho nuestro propio cumpleaños?... Dos antiguos Doctores de la Iglesia, y de los más grandes, como son Ambrosio y León Magno, lo expresaron de la manera más elocuente y precisa.

San Ambrosio exclama en su Liturgia de Navidad:
-¡Hoy celebramos el nacimiento de nuestra salvación! ¡Hoy hemos nacido todos los salvados!... Tiende su mirada más allá de la Iglesia, y felicita al mundo entero: -Hoy en Cristo, oh Dios, haces renacer a todo el mundo.

Y el Papa San León Magno, con su elegancia de siempre, dice también:
- ¿Sólo el nacimiento del Redentor? ¡También nuestro propio nacimiento! El nacimiento de Cristo es el nacimiento de todo el pueblo cristiano. Cada uno de los cristianos nace en este nacimiento de hoy.

Tiene razón la Iglesia al cantar en uno de los prefacios de Navidad: -De una humanidad vieja nace un pueblo nuevo y joven...
Porque el Hijo de Dios, al hacerse hombre, nos hace a todos los hombres hijos de Dios. El nacimiento de Jesucristo en Belén, es nuestro propio nacimiento a la vida celestial. Es nuestro cumpleaños también. ¡La enhorabuena a todos!...

Una felicitación de la que no es excluido nadie, desde el momento que todos somos llamados a la salvación. Ese mismo Papa de la antigüedad y Doctor de la Iglesia, San León Magno, felicita a todos con un párrafo que es célebre:
- ¡Felicitaciones, carísimos, porque ha nacido el Salvador! No cabe la tristeza cuando nace la vida. Si eres santo, ¡alégrate!, porque tienes encima tu premio. Si eres pecador, ¡alégrate!, porque se te ofrece el perdón. Si eres un pagano todavía, ¡alégrate!, porque eres llamado a la vida de Dios.

Una familia cristiana de Viena, a mitades del siglo dieciocho, celebró la Navidad de una manera singular. Aquel matrimonio tan bello recibía cada hijo como el mayor regalo de Dios. Apenas la esposa sentía los primeros síntomas, el esposo sacaba del armario los cirios de los niños anteriores y quedaban prendidos durante todo el rato que se prolongaba la función augusta del alumbramiento. Los cirios correspondían a los ángeles custodios de los hijos, que velaban este momento solemne. Cuando había llegado el bebé, se apagaban los cirios y se guardaban hasta que viniese otro vástago al hogar. En esta Navidad se prendieron nueve cirios. El primero se había hecho bastante corto, pues había alumbrado la estancia muchas veces anteriormente. El más alto, el prendido ahora por primera vez, correspondía a Clemente, el niño que venía entre las alegrías navideñas, bautizado a las pocas horas, y conocido hoy en la Iglesia como San Clemente María Hofbauer...

Este niño, que iba a ser un gran santo, es el símbolo de una realidad que se repite tantas veces en las familias cristianas. Con nuestra venida al mundo en el seno de la Iglesia, al recibir el Bautismo, repetimos todos el hecho de Belén. Cristo nace en un nuevo cristiano. Jesús y nosotros celebramos nuestro cumpleaños en el mismo día...

¡Felicidades a todos! ¡Felicidades!
Y que repitamos este cumpleaños, el de Jesús y nuestro, por muchas Navidades más....
Autor: Pedro García, misionero Claretiano.

lunes, 23 de diciembre de 2013

ENTENDER LA NAVIDAD

Autor: Pablo Cabellos Llorente
        La Navidad se hace notar con adornos y luces, música en los centros comerciales y hogares engalanados con el Nacimiento y el Árbol. Pero también sucede esto que ha escrito recientemente el Papa: "El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien". Y quizá ocultamos lo que nos dice Francisco con algún detalle solidario para acallar el exceso de consumo navideño, mientras existe una multitud sin pan ni techo.
        También firma el Papa que la solidaridad se ha deteriorado: en muchos casos, se ha trocado en tapabocas de la conciencia  viviéndose de modo puntual, y no como una actitud permanente del alma. Pues justamente la Navidad viene a recordarnos esto, porque nos muestra el comienzo del andar terreno de Jesús, caracterizado por la pobreza, el desprendimiento, la sobriedad, la sencillez. Debemos celebrar la fiesta, pero adecuada a la alegría del Evangelio,  no surgida precisamente de lujos ni excesos, sino derivada de escuchar la voz de Dios y  de los demás, en especial, la de los pobres con penurias diversas: hogar, comida, salud, educación o  lejanía de Dios,  la peor de las privaciones.
        La Navidad nos afecta en lo más hondo de nosotros mismos. Ha cambiado nuestra existencia porque "El Verbo de  Dios se ha hecho hijo del hombre -escribe san Ireneo-, para que el hombre, unido al Verbo, recibiera la adopción y llegara a ser hijo de Dios". Tal evento inunda la pintura y la escultura, el cine y el teatro, la música y las costumbres populares. Es bien razonable, porque comienza el andar terreno de Jesús que dará un toque divino a cualquier tarea humana, porque todas  han sido asumidas por el Dios  hecho uno de nosotros. Pensaba escribir que asume las ocupaciones honestas del hombre, pero sobra el calificativo porque cualquier tarea deshonrosa no es humana, sino destructora del hombre.
         San Josemaría que, con luces de Dios, penetró intensamente en el misterio de la Encarnación del Verbo, predicaba: "He procurado siempre al hablar delante del Belén, mirar a Cristo Señor nuestro de esta manera, envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre. Y cuando todavía es Niño y no dice nada, verlo como Doctor, como Maestro. Necesito considerarle de ese modo: porque debo aprender de Él. Y para aprender de Él, hay que tratar de conocer su vida: leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas que el Nuevo Testamento nos relata, con el fin de penetrar el sentido divino del andar terreno de Jesús", un camino que discurre desde sus inicios por una indigencia brutal, motivo por el que incluirá, entre los sucesos extraordinarios de su vida, éste: se anuncia el evangelio a los pobres.
        Dijo Benedicto XVI que nadie decide ser cristiano por una teoría o doctrina, sino por el encuentro con una Persona: Jesucristo. Y ser cristiano ha de traducirse en una manera de vivir que empape la entera existencia, precisamente porque el encuentro con el Rabí de Nazaret conduce a un talante vital nuevo, el de otro Cristo. Tanto el Jesús de los treinta años oculto como el Jesucristo callejero de la vida pública. La primera etapa de su vida silenciosa, es un grito a la valía de la existencia ordinaria de los hombres. La etapa pública de caminante incansable, de misericordia desbordante, de predicación sublime nos mueve a llevarlo a todas partes a través de nuestra vida corriente de trabajo y familia o en cualquier otra circunstancia. Las dos se sintetizan en la conducta nuestra: podemos descubrir ese algo divino que en los detalles se encierra -la expresión pertenece también al fundador del Opus Dei-, santificar todas las faenas nuestras, mientras salimos a las periferias -conocido enunciado de Francisco- buscando a los hambrientos de pan y de Dios, a los pobres y abatidos del mundo.

        San Pablo escribió a los de Filipo estas frases llenas de divino sentido: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo".  Así caminó  hasta el final, siendo aquel siervo doliente profetizado que avanzará hasta la cruz con el bagaje de los pecados humanos. Ese Niño nace para morir. El resto de los hombres morimos porque nacemos, pero él se llega a este mundo buscando la muerte redentora. Cuando cantamos en Navidad, lo hacemos al Rey del mundo que nace en un pesebre para morir en una cruz. Son días para orar, leer despacio el Evangelio, buscarle en la Confesión y en la Eucaristía. Ayudados por María y José, es hora de mirar a ese Niño y cambiar. 

El buey y el asno, junto al pesebre

Los rostros del buey y el asno nos miran esta Navidad y nos hacen una pregunta: ¿Comprendes tú la voz del Señor? ¿Volverás a casa llenos de alegría? 

Benedicto XVI, cuando aún no era Papa, escribió varios textos dedicados a la Navidad en el libro Imágenes de la esperanza.

En la cueva de Greccio (Es una pequeña localidad situada en el valle de Rieti, en Umbría, no muy lejos de Roma ) se encontraban aquella Nochebuena, conforme a la indicación de san Francisco de Asis, el buey y el asno: «Quisiera evocar con todo realismo el recuerdo del niño, tal y como nació en Belén, y todas las penalidades que tuvo que soportar en su niñez. Quisiera ver con mis ojos corporales cómo yació en un pesebre y durmió sobre el heno, entre un buey y un asno».

Desde entonces, el buey y el asno forman parte de toda representación del pesebre. Pero, ¿de dónde proceden en realidad? Como es sabido, los relatos navideños del Nuevo Testamento no cuentan nada de ellos. Si tratamos de aclarar esta pregunta, tropezamos con uno hechos importantes para los usos y tradiciones navideños, y también, incluso, para la piedad navideña y pascual de la Iglesia en la liturgia y las costumbres populares.


El buey y el asno no son simplemente productos de la fantasía piadosa. Gracias a la fe de la Iglesia en la unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento, se han convertido en acompañantes del acontecimiento navideño. De hecho, en Isaías 1,3 se dice: Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne.

Los Padres de la Iglesia vieron en estas palabras una profecía referida al nuevo pueblo de Dios, la Iglesia constituida a partir de judíos y gentiles. Ante Dios, todos los hombres, judíos y gentiles, eran como bueyes y asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les ha abierto los ojos, para que ahora reconozcan la voz de su Dueño, la voz de su Amo.

En las representaciones navideñas medievales, sorprende continuamente cómo a ambos animales se les dan rostros casi humanos; cómo, de forma consciente y reverente, se ponen de pie y se inclinan ante el misterio del Niño. Esto era lógico, pues ambos animales eran considerados la cifra profética tras la que se esconde el misterio de la Iglesia -nuestro misterio, el de que, ante el Eterno, somos bueyes y asnos-, bueyes y asnos a los que en la Nochebuena se les abren los ojos, para que en el pesebre reconozcan a su Señor.


Pero, ¿lo reconocemos realmente? Cuando ponemos en el pesebre el buey y el asno, debe venirnos a la mente la palabra entera de Isaías, que no sólo es buena nueva -promesa de conocimiento venidero-, sino también juicio sobre la presente ceguedad. El buey y el asno conocen, pero «Israel no conoce, mi pueblo no discierne».


¿Quién es hoy el buey y el asno, quién es mi pueblo que no discierne? ¿En qué se conoce al buey y al asno, en qué a mi pueblo? ¿Por qué, de hecho, sucede que la irracionalidad conoce y la razón está ciega?

Para encontrar una respuesta, debemos regresar una vez más, con los Padres de la Iglesia, a la primera Navidad.


¿Quién no conoció? ¿Por qué fue así?
·  Quien no conoció fue Herodes: no sólo no entendió nada cuando le hablaron del Niño, sino que sólo quedó cegado todavía más profundamente por su ambición de poder y la manía persecutoria que le acompañaba.
·  Quien no conoció fue, «con él, toda Jerusalén». Quienes no conocieron fueron los hombres elegantemente vestidos, la gente refinada. Quienes no conocieron fueron los señores instruidos, los expertos bíblicos, los especialistas de la exégesis escriturística, que desde luego conocían perfectamente el pasaje bíblico correcto, pero, pese a todo, no comprendieron nada.

Quienes conocieron fueron -comparados a estas personas de renombre- bueyes y asnos: los pastores, los magos, María y José. ¿Podía ser de otro modo? En el portal, donde está el Niño Jesús, no se encuentran a gusto las gentes refinadas, sino el buey y el asno.


Ahora bien, ¿qué hay de nosotros? ¿Estamos tan alejados del portal porque somos demasiado refinados y demasiado listos? ¿No nos enredamos también en eruditas exégesis bíblicas, en pruebas de la inautenticidad o autenticidad del lugar histórico, hasta el punto de que estamos ciegos para el Niño como tal y no nos enteramos de nada de Él? ¿No estamos también demasiado en Jerusalén, en el palacio, encastillados en nosotros mismos, en nuestra arbitrariedad, en nuestro miedo a la persecución, como para poder oír por la noche la voz del ángel, e ir a adorar?


De esta manera, los rostros del buey y el asno nos miran esta noche y nos hacen una pregunta: Mi pueblo no entiende, ¿comprendes tú la voz del Señor? Cuando ponemos las familiares figuras en el nacimiento, debiéramos pedir a Dios que dé a nuestro corazón la sencillez que en el Niño descubre al Señor -como una vez San Francisco en Greccio-. Entonces podría sucedernos también -de forma muy semejante a san Lucas cuando habla sobre los pastores de la primera Nochebuena-: todos volvieron a casa llenos de alegría.
Autor: Joseph Ratzinger


domingo, 22 de diciembre de 2013

Navidad... una vez más Señor


La Navidad no es solo para una noche y de esta noche un ratito y tal vez mañana otro poquito. Es mucho más...es todos los días. 


Una vez más hemos limpiado la casa. Hemos pulido los metales, hemos abrillantado las maderas. 

Una vez más hemos sacudido el polvo, hemos encendido las luces...

Una vez más hemos hecho estrellas de papel plateado, hemos colgado guirnaldas, una vez más está engalanado el árbol de Navidad, una vez más, Señor, tienen nuestra casa ambiente de fiesta navideña. 

Una vez más hemos andado con el vértigo del tráfico, de acá para allá buscando regalos y una vez más, Señor, hemos dispuesto la mesa y preparado la cena con esmero... una vez más, Señor...

Y una vez más todo esto pasará y será como fuego de artificio que se pierde en la noche de nuestras vidas, si todo esto ha sido meramente exterior. Si no hemos encendido la luz de Tu amor en nuestro corazón. Si nuestra voluntad no se inclina ante ti y te adora incondicionalmente. 

Tu no quieres tibios , ya lo dijiste cuando siendo hombre habitabas entre nosotros, no quieres "medias tintas", a ratos si y a ratos no. Trajiste la paz pero también la guerra. La guerra dentro de nosotros mismos para vencer nuestro egoísmo, nuestra soberbia, nuestra envidia, nuestra gran pereza para la entrega total.

La Navidad no es solo para esta noche y de esta noche un ratito y tal vez mañana otro poquito. Es mucho más que eso, es todos los días, todos los meses y todos los segundos del año en que tenemos que vivir la autenticidad de nuestro Credo.

Ser auténticos con nuestra Fe no solo es: no robar, no matar, no hacer mal a nadie. Busquemos en nuestro interior y veamos esos pecados de omisión: el no hacer el bien, el no preocuparnos de los que están a nuestro lado, del hermano que nos tiende la mano y hacemos como que no lo vemos, como que no lo oímos... Veamos si en nuestra vida hay desprendimiento y generosidad o vivimos solo para atesorar y cuando nos parece que tenemos las manos llenas, las tenemos vacías ante los ojos de Dios. 

Que esta Noche sea Nochebuena de verdad en nuestro corazón. Vamos a limpiar y quitar el polvo del olvido para las buenas obras. Vamos a colgar para siempre la estrella de la humildad donde antes había soberbia, vamos a poner una guirnalda de caridad donde antes había desamor.

Vamos a cambiar nuestra vida interior fría y apática, por una valiente y plena de autenticidad. Vamos a darte, Señor, lo que viniste a buscar en los hombres una noche como esta hace ya muchos años: limpieza de corazón y buena voluntad.

Empezamos esta pequeña reflexión con: Una vez más Señor... pues bien, ya no será una vez más, será: Siempre más, Señor. 

Y como es una Noche muy especial, en nuestra primera oración, en nuestra primera conversación contigo te pedimos:

POR LOS ENFERMOS, POR LOS QUE NADA TIENEN Y NADA ESPERAN, POR LA PAZ EN EL MUNDO, POR LOS QUE TIENEN HAMBRE, POR LOS QUE TIENEN EL VACÍO DE NO SER QUERIDOS, POR LOS QUE YA NO ESTÁN A NUESTRO LADO, POR LOS NIÑOS Y LOS JÓVENES, POR LOS MATRIMONIOS, POR EL PAPA FRANCISCO, POR EL PAPA EMERITO BENEDICTO XVI, POR LA IGLESIA, POR LOS SACERDOTES. 
A TODOS DANOS TU BENDICIÓN Y PARA TODOS LOS LECTORES DE CATHOLIC.NET, UNA MUY FELIZ NAVIDAD.

Autor: Ma Esther De Ariño




sábado, 21 de diciembre de 2013

FERMENTO DE DIOS

Autor: Pablo Cabellos Llorente

        El Papa Francisco es tremendamente realista. Reconoce que muchos católicos no leen u olvidan enseguida la documentación elaborada por el Santo Padre o por los obispos. Pero esa consideración del ambiente no le impide cantar las verdades del barquero en la Exhortación Apostólica "Evangelii Gaudium", que él mismo considera programática. Aunque voy a detenerme solamente en la Introducción, tomo el título de un punto mucho más adelantado del escrito porque, de un modo u otro, es deliberadamente reiterativo para recordar la misión apostólica de los cristianos.
        Efectivamente, en el n. 114, escribe: "Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del Padre. Esto implica ser el fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio".  Desde el inicio de la Exhortación viene insistiendo en ese tema desde diversos puntos de vista.
        Al comienzo escribe que la alegría del Evangelio llena la vida de los que se encuentran con Jesús. Sólo así, con Cristo, la Iglesia, el entero Pueblo santo, puede cumplir con su misión de mostrar al mundo el rostro de Dios. Por eso, inmediatamente comenta los riesgos del cristiano para vivir la vida recibida en el bautismo y llevarla a todas partes. El primer riesgo es nuestra propia debilidad pero, lleno de esperanza y para colmarnos de ella a todos, dice entre otras muchas cosas: "No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!" No se cansa de hacernos ver de mil maneras la Misericordia de Dios. Para volver a dejar claro el origen de nuestra fuerza, escribe con palabras de Benedicto XVI: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva".
        Sólo así podremos ser fermento de la humanidad, no para poseerla o dominarla, sino para servir a la causa de Dios, que nunca roba nada al hombre, sino que le da todo, vela siempre por la causa del hombre, aunque en ocasiones no lo entendamos así. E inmediatamente escribe que el bien debe comunicarse. Rememora aquellas palabras que Pablo de Tarso escribe sobre sí mismo: ¡ay de mi si no anunciara el Evangelio! Y recuerda a todos que cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal. Así es, porque la acción de Dios en el hombre no destruye nada de cuanto es humano, sino que lo potencia y refuerza. Ante esa labor, la consecuencia más inmediata es la alegría del evangelizador, añadiendo con sentido del humor que quien la realiza  no puede tener cara de funeral.
        Hemos de ver, cada día con luces nuevas, la extraordinaria novedad del Evangelio, la palpitante y deslumbradora figura de Cristo, que continua vivo y activo en  quien lo busca. Me vienen a la mente unas palabras de San Josemaría, que andaba siempre impulsando a todos los hombres a ofertar a ese Jesús vivo, por el que se sintió fascinado desde muy joven, como afirmó Juan Pablo II. Me refiero ahora a estas frases: "Cristo vive. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia". El Papa escribe: "Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece".
        Con esa clara conciencia -sin méritos propios, pero con la fortaleza de Dios-, los cristianos debemos caminar por el mundo con una ciencia que nunca falla, con la sabiduría de  que nunca ofertamos algo vetusto, ni mercancía averiada, ni tampoco triste. No descuidamos la memoria de nuestra fe, nuestra historia como pueblo, pero es una memoria agradecida que nos lanza hacia adelante, que nos mantiene siempre actuales con la perenne juventud de Dios.
        Desde estas coordenadas, nos convoca a todos  sin exclusión alguna. A partir de ahí, Francisco traza el plan de su Exhortación programática que, abarcando muchas cuestiones actualísimas, pienso que tienen su base en lo que va escrito. De ahí parte lo que denomina "Iglesia en salida", es decir una Iglesia en la que están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de su misión evangelizadora, una nueva «salida» misionera que emplaza a todos.  El Papa ha hecho resonar con fuerza las palabras de Jesús en la parábola: salid a los cruces de los caminos y llamad a las bodas a cuantos encontréis.


Navidad: alguien que me espera con cariño

Sí, todos estamos invitados a acudir ante un Niño en la cuna que nos espera, que nos conoce, que nos necesita. 

Produce una gozosa paz en el alma saber que alguien nos espera, nos ama, nos busca. Significa que nuestra vida tiene sentido, que somos importantes para otro, que no vivimos simplemente por inercia, que hay una meta hermosa por la que vale la pena nuestro esfuerzo.

Al dirigir sus palabras de felicitación en la Navidad del año 1965, el entonces Papa Pablo VI imaginaba cómo desde la cuna de Belén se producía una llamada universal: "¡Venid, venid todos!". Hablaba con el calor de un padre que se dirige a sus hijos: "¡Venid, que sois esperados! ¡Venid, que sois conocidos! ¡Venid, que hay algo maravillosamente bueno preparado para vosotros! ¡Venid!".

Sí, todos estamos invitados a acudir ante un Niño en la cuna que nos espera, que nos conoce, que nos necesita. Descubrimos entonces que la vida tiene un sentido hermoso, magnífico: Dios ha puesto su tienda entre nosotros para buscar a cada uno de sus hijos.

¿También me espera a mí si he sucumbido ante el pecado, si he dejado crecer el egoísmo, si me he cegado por la codicia, si he pactado con los desórdenes de la carne? Sí, también a mí, y quizá precisamente con más anhelos. Jesús Niño es ya, entre sus movimientos infantiles, un gran médico ansioso por curar heridas y devolver esperanzas.

En cada Navidad la llamada se repite. Han pasado años y siglos desde el anuncio de los ángeles a los pastores: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2,11). Pero no ha pasado la actualidad de esa invitación. Cada generación humana, también la nuestra, necesita acudir a quien, de verdad, puede salvarnos del mayor de los males: el pecado.

El mundo moderno está sumergido en prisas y en angustias. Muchos no alcanzan a escuchar la llamada. A pesar de todo, la Voz sencilla de un Niño sigue resonando entre nosotros. Los oídos atentos, los corazones despiertos, alcanzan a escuchar un murmullo humilde, una invitación constante y respetuosa.

Es entonces cuando puedo descubrir que Alguien me espera con cariño. Llega el momento de ponerme en camino hacia la gruta. En ella encontraré a un Niño enamorado, a su Madre buena, y a tantos hombres y mujeres que han acogido la gran noticia: Dios nos ama. Sí: ¡venid, venid todos!

Autor: P. Fernando Pascual LC

viernes, 20 de diciembre de 2013

Carta al Niño Dios

Quiero adelantarme a los pastores y a los Reyes Magos. Quiero llegar aquí cada mañana el primero.

Querido Niño Jesús:

Te tengo aquí presente en este rato de adoración. Pienso en ti y te pienso. Sí, parece lo mismo pero en realidad no lo es. Muchas veces pienso en ti, me acuerdo de ti, pero no te pienso. Es como decir que falta algo de camino para que de mi mente llegues a mi corazón. Bueno, en realidad estoy enamorado de ti, pero mucho menos de lo que tú lo estás de mí. Y ese es el camino que quiero recorrer. En el fondo tú ya estás en mi corazón y yo, quizás, ni siquiera he llegado al mío porque me falta tanto amor.

Te agradezco

Hoy quiero agradecerte este esfuerzo de salir de tu cielo para venir a nuestra tierra, a mi tierra de cada día. Tanto tiempo peregrinos en busca de la Tierra Prometida y ahora en ti descubro esa promesa, ese amor, esa ternura: Dios con nosotros, Dios conmigo, Dios para mí, en una cueva, en Belén.

Te tengo en la Eucaristía. Te miro y me miras. No sé quién tiene más admiración, si yo de ti o tú de mí. Me amas y te amo. Naciste ya hecho Eucaristía, hecho pan para comerte, tanta fue tu ternura. Naciste en Belén, que quiere decir "Casa del Pan". Y con razón María te quería comer a besos. Eucaristía anticipada por aquella que te dio la vida.

¿Qué me dices, qué te digo?

Esto es lo que me dices hoy: hay que dar la vida, hacerse alimento para los demás. Cada día dejarse comer, ser Eucaristía para los hombres mis hermanos, tus hermanos. En tu cueva encuentro el ejemplo para lograrlo: la humildad del lugar, el silencio de la noche, la pobreza que elegiste, la mejor compañía: María y José. ¡Qué bien se está aquí contigo! Es una auténtica transfiguración: tu gloria se dibuja en tu pequeñez, tu amor en la sencillez y tu fuerza en tu debilidad. Tres virtudes que deben resonar en mi vida pero la verdad, ¡qué pronto se me olvidan!

Por eso quiero mirarte y aprender de ti como un espejo de amor. Que tu sonrisa me haga sonreír. Que tu sueño me dé paz, que tu silencio me haga aprender a escuchar.

Quiero adelantarme a los pastores y a los Reyes Magos. Quiero llegar aquí cada mañana el primero. Suena egoísta pero es que necesito verte, tocarte, olerte y besarte. Eres carne de mi carne, uno como yo, ¡eres real! Quiero que esta experiencia me acompañe durante el día. ¡He tocado, he visto, he abrazado el Verbo de Dios! ¡Ha dormido en mis brazos y ha llorado junto a mí y por mí!

Ser consuelo de tu corazón es mi mayor deseo. Verte dormir mi mayor paz. Ojalá pudiese vivir mi sacerdocio consolándote y diciéndote: "descansa, ahora me toca a mí". Pero en el fondo sé que tu corazón siempre está velando y soy yo el que es cuidado por ti. Al menos déjame intentarlo, déjame ser consuelo para tu corazón.

¿Qué te puedo regalar?

Con la emoción de verte entre nosotros, Jesús, no te he traído un regalo. ¡Qué despiste! Otros llegarán al rato con regalos preciosos del lejano oriente o con humildes ofrendas de pastor. Y yo, ¿qué te puedo regalar? Mi vida es tuya, ya lo sabes. Te la entregué hace más de 20 años. Soy pobre, aunque no tanto como tú. Algo debe quedarme, seguramente mi corazón te puede ofrecer un mayor amor, un esfuerzo más delicado en mi servicio, un desprendimiento más generoso cada día para encontrarme contigo, superando cansancio, tristeza, miedos y apegos. Sí, creo que este será mi regalo. Te dejaré aquí mi corazón para que te dé calor, te consuele, te entretenga y te alegre. Así cada día tendré que volver temprano en la mañana para alimentarme de tu amor, de tu mirada y de tu bondad. Con tu corazón en el mío caminaré más rápido, haré más bien al mundo, me amaré mejor y amaré a más personas.

Nos unimos en la Eucaristía

La Eucaristía que celebro cada día será nuestro encuentro, nuestro regalo, nuestro alimento y nuestro recuerdo. Nos uniremos y ya no tendremos dos corazones, sino que el mío se fundirá en el tuyo, mi voluntad en la tuya, mi mirada la de tus ojos, mi ternura la de tu amor.

Belén, casa del Pan, cueva silenciosa del milagro de Dios entre los hombres. Eucaristía anticipada hecha vida, ternura y gozo. En tu humilde morada dejo mi corazón en el pesebre.

Despedida

Me retiro antes de que lleguen los pastores. Me voy sin mi corazón pero sí con el tuyo. Qué gran regalo he recibido a cambio de lo poco que te dejo. Tu amor en mi pecho y el mío en tu pesebre. Descansa, duerme tranquilo. Mañana regreso de nuevo. Tu sacerdote por siempre, P. Guillermo Serra, L.C.

NB: no pienses que no me he dado cuenta, ¡tienes la madre más hermosa del mundo!

Autor: P. Guillermo Serra, LC
Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre el autor y la fuente www.la-oracion

jueves, 19 de diciembre de 2013

¿Qué significa para el Papa la Navidad?

Nos habla de la ternura y de la esperanza. Dios, al encontrarse con nosotros, nos dice dos cosas... 

Fragmento de la entrevista con papa Francisco sobre la Navidad, martes, 10 de diciembre


Es el encuentro con Jesús.

Dios siempre ha buscado a su pueblo, lo ha guiado, lo ha custodiado, ha prometido que le estará siempre cerca. En el Libro del Deuteronomio leemos que Dios camina con nosotros, nos guía de la mano como un papá con su hijo.

Esto es hermoso. La Navidad es el encuentro de Dios con su pueblo. Y también es una consolación, un misterio de consolación. Muchas veces, después de la misa de Nochebuena, pasé algunas horas solo, en la capilla, antes de celebrar la misa de la aurora, con un sentimiento de profunda consolación y paz. Recuerdo una vez aquí en Roma, creo que era la Navidad de 1974, en una noche de oración después de la misa en la residencia del Centro Astalli. Para mí la Navidad siempre ha sido esto: contemplar la visita de Dios a su pueblo.


¿Cuál es el mensaje de la Navidad para las personas de hoy?

Nos habla de la ternura y de la esperanza. Dios, al encontrarse con nosotros, nos dice dos cosas.
·  La primera: tengan esperanza. Dios siempre abre las puertas, no las cierra nunca. Es el papá que nos abre las puertas.
·  Segunda: no tengan miedo de la ternura. Cuando los cristianos se olvidan de la esperanza y de la ternura se vuelven una Iglesia fría, que no sabe dónde ir y se enreda en las ideologías, en las actitudes mundanas. Mientras la sencillez de Dios te dice: sigue adelante, yo soy un Padre que te acaricia.

Tengo miedo cuando los cristianos pierden la esperanza y la capacidad de abrazar y acariciar. Tal vez por esto, viendo hacia el futuro, hablo a menudo sobre los niños y los ancianos, es decir los más indefensos. En mi vida como sacerdote, yendo a la parroquia, siempre traté de transmitir esta ternura, sobre todo a los niños y a los ancianos. Me hace bien, y pienso en la ternura que Dios tiene por nosotros.
Autor: SS Francisco


miércoles, 18 de diciembre de 2013

Con María, hacia mi propia Navidad

¡Ya pronto es Navidad! María me invita a caminar hacia Belén, no la dejes sola, esperando, en un recodo del camino... 

Faltan pocos días para la Navidad aquí en mi ciudad. Ya has salido, junto a José, camino de Belén, Señora mía...

Preparaste amorosamente la ropita del pequeño, llevas todo lo que imaginas podrás necesitar. José organizó la logística del viaje, por donde ir, cuando parar, cuando llegar... cada uno en lo suyo, pero juntos. En el aire se respira "aroma de parto".
¡Cómo quisiera acompañarte, Señora mía, en ésta, la más hermosa y decisiva peregrinación de la historia! ¡Cómo quisiera haber sido tan sólo uno de los perros que seguían al asno en su camino!...

Si tanto lo deseas, hija querida ¿Por qué entonces, no vienes con nosotros? ...Vamos ... sin tanto preámbulo ¿Vienes?

Tu voz clara, tu mirada serena, tu perfume indescriptible, le preguntan a mi pobre alma aturdida por las cosas del mundo. Tantas veces te he olvidado, Señora, tantas veces te he dejado esperando y, aún así, tu amor de madre me invita a caminar hacia Belén.

- ¡Claro que sí, Madre querida!- te contesta mi voz en un hilo... quisiera llorar, reír... no sé... opto por seguirte.

Anochece. Nazaret ha quedado atrás. Se han detenido a descansar un poco. José junta un poco de leña para hacer fuego. Tú estás sentada tratando de cocinar algo... justo se cruza un animal del campo, José lo atrapa.

El Señor nos mandó una buena cena, hermosa mía te dice el esposo cuando llega con su trofeo de caza.

Él nos provee siempre, esposo mío, sabe nuestras necesidades, pero por sobre todo, nos provee el alma con fuerza de su amor.

Te recuestas un rato, estás cansada. Yo te observo a pocos pasos... José va por más leña... Miras el cielo... Le hablas a tu bebé:

"Mira amor, desde aquella estrella grande, que brilla, Papá nos mira... ¿La ves?... bueno, bueno, tranquilo, no saltes así.- te ríes, una lágrima te acaricia la mejilla y se pierde en el viento de la noche - Amor, falta poco para llegar. ¿Qué haremos cuando sea tu tiempo? ¿Dónde nacerás? Seguro Papá ya tiene todo preparado, yo no pregunto, soy su esclava, voy donde me mande. ¿Sabes amor? Ser su esclava no es como las esclavitudes del mundo, que ahogan y atan, ser su esclava es como tener alas... como... soñar sin límites. Ser su esclava es llenarse de paz, no temer, caminar confiada, saber que todo camino es trazado por sus manos, que toda circunstancia es Camino hacia el Padre. Duerme ahora, hijo mío querido ¿Sabes? Estoy impaciente por verte, por besarte, por abrazarte... pero ya habrá tiempo, ahora, hijo, ahora es tiempo de caminar...

José vuelve con más leña, prepara la cena, y te sirve una abundante y rica porción. El olor de la carne asada trepa el aire... comen alegres, riendo con recuerdos del pasado, soñando con el día del nacimiento...

De pronto, les sobresalta un ruido...

Quédate aquí quieta, veré lo que es...

Teme José a los asaltantes que podían haberse escondido entre las sombras ¿Qué podrían llevarles? Nada, pues nada tienen. El mayor de los tesoros estaba escondido en el seno purísimo de María.

No temas, querida, es sólo un animal vagabundo. Duerme, duerme ahora, hermosa mía, que el viaje aún no termina, y el día de mañana será largo.

Te recuestas, Señora mía, cerca del fuego, José te cubre delicadamente con una manta. Te quedas dormida. Él te mira con ternura infinita. ¿Qué pensamientos estarán cruzando por su mente y su corazón en estos momentos? No quiero yo moverme, pues temo me vea José.

¿Te piensas quedar toda la noche tras una piedra? - el esposo voltea hacia mí y me mira con una mirada llena de paz, aunque no exenta de cierta preocupación.

- Yo... lo siento, no quería molestar... es que...

Lo sé ¿Olvidas que me cuenta todo? Ella te invitó a venir con nosotros en este viaje del 2012?

- ¿Qué dices José? ¿Cómo del 2012? ¿No es éste una especie de sueño donde yo los acompaño en un viaje realizado hace más de 2000 años?

Pues no, querida mía. Cada año, María y yo volvemos a viajar a Belén. Cada año es como si Cristo volviera a nacer. Sólo que su nacimiento no es físico... Jesús quiere nacer en el corazón de cada uno.

- Pero... no entiendo... hay mucha gente buena en el mundo, religiosos, sacerdotes, laicos, que también quisieran acompañarlos... ¿Cómo, entonces, viajan tan solos?

Porque éste, mi querida, es TU viaje hacia Belén, nadie puede hacerlo por ti. Éste es tu camino para dejar que Jesús nazca en tu alma. Éste es el viaje que debes hacer, a través de las montañas de tu corazón, debes cruzar los ríos de tu orgullo, que, aunque torrentosos, pueden cruzarse si te acompañamos. Debes soportar los vientos de la soledad y la tristeza. Debes enfrentarlos y vencerlos por amor a Jesús. ¿Comprendes ahora? .

Me quedo sin palabras. José es un hombre sabio, me explica lo que sucede con la sencillez de los grandes hombres. Estoy en el desierto de mi corazón, cuando amanezca... ¡Oh Dios! Cuando amanezca se mostrarán todos los valles, quebradas y torrentosos ríos de mi alma... ¡Qué vergüenza!. Mi corazón está tan lleno de pecados, que... no sé... quisiera salir corriendo pero ¿Adónde?. Ni siquiera hallaré un lugar donde esconder mi rostro...

¿Por qué quieres esconderte? preguntas, María querida, despertando de tu reparador descanso.

- Es que José me ha explicado... y temo que, al amanecer, no te guste lo que veas, Señora...

¿Y que se supone que veré?

- Mi corazón, que no es como yo quisiera, que hace el mal que no quiere y no hace el bien que desea, mi torpe corazón, tan lleno de culpas y olvidos para contigo.

Creo, hija mía, que no comprendes la verdadera dimensión del amor que Jesús tiene por ti- y colocas tu pequeña mano sobre el vientre abultado -Jesús estaba esperando a que tú desearas realizar este viaje, Jesús está esperando que tú te arrepientas de tus errores, pues Él es manantial de misericordia, Jesús espera que tú quieras recibirlo en tu alma. Para ello, busca el sacramento de la Reconciliación. Allí, verás cómo el paisaje de tu corazón se transforma, como los ríos se vuelven calmos, las quebradas se transforman en fértiles valles y el desierto de tu corazón se llena del perfume de su Amor. Jesús te llama, hija, te llama siempre. Desde su lastimado corazón, parte su pedido hasta el tuyo. El llamado es de Él, la decisión, tuya... indefectiblemente tuya... Ahora descansa, el día de mañana será largo.

Me recuesto cerca del fuego. No puedo dormir, mas bien no puedo dejar de llorar. Tanto me amas Jesús mío, que haces todo esto por mí, por cada ser humano, por todos, por todos. José me cubre con una manta... por fin me duermo.

Amanece. Tu esposo ha preparado un poco de pan para comer antes de reiniciar el viaje. Pan... me tiemblan las manos, lo recibo agradecida. Tiene el sabor del pan de la mesa de mi casa, el sabor conocido de las pequeñas cosas de mi vida.

Nos ponemos en camino, hay viento, cuesta avanzar, José y yo caminamos, María viaja sobre el animal que parece muy feliz de transportar tan preciado equipaje. Hay demasiado viento, la arena casi nos ciega, apenas si podemos conservar el rumbo.

- ¡Debemos detenernos!- le grito a José.

¡Aquí no, avanzaremos hasta esas rocas y buscaremos refugio!

- ¡No lo lograremos, casi no se ve nada!

Déjate guiar, conozco el terreno, no temas, llegaremos ¿Ves? Igual actúas en las tormentas de tu alma, en lugar de dejarte guiar por Jesús, acampas en cualquier parte de tu dolor y te tapa la arena de la desesperación.

Llegamos por fin a las rocas, que ofrecían buen refugio. La tormenta pasó. José propone seguir el viaje. María está realmente agotada pero calla, sabe que no puede quedarse a la mitad del camino, ahora debe seguir, no hay regreso.

Anochece. Se pone frío. A lo lejos se divisa una fogata, José nos deja en buen resguardo y se acerca a ver si son confiables. Regresa emocionado.

¡Es Pablo, mi primo y unas familias más! Ellos también deben registrarse en Belén. Dicen que la ciudad esta atestada de gente. Eso me preocupa, pero ya veremos al llegar, ahora vamos, nos invitaron a compartir la cena.

José avanza con el animal. María prefiere caminar un poco. Le ofrezco mi brazo, y se apoya.

¿Ves hija? Muchas veces Dios nos pone buenos amigos, buenos consejeros en el camino, la decisión es nuestra, o quedarnos en la oscuridad de nuestra propia noche o arriesgarnos a avanzar un poco hacia aquellos que nos pueden ayudar.

La familia de José se muestra amable. María tiene una sonrisa encantadora y una voz tan exquisita que todos quedan muy admirados de ella y no dejan de felicitar a José por tan bella esposa.

Al amanecer seguimos caminando, José se despide de su familia, ya que ellos se quedarán en el campamento por unos días esperando a otros parientes.

Belén se dibuja nítido en el horizonte. La gente va y viene a causa del censo. Vamos llegando, cuando María le dice a José.

Esposo mío, ya es tiempo... el niño nacerá pronto...

Ayúdame a encontrar un sitio para el nacimiento me pide José- recuerda que debe ser digno de Él, no por el lujo sino por la sencillez, el amor, la generosidad y la predisposición para recibirlo

- Pero ¿Dónde encuentro ese sitio, José?

No lo sé, recuerda que estamos en tu corazón, tú lo conoces, al menos, deberías. Busca en tu corazón un lugar donde María pueda dar a luz.

El lugar que José me solicitaba debía estar libre de las espinas de mi egoísmo, protegido y al reparo de los vientos de mi ira, sin grietas, para que no le inundase la lluvia fría de mi falta de fe.

José me pide ese lugar... antes de ponerme a buscar haré caso del consejo de María, buscaré el sacramento de la Reconciliación.

María me despide...

Aquí estaremos esperando, hija querida, ve y encuentra ese lugar para Jesús. Dale esa alegría a mi Corazón Inmaculado, busca, hija, busca... estoy segura que ese lugar existe, pero debes encontrarlo por ti misma Recuerda, nadie puede hacer esa búsqueda por ti. Vamos, que Jesús espera...

Abrazo a mi Madre querida con todas mis fuerzas, beso sus hermosas manos. Abrazo a José, quien besa mi frente y murmura...

Confío en ti, sé que volverás, sé que no nos dejarás en espera. No te distraigas en el camino, no te distraigas, por fuerte que sea la tentación. Busca, hija, que el que busca encuentra.

- Gracias, gracias- y mi voz es un susurro ahogado por el llanto.

Los dejo, cada tanto giro el rostro para verlos, aún están donde les dejé, en un recodo del camino... debo encontrar el mejor lugar dentro de mi corazón. Queda poco tiempo. Debo encontrar ese lugar y venir por ellos para guiarlos...

Sé que lo hallaré, no será fácil, deberé limpiarlo, asearlo y acondicionarlo. Llenarlo de amor y de fe. Pediré al Padre incremente mi fe... haré oración, seguiré los caminos del Adviento...


Dios jamás defrauda a los que en él depositan sus mejores sueños. Recuerdo que desde setiembre vengo pensando cómo hacer de ésta una Navidad especial... Dios me escuchó, María me escuchó, me invitó a caminar hacia Belén, nos invita a todos, no la dejemos sola, esperando, en un recodo del camino...


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NOTA de la autora:Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi Imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.
 Autor: María Susana Ratero