"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 31 de enero de 2012

CONSIDERACIONES PARA EL FINAL DE UN PROCESO

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            He dejado estas líneas hasta la conclusión del llamado juicio de los trajes, para que ni siquiera aparentara el intento de llevar la balanza acá o allá. Mi deseo es utilizar la situación cercana buscando conclusiones de índole moral en el ámbito de la justicia. Camps es el sexto presidente autonómico dimitido y absuelto posteriormente. Le precedieron Demetrio Madrid, Carlos Collado, Gabriel Cañellas. Javier Otano y Juan José Ibarreche, de tres partidos distintos.
            Creo recordar que el asunto valenciano comenzó con la filtración de unas conversaciones telefónicas grabadas con permiso del  juez, y propagadas por un diario de alcance nacional. Seguramente nunca se conocerá al padre de la filtración, acto tremendamente inmoral por divulgar algo bajo secreto de sumario, calumnioso o al menos difamatorio. ¿No es posible asegurar más la imposibilidad de este tipo de hechos? ¿Se han investigado? Supongo que no serían muchos los que podrían permearlo. Además de una difusión indebida por atentar a la fama de las personas, deja a los interesados en flagrante estado de indefensión hasta que se levanta el secreto -¿no suena a hipocresía?- del sumario.
            Eso no ha ocurrido solamente en este caso, sino en bastantes más coyunturas de diverso signo, por ejemplo, en torno a las investigaciones del 11-M, el CGPJ se quejó  de filtraciones de documentos policiales importantes. Investigando el caso Faisán se habló de detenciones que no respetaban los principio de presunción de inocencia, legalidad y proporcionalidad. Cito casi al azar porque me importan la Justicia y las personas quienesquiera que sean. No recuerdo ningún filtrador descubierto.
            Es más difícil juzgar la moralidad de la acción periodística, y esto en diversos ámbitos: ¿la mueve algún interés propio o ajeno?¿No puede tener ahí algún límite el derecho a la información? No hablo tanto de límites legales cuanto de ética profesional.  Sé que es muy difícil delimitar este asunto, pero más preguntas: ¿se paga por obtener estas filtraciones?, ¿es el móvil de quien las facilita lo que interesa al medio?, ¿es el dinero o el modo de acreditar un favor o pagarlo? Y suponiendo que sea la profesionalidad de informar, ¿no puede tener el tope del deterioro, tal vez irreparable, que sufre el que ya es "acusado", antes de serlo?
            En el mundo de los medios de comunicación social las dificultades intrínsecas de la comunicación frecuentemente se agigantan a causa de la ideología, deseo de ganancia y control político,  rivalidades y conflictos entre grupos y otros males sociales. Por eso, la dimensión ética ha de estar presente en los contenidos, en el modo de comunicarlos y en otras cuestiones estructurales, que han de tener en cuenta tanto la persona como la comunidad humana.
            Luego, ha de considerarse el cuestión judicial propiamente dicha, que no es separable de lo anterior, porque no es raro que las materias lleguen a los tribunales con el  juicio previo que generan  las noticias aventadas. La Justicia con mayúscula está hoy muy amenazada por los criterios de la utilidad y el tener, con lo que disminuye su esencia, y la persona queda amenazada en su dignidad y derechos. Con demasiada frecuencia, en aras de aparente transparencia y equidad, el justiciable viene a ser tratado de  modo poco humano. Con una expresión usual en estos casos, ¿qué es el "circo" que rodea a estos procesos sino una falta de humanidad con jueces, jurados, justiciables o testigos? ¿Se puede hacer algo para evitarlo? ¿No debería entrar también ahí la renovación de la Justicia?
            Benedicto XVI: "La justicia no es una simple convención humana. Cuando, en nombre de una presunta justicia, predominan los criterios de la utilidad, del beneficio y de la posesión, se puede llegar a pisotear el valor y la dignidad de la persona". Se  objetará que se juzga con leyes y no según el Papa. Así es, pero son precisamente las leyes el instrumento protector de arbitrariedades y trato inadecuados al ser humano. Es más, existen tales leyes, pero vienen dribladas por la moda, por la presión política o económica, por intereses de poder, etc. El Pontífice está sencillamente defendiendo a la persona, por ejemplo, de esta declaración: objetivo conseguido por lograr la dimisión  del presidente. Con todo respeto, la justicia no es eso.
            No valoro el veredicto del caso que da pie a estas líneas, me interesan las personas, las afectadas por estos sucesos y las  degradadas por sí mismas persiguiendo fines espurios. El que filtra, vende o mercadea con la justicia, el testigo falso, el juez de parte, el que arremete contra los veredictos cuando no le gustan, etc.,  se hace peor. Y la vida está para mejorar, para lograr más humanidad, que es más libertad, menos esclavitud de ideologías, partidismos o del afán de poder o  tener más. Me interesan también los que legislan en beneficio de esa dignidad humana y los que lo hacen contra ella. Y diré mi opinión siempre que pueda, sin esperar la moda o  los aplausos. Por ejemplo, anticipo mi desacuerdo con el actual gobierno si mantiene el aborto como un derecho de la mujer, el tristísimo derecho de matar.

¡El Año de la Fe!

Que la fe sea compañera de vida, compromiso a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.
Quiero anunciar en esta Celebración Eucarística que he decidido convocar un «Año de la Fe» que ilustraré con una carta apostólica especial. Este Año de la Fe comenzará el 11 de octubre de 2012, en el 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Cristo Rey del Universo. Será un momento de gracia y de compromiso por una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en Él y para anunciarlo con alegría al hombre de nuestro tiempo (Homilía de Benedicto XVI en la santa Misa para la nueva evangelización, 16 octubre 2011).

Con estas palabras, el Santo Padre ha convocado a toda la Iglesia a movilizarse a favor de la gran empresa de la fe en nuestro tiempo. Estos últimos decenios nos han acostumbrado a celebrar "El Año Internacional de...", pongamos, por ejemplo, la cultura, la paz, la biodiversidad, el planeta tierra, la fe religiosa. ¿No es paradójico que algo tan perenne y universal como son los valores humanos, tenga que celebrarse con un Año Internacional a su favor? ¿Tantos enteros han bajado estos valores en nuestra sociedad que se necesita del fuerte empujón de un Año Internacional para elevarlos? ¿Qué sentido tiene y qué se pretende con la celebración de un Año Internacional, tan frecuente en nuestro tiempo? ¿Qué frutos se esperan de él?

Pueden ser varios los motivos para convocar un Año Internacional. Comencemos con una reflexión sencilla. Sea cual sea el motivo, tal hecho busca llamar la atención de la humanidad, "hacer ruido" sobre un valor, a veces también, por desgracia, sobre un contravalor.

La humanidad entera enfoca el lente zoom de su mirada sobre el objeto de la celebración, al menos durante ese año. Los medios, con su poder, se hacen eco, mayor o menor, de dicho evento. se siguen efectos, más o menos duraderos,de cara al futuro.

¡Un año internacional vale la pena! La Iglesia se adapta a los tiempos y lugares. La fe no requiere de ruido, de propaganda. Pero el "ruido" y la propaganda de los medios puede ayudar a la fe y a su propagación.

Hagamos otra anotación. Los valores son perennes, pero la conciencia que los hombres tienen de ellos es muy tornadiza. Está sometida a flujos y reflujos. A veces incluso se oscurece, se debilita e incluso se pierde. La humanidad necesita, entonces, un revulsivo que despierte la conciencia para que vuelva a admirar la belleza y la actualidad de ese valor "olvidado". He aquí la razón por la que en estos casi cincuenta años después de la inauguración del Vaticano II se han celebrado en la Iglesia Católica dos años de la fe.


Objetivos del Año de la fe

¿Qué sentido da el Papa a este Año de la fe? ¿Qué objetivos pretende con él? Pienso que la respuesta la hallaremos en los dos documentos con los que fueron convocados los dos años de la fe después del Concilio Vaticano II: el de Pablo VI (1967) y ahora el de Benedicto XVI:

1) "Para confirmar nuestra fe rectamente expresada" (Pablo VI), "redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada" (Benedicto XVI).

2) "Para promover el estudio de las enseñanzas del Concilio Vaticano II" (Pablo VI), "con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza" (Benedicto XVI).

3) "Para sostener los esfuerzos de los católicos que buscan profundizar las verdades de la fe" (Pablo VI); "intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo" (Benedicto XVI).

A estos fines comunes a los dos Papas, Benedicto XVI añade, fijándose en las circunstancias actuales, algunos más:

1) "Invitar a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador
del mundo".

2) "Comprometerse a favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe".

3) "Suscitar en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza".

4) "Comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios".

Este último objetivo es el que más recalca el Papa Ratzinger. Le interesa subrayar la inseparabilidad del acto con el que se cree y de los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento:
·  El acto de fe sin contenidos nos conduce a la total subjetivación de la fe.
·  Los contenidos, sin el asentimiento de la fe, instruyen nuestra mente, pero no nos unen a Dios ni son capaces de transformar nuestra vida, de convertirla al Dios vivo. Sólo si la profesión de fe desemboca en confesión del corazón podemos hablar de una fe madura, bien formada, capaz de producir frutos en los demás.

Libro privilegiado del Año de la fe

El año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados en el Catecismo de la Iglesia Católica (Porta fidei, no. 11).

Si de lo que se trata es de reavivar e infundir una nueva linfa a la fe de los creyentes en Cristo, el Catecismo es el camino seguro para conseguirlo. En él se resume y expresa la fe de toda la Iglesia desde sus orígenes hasta nuestros días. En él hallamos:
·  la fe que profesamos (credo)
·  la fe que celebramos (liturgia)
·  la fe que vivimos (moral)
·  la fe que rezamos (oración)

En nuestro tiempo, en el que los contenidos objetivos de la fe cristiana son muchas veces devaluados, sometidos a crítica destructiva, preteridos, ha llegado el momento de apuntar el zoom sobre la fe en toda su riqueza de doctrina, fruto de veinte siglos de reflexión y de vida.

¡Un año entero para ello hará mucho bien a toda la comunidad de la Iglesia!

Benedicto XVI propone el Catecismo, en este Año de la Fe, "como un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural" (Porta fidei, no. 12).

En las parroquias, en las escuelas privadas o públicas, el Catecismo brinda un apoyo insustituible para la enseñanza de la fe a los niños y jóvenes. Un cierto vaciamiento de la fe objetiva, que hoy se presiente en muchas iglesias particulares, tal vez sea debido a que se ha dejado de lado una referencia explícita al Catecismo de la Iglesia Católica. Quizás en estos últimos decenios se ha incubado y luego desarrollado el peligro de dar preferencia a los métodos, a la pedagogía, a los sentimientos, sobre los contenidos.

El Año de la Fe puede ayudar a la catequesis, también a la de adultos, a conseguir un equilibrio, una armonía entre pedagogía y teología, entre el contenido de la fe y las formas de comunicarlo a los demás. El papa Ratzinger ha invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar (Porta fidei, no. 12).

En la sociedad en que vivimos se entrecruzan los cristianos con hermanos en la fe, que ahora son indiferentes y viven al margen de ella; con hombres y mujeres de otras religiones, o que no son creyentes, aunque busquen sinceramente y de corazón la verdad. En este año de la fe, es importante para todos tomar en las manos el Catecismo de la Iglesia Católica, leerlo, reflexionarlo, dejar que la verdad y belleza de la fe que en él se expresa echen raíces en el corazón y florezcan en frutos de luz, de conversión y renovación, de gozo y de paz. A los no creyentes la lectura del Catecismo puede constituir una llamada amorosa de Dios.

El poder de la fe

El papa Benedicto XVI, hace el elogio de la fe en una hermosa y significativa página del Motu proprio Porta fidei, un elogio que pone de manifiesto el poder de la feprimero la Virgen María, los apóstoles, discípulos, mártires,hombres y mujeres a lo largo de la historia han dado su vida para acercar a todos a Cristo.

Los últimos somos los cristianos de hoy: "nosotros". las palabras del Papa son a la vez constatación, exhortación, estímulo, proyección del futuro; "también nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia", que la fe sea "compañera de vida", "compromiso a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo".

Conclusión

Tenemos por delante unos diez meses para prepararnos a comenzar el año de la fe con corazón magnánimo. Leer, reflexionar, meditar y asimilar con la mente y con la vida, en estos meses, el Catecismo. Es una forma maravillosa, personal y comunitaria, de abrir el alma a la gracia del Año de la Fe.

Tengamos presente a lo largo de este tiempo: "que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada"

Que este Año de la Fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, pues sólo en Él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.
Autor: Antonio Izquierdo García, L. C.

lunes, 30 de enero de 2012

La segunda tentación

Ésta paraliza el corazón, encadena la voluntad, hiere mortalmente la esperanza, nos aparta de Dios.
Llega una tentación. De avaricia o de lujuria, de envidia o de soberbia, de pereza o de egoísmo, de vanidad o de ira.

Si no estuvimos atentos, si no recurrimos a la ayuda divina, la tentación penetra, poco a poco, en el alma. Luego crece desde las pasiones, entre dudas y ansiedades. Al final, sucumbimos. Hemos pecado.

Entonces puede insinuarse la segunda tentación. Esa que nos hace pensar que no ha pasado nada. O esa que nos dice que es imposible volver a empezar. O esa que nos aparta de Dios: si hemos sido tan malos, ¿con qué cara podemos pedir misericordia?

La segunda tentación es terrible: paraliza el corazón, encadena la voluntad, hiere mortalmente la esperanza, prepara el terreno a nuevos pecados, nos aparta de Dios.

Si el pecado ha vencido en nuestras vidas, si nos ha robado la amistad con Dios y la unión con los hermanos, necesitamos más que nunca pedir la gracia del perdón. No podemos permitir que la segunda tentación nos hunda más y más en el mal cometido. No podemos dejar crecer el monstruo de la desconfianza que destruye tantas vidas. No podemos abrir las puertas al pecado diabólico por excelencia: pensar que ni siquiera Dios es capaz de perdonarnos.

Resistir la primera tentación es posible sólo con Dios. Si el pecado se hizo presente por nuestra culpa, necesitamos más que nunca volver a Dios para resistir al más terrible de los males: la segunda tentación.

Para ello, hemos de aprender a ver nuestro pecado como Dios lo ve: como la herida en un hijo. Porque para Dios el hijo no deja de serlo si está enfermo. Somos también suyos en medio del lodo del pecado.

La mirada paterna del Dios de misericordia nos da fuerzas para reemprender la lucha, para acudir al sacramento de la confesión, para amar más porque hemos sido muy amados, para perdonar a mis hermanos porque también yo, mil y mil veces, he sido perdonado...
Autor: P. Fernando Pascual LC

domingo, 29 de enero de 2012

"Test" para saber si me salvo

Hay una manera, una especie de test para saberlo, y es hacerse estas cuatro preguntas

Lo único necesario, según Dios, es nuestra salvación eterna. Pero uno se puede preguntar, se debe preguntar: ¿Ese último día, el día en que se van a repartir los puestos del cielo, de la felicidad eterna o de la infelicidad eterna, ¿dónde estaré yo? ¿Estaré a la derecha? ¿Estaré a la izquierda?

Hay una manera, una especie de test para saberlo, y es hacerse estas cuatro preguntas. Una vez que se responden, puede uno, de manera relativamente segura, adivinar si ese día estará a la derecha o estará a la izquierda.

La primera pregunta es: ¿Qué me dice mi pasado? Por pasado se puede entender toda la vida desde el uso de razón: aproximadamente desde los siete u ocho años hasta el día de ayer. ¿Qué me dice esa vida? ¿Me deja tranquilo, no me preocupa? ¿Puedo seguir igual, o debería cambiar radicalmente, para lograr un día llegar a la puerta del cielo?. Esa sería la primera pregunta: ¿Qué me dice mi pasado? Para los más jóvenes este pasado es breve, para otros es el período quizá más largo; por lo tanto ese pasado tiene mucho que decirme.

La segunda pregunta es: ¿Qué me dice mi presente? Por presente podemos tomar en cuenta lo que llevamos de este año. ¿Qué me dice ese presente? ¿Puedo decir que es el mejor año; puedo decir que está siendo ya un año muy malo, el peor incluso? ¿Puedo continuar igual y no habrá problemas, o realmente debo de dar un cambio radical?.

Tercera pregunta: ¿Qué me dice mi futuro? Ciertamente el futuro no se puede adivinar fácilmente; sin embargo, hay una manera de auscultarlo, una manera de adivinarlo y es el preguntarme si, a medida que pasa el tiempo, voy mejorando o voy empeorando; porque la línea tiende a seguir en la misma dirección. Si voy mejorando, lo normal es que continúe mejorando. Si voy cada vez peor, lo normal es que la línea siga bajando, que siga empeorando. Por eso uno puede adivinar el futuro de su propia vida, viendo cómo va esa línea. Va hacia arriba, va hacia abajo: así tenderá a seguir.

La cuarta pregunta puede ser ésta: ¿Qué me dice mi ambiente? Por ambiente tomo todo el entorno social en que me muevo, comenzando por mi familia, mi esposo, esposa, mis hijos, mis otros parientes, lecturas que tengo, lugares de diversión, lugares de esparcimiento, viajes, trabajo profesional, amistades y todo lo que me rodea. ¿Qué me dice ese ambiente?, o dicho de otra manera, si sigo con ese ambiente, yendo a esos lugares, leyendo lo que leo, viendo lo que veo, teniendo los amigos que tengo, ¿qué va a ser de mí? Muchas veces sucede aquello de :"dime con quién andas, y te diré quién eres”. Muchas veces ocurre que un buen ambiente mejora a las personas, pero también se da el caso de que personas muy buenas y muy sanas se van corrompiendo, cada vez más, con un ambiente adverso.

¿Qué me dice mi pasado, mi presente, mi futuro? ¿Qué me dice mi ambiente? Cada uno puede responder a esas cuatro preguntas, y adivinar, de una manera más o menos convincente, dónde se encontrará ese día: a la derecha o a la izquierda.

Recordemos, para concluir, que Dios no dice: “Hay una cosa muy importante”, sino: “hay una sola cosa necesaria, que es nuestra salvación”. El que logra arreglar este punto, ha logrado arreglar todo; pero el que arregla todo menos esto, su propia salvación, podría recordar aquella frase del mismo Maestro, ¿"De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma ¨?.


¿Qué te dice tu pasado, tu presente, tu futuro, tu ambiente? Tú lo sabes. Sabes ahora que lo más probable es que te salves... o que no te salves.
 Autor: P. Mariano de Blas.

sábado, 28 de enero de 2012

¿Me permite usted cargar su Niño un momento?

Una plática con la Virgen María ahora que viene la fiesta de la Candelaria, la presentación de Jesús en el Templo. ¿Qué sentiría María ese día?

El bullicio que rodea la Navidad ha cesado, se han desarmado y guardado, prolijamente, coloridos arbolitos y pintorescos pesebres... Esperando, quizás, que en la próxima Navidad "las cosas mejoren", como si el mero paso del tiempo fuese garantía de mejoría...

- La Noche Buena ¿se fue así de rápido de tu corazón, María Santísima?

Jamás se fue, amiga mía, al contrario... quedaron grabados en mi alma todos los perfumes, los sonidos, cada respiración de mi pequeño, los húmedos ojos de José al tomarle en sus brazos, los destellos de luz que las estrellas me regalaban...

- ¿Las estrellas, Señora?

Podría verlas desde donde estaba dando a luz... resplandecían, amiga, resplandecían... esa noche, ese cielo, volvían a mi alma cada vez que el dolor, implacable, me recordaba que los caminos de la salvación tienen mas espinas que rosas...

- ¿Cuándo fue que la recordaste por primera vez? Digo, como aferrándote, como buscando respuestas...

Pues... al poco tiempo de nacer Jesús, precisamente a los cuarenta días, cuando debimos realizar la presentación en el Templo.

- Cuéntame, Señora, cuéntame...

No, mejor acompáñame, el alma tiene ciertos secretos que las palabras aún no han aprendido a expresar...

Y nos fuimos juntas a Belén...

El pequeño Jesús había aumentado más de un Kg. de peso desde su nacimiento, se veía rozagante, hermoso, con tranquilo sueño y acompasada respiración...

Belén dista unos 20 kilómetros de Jerusalén, salimos antes de que amaneciera, para llegar al primer destino pasado el mediodía ... El trayecto fue bastante tranquilo, los padres estaban felices por la ceremonia que iban a protagonizar... recordé el día del bautismo de mis hijos, sí, sé lo que sentía tu corazón, Madre querida...

Jerusalén se dibujó en el horizonte, llegamos a la casa de unos parientes de José, donde la Sagrada Familia descansó un poco de tan arduo trayecto, y se vistieron con la indumentaria apropiada para presentarse en el Templo...

Caminamos entre la gente, ellos eran unos más entre la multitud, nada los diferenciaba, María no hacía ningún gesto que hiciese pensar a las gentes que cargaba en sus brazos al Mesías...

¡Qué obediencia de amor! ¡Qué increíble silencio!... subimos las escalinatas del Templo, todo hacía pensar que se trataría de una ceremonia más, de un recién nacido más... pues varios niños sería presentados ese día... mas, Simeón estaba allí, había salido del recinto, tenía la mirada... iluminada... como si el viejo anuncio del Espíritu de que no moriría sin ver la salvación de Israel, acabara de hacerse... bueno, en realidad, ese es uno de los detalles de ese tipo de anuncios, a quienes el tiempo no afecta ni en su frescura, ni en su nitidez, ni en la impresión que deja en el alma que lo recibe...

José y María habían subido el último de los escalones, cuando fueron vistos por el anciano...

Se acercó lentamente a los padres, como quien emprende su último y mas importante trayecto... sus ojos estaban llenos de lágrimas... la pareja entró al recinto, el hombre los seguía...¡cuantas cosas pasaban en ese instante por su mente y por su corazón!, tantos años de espera... el anciano había imaginado este momento de mil maneras, ver llegar a los padres en fastuosos carruajes, o con custodias quizás, los imaginó vestidos de las mas diversas maneras, había pensado que les reconocería por los signos exteriores que el mundo valora....nada de eso había ocurrido, el Mesías había llegado ante él en brazos de una mamá-niña-virgen que le sostenía con seguridad, una mamita de rostro sencillo y mirada de luz, una mamita de ropas humildes y manos como pimpollos de rosa... ¡y el padre!, no era ni un rey, ni un noble, ni un rico hombre, ni un profeta, ni nada que sobresaliese... era un simple trabajador, sus manos callosas certificaban que el Mesías sería alimentado con el sudor de su frente... nada espectacular, nada ostentoso rodeaba a ese pequeño por cuya visión él se mantenía con vida, sin embargo, había algo que no podía explicar, el sol brillaba de una manera especial ese día, un extraño perfume inundaba el aire, era de esos días en los que uno siente que todo está perfecto y en su sitio, esos instantes que no deberían transcurrir.... Sí, Simeón ya no tenía dudas, se acercó a la pareja, les saludó con reverencia y dijo a María...

- ¿Me permite usted cargar su niño un momento, Señora?

- Pues ... claro- y María no entendía porque ese anciano le había pedido a su pequeño... quizás, le recordase sus hijos o sus nietos....

El anciano tomó al pequeño, le besó varias veces en la frente, le miró como extasiado, mientras las lagrimas no cesaban de brotar de los cansados ojos...., luego, con todas las fuerzas de su voz y con todo el amor que había en su alma, levantando el niño con exquisito cuidado dijo a toda la humanidad:

- Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo, Israel...

El hombre apretó por última vez al niño contra su pecho y lo devolvió a su madre, quien, junto con su esposo, estaba admirada por lo que el anciano decía...

Simeón bendijo al santo matrimonio, fue la última bendición que hizo en su vida y fue hecha desde lo más profundo del alma. Y a la madre le dijo:

- Este niño será causa de caída y elevación para muchos en Israel, y a ti misma, una espada te atravesará el corazón, así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos...

El anciano miró a María un momento a los ojos con infinita ternura, hizo luego una reverencia y partió para siempre...

José tenía los ojos enrojecidos, María, que guardaba todas estas cosas en su corazón, le tomó la mano fuerte, muy fuerte, pues eran demasiados acontecimientos juntos... Te miré, María, pues no entendía la reacción de José... me dijiste serenamente:

En este instante, tal como me lo explicaría él mismo después, mi esposo comprendió que no serían muchos los años en que estaría con nosotros, sobre todo, que en el momento de la realización de la misión de Jesús en este mundo, yo no le tendría a mi lado, que grandes dolores debería soportar mi corazón y estaría sola... para José, Simeón significó al anuncio de su propia y cercana muerte, pero, con la misma disposición de ánimo que aceptaba todas las cosas de su vida, aceptó este anuncio, su dolor no era por él sino por nosotros, por dejarnos... ahora sé, con absoluta certeza, de que nunca nos dejó, de que estuvo conmigo en cada alegría y en cada dolor, que fue su amor el que me sostuvo de pie al lado de la cruz... ero aún falta para eso, aún debe entrar Ana, la profetisa...

Callé, María tenía razón, debía conocer los acontecimientos de a uno, para darle a todos su justa dimensión...

Ana entró al Templo como cada día desde hacía más de sesenta años, conocía cada centímetro del lugar como la palma de su mano...

José y María aún estaban esperando su turno para la presentación, hablando entre ellos de lo sucedido con Simeón...

- Bendito sea este día y bendito seas, Oh Señor, que te has dignado mostrarme la salvación del mundo...

María giró la cabeza y se encontró con una mujer anciana, encorvada por el paso de los años, pero con una mirada serena y dulce...

- Mujer, que tienes en tus brazos a quien tanto hemos esperado, te agradezco en nombre de la humanidad doliente, tu entrega generosa...

Señora yo...

- Calla, niña, como has callado hasta ahora, que tu silencio será, para la historia, camino de salvación, ejemplo de entrega generosa, luz en la oscuridad

- Pero, ¿Quién es usted?- intervino José, a quien las palabras de de la mujer no hacían mas que confirmar su partida antes de la misión del hijo adoptivo.

- Mi nombre es Ana, hija de Fanel, de la familia de Aser....Joven era yo cuando el Señor me dio un buen esposo, al que acompañé por siete años hasta que la muerte se nos interpuso... desde entonces, y ya tengo ochenta y cuatro años, no he hecho mas que servir a Dios día y noche, con ayunos y oraciones, sin apartarme del Templo...Hoy sentí que debía venir mas temprano que de costumbre. Apenas salí de mi casa vi a mi buen amigo Simeón que caminaba rumbo a las montañas... me extrañó sobremanera. Al acercarme noté en él la mirada mas serena, iluminada y radiante que jamás tuvo... me dijo que era ese su ultimo viaje:”¿Sabes Ana?... El Señor jamás defrauda a los que en él depositan sus mejores sueños.... Y yo siempre soñé ver con mis propios ojos la salvación del mundo... ha llegado Ana... por fin... ve a verlo”, y partió feliz... feliz...

- ¿Cómo supo usted?- José era un estricto custodio del secreto.

- ¿Conoces esa voz interior que proviene de lo alto y, al mismo tiempo, de las profundidades del alma?

- Por cierto, la conozco- José sentía que podía confiar en Ana

- Pues la misma voz me acercó a ustedes...Ahora hablaré de este niño a todos los que esperan la redención de Jerusalén....

Los papás participaron de la ceremonia tal como lo ordena la ley. La cotidianeidad del Templo se vería alterada desde ahora por la ausencia de Simeón y los anuncios de Ana...

A la mañana siguiente caminamos lentamente rumbo a Nazaret, María guardaba todos los acontecimientos y los meditaba en su corazón, la identidad de Jesús había salido ya de la intimidad de sus padres, aunque por treinta y tres años su madre guardaría el secreto de su concepción, la palabra Mesías había comenzado a pronunciarse con renovadas fuerzas en Jerusalén y en Belén ¿Qué hacer?¿Como sigue esta historia ahora, Señora mía?

Pues, sencillamente, volvimos a casa y el niño crecía fuerte y sano, José trabajaba en su taller y teníamos lo suficiente para vivir... Muchas veces pensaba en los acontecimientos pasados, en cuales serian los tiempos de callar y los tiempos de hablar... pero una sola certeza guiaba mi corazón... la certeza de que Dios no nos dejaría tomar rumbos equivocados, que Él nos mostraría, de manera evidente, los caminos a seguir. La rutina contrastaba con la magnificencia de los anuncios del ángel y de Simeón, pero estaba allí con el propósito de ayudarme y enseñarme a modelar y dominar mi voluntad, ayudarme a darle el justo valor a las pequeñas cosas, para que comprendiese que la vida de un ser humano se construye desde las pequeñas cosas de la familia, como ladrillos que van formando una pared... Tu me habías preguntado cuando recordé la Noche buena por vez primera, y te he respondido desde el alma.... así como esa bendita noche ha sido para mí un faro en la oscuridad, debe serlo también para ti, amiga, guarda ordenadamente las luces del arbolito, pero deja que la luz de la nochebuena te ilumine el camino cada vez que sientas que la soledad te agobia o que los caminos se desdibujan y no sabes por donde se sigue...

Volvimos a casa, a la realidad de mi vida, tu te fuiste a ayudar a las señoras de la parroquia que confeccionaban los adornos para celebrar la Fiesta de la Candelaria, yo volví a los míos habiendo aprendido algo mas de tu vida, algo mas de ti, Señora mía...



NOTA:

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."
Autor: María Susana Ratero.

viernes, 27 de enero de 2012

¿Puede un hombre condenarse cuando Dios lo ama tanto?

Dios existe y me ama. San Pablo lo decía gritando de júbilo: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”
El pecado ha crucificado a Cristo: el pecado es terrible, terrible: un Dios crucificado, azotado, escupido, golpeado; terrible. No hay palabras; el corazón prefiere callar: sólo el amor de un Dios pudo permitir esto a los hombres: realmente los amaba.

¿Pero todavía puede un hombre condenarse cuando Dios lo ama tanto? ¿Habrá realmente gente en el infierno? Sí consta que hay gente allí: hay ángeles convertidos en demonios; lo lógico es que también haya hombres; si se quiere, únicamente los que despreciaron hasta el final el amor y la redención.

El pecado dispara al hombre hacía el infierno, lo arroja del Paraíso; por donde pasa deja una desolación de muerte, arrasa con todo, mata todo brote de vida; sólo si pasa detrás la sangre de Cristo, ese valle de muerte recupera su esplendor.

El paso del pecado por una alma es desolador, pero el paso de Cristo Redentor por la misma alma resucita todo: ´Yo soy la resurrección y la vida´. Muchas almas se parecen a Sodoma después del fuego del cielo: se eleva de sus ruinas el hedor de los cadáveres y el humo de los tizones.

Es necesario el paso de Cristo por tantos valles de la muerte, para que la vida surja de nuevo. ¿Fuiste un valle del Paraíso o un valle de la muerte?

Los amores de los hombres en versos sublimes se escribieron. ¡Cuántos poemas de amor escritos con tinta que el agua borró!

Escrito con clavos de fuego, con sangre indeleble en el Parnaso del Calvario, está el amor de Dios. ¡Qué suerte que no es poesía, sueño dulce que al despertar desaparece! Debemos contemplar despiertos el amor de Cristo, y ver que no se desvanece; pasan los siglos y no se erosiona; llega el invierno y no se enfría; el pecado, su gran verdugo, no lo ha matado.

Amor inmortal, delicado y tierno como ninguno; amor de aquí, amor de allá. ¿Sabes tú lo que posees?

Un amor eterno que es tuyo, un amor crucificado, un amor que te persigue dulcemente, un amor que te perdona todo de un golpe; pero no hace ruido, no se impone, te pide permiso. A base de respetar tu libertad, puedes atreverte a decirle que no. Muchas veces le has rehusado tu pobre amor. No sabes lo que has hecho. ¿Te atreves contra el amor eterno, maravilloso de Dios?

No lo mereciste, lo has perdido mil veces, y aún te atreves a negarlo. ¿Qué locura se ha adueñado de tu mente, qué atrevimiento es el tuyo?

Uno puede acumular errores, pero éste sería el mayor de todos. Puede uno cometer ingratitudes, ésta sería la más grande. Pueden encontrarse maravillas en la vida, ésta es la maravilla de las maravillas: Dios existe y me ama. San Pablo lo decía gritando de júbilo: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”
Autor: P. Mariano de Blas LC.

jueves, 26 de enero de 2012

Cuida a las personas que quieres

Nuestra relación, gracias al activismo desenfrenado, se va opacando, se va secando y llegará un momento, en que no habrá vuelta de hoja.

¡Qué refrán tan sabio el que tantas veces nuestros padres nos repitieron!: "Cuida y valora lo que tienes, pues sólo sabrás lo que has tenido, el día que lo pierdas".

Vivimos en medio de un frenetismo espantoso, no tenemos tiempo para convivir. Si no es el gimnasio, es la clase de tenis, si no es el tenis, es la clase de inglés, el tiempo y las horas que paso frente al televisor. Que tengo que ir a la clase de computación, me dirá uno; que me esperan mis amigos para ir al antro, otro dirá emocionado. Así nos pasamos horas, días y meses en miles de actividades y dejamos de lado la posibilidad de convivir con nuestros seres queridos.

Nuestra relación, gracias al activismo desenfrenado, se va opacando, se va secando, y llegará un momento, Dios no lo quiera, en que no habrá vuelta de hoja.

Había una joven muy rica que tenía de todo, un marido maravilloso, hijos perfectos, un empleo que le daba muchísimo bien, una familia unida. Lo extraño es que ella no conseguía conciliar todo eso, el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo el tiempo y su vida siempre estaba descuidada en algún área.

Si el trabajo le consumía mucho tiempo, ella lo quitaba de los hijos, si surgían problemas, ella dejaba de lado al marido... Y así, las personas que ella amaba eran siempre dejadas para después. Hasta que un día su padre, un hombre muy sabio, le dio un regalo; una flor carísima y rarísima, de la cual sólo había un ejemplar en todo el mundo. Y le dijo: "Hija, esta flor te va a ayudar mucho, ¡más de lo que imaginas! tan sólo tendrás que regarla y podarla de vez en cuando, y a veces conversar un poco con ella, y ella te dará a cambio ese perfume maravilloso y esas maravillosas flores". La joven quedó muy emocionada, a fin de cuentas, la flor era de una belleza sin igual.

Pero el tiempo fue pasando, los problemas surgieron, el trabajo consumía todo su tiempo; y su vida que continuaba confusa, no le permitía cuidar de la flor. Ella llegaba a casa, miraba la flor y las flores todavía estaban allá, no mostraban señal de flaqueza o muerte, apenas estaban allá, lindas y perfumadas. Entonces ella pasaba de largo. Hasta que un día, sin más ni menos, la flor murió.

Ella llegó a casa y se llevó un susto, la flor estaba completamente muerta, su raíz estaba reseca, sus flores caídas y sus hojas amarillas. La joven lloró mucho y contó a su padre lo que había ocurrido. Su padre entonces respondió: "Yo ya me imaginaba que eso ocurriría, y no te puedo dar otra flor, porque no existe otra flor igual a esa, ella era única,... al igual que tus hijos, tu marido y tu familia".

Todas son bendiciones que el Señor te dio, pero tú tienes que aprender a regarlas, podarlas y darles atención, pues al igual que la flor, los sentimientos también mueren. Te acostumbraste a ver la flor siempre allí, siempre florida, siempre perfumada, y te olvidaste de cuidarla.

Hoy es el día en que hagamos nuestra listita de prioridades y pongamos en ella, sí ¿por qué no? a todas aquellas personas que he dejado de visitar, acompañar y compartir en este presente que me acompaña.

¿Hace cuánto tiempo que no ves a tu mamá o a tu abuelita, has platicado con ellas, les has llevado un pequeño presente? ¿Y tus padrinos de bautismo o primera comunión, ya los saludaste para el día de su cumpleaños? ¿Qué decir de aquel compadre que hasta la pista le perdiste? Pero para qué ir tan lejos, entra a tu casa y ve a tus hijos, sobrinos, primos y hermanos, ¿no será que otros quehaceres, pasatiempos u obligaciones ocupan tus días y tus horas?

¡Cuida a las personas que amas!
Autor: P. Dennis Doren L.C.

miércoles, 25 de enero de 2012

SER FELIZ

Cuenta la leyenda que un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro.  A partir de aquel instante comenzó a buscarla. 
Primero se aventuró por el placer y por todo lo sensual, luego por el poder y la riqueza, después por la fama y la gloria, y así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.
En un recodo del camino vio un letrero que decía:
"Le quedan dos meses de vida".
Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo:
- Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean.
Y aquel buscador infatigable de la felicidad, sólo al final de sus días, encontró que en su interior, en lo que podía compartir, en el tiempo que le dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo por servir, estaba el tesoro que tanto había deseado.
Comprendió que para ser feliz se necesita amar; aceptar la vida como viene; disfrutar de lo pequeño y de lo grande; conocerse a sí mismo y aceptarse así como se es; sentirse querido y valorado, pero también querer y valorar; tener razones para vivir y esperar y también razones para morir y descansar.
Entendió que la felicidad brota en el corazón, con el rocío del cariño, la ternura y la comprensión.  Que son instantes y momentos de plenitud y bienestar; que está unida y ligada a la forma de ver a la gente y de relacionarse con ella; que siempre está de salida y que para tenerla hay que gozar de paz interior.
Finalmente descubrió que cada edad tiene su propia medida de felicidad y que sólo Dios es la fuente suprema de la alegría, por ser ÉL: amor, bondad, reconciliación, perdón y donación total.
Y en su mente recordó aquella sentencia que dice: "Cuánto gozamos con lo poco que tenemos y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos."
Ser Feliz, es una actitud.
"Cada hombre tiene un tesoro que lo está esperando"

martes, 24 de enero de 2012

Cuando sufres y no entiendes nada

Es como estar perdido en medio de un laberinto y luego ser capaz de verlo desde lo alto y encontrarle sentido.
¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Cómo lo permite Dios? ¿Qué hice para merecer este castigo? ¿Qué será de mi futuro? Son preguntas hirientes que brotan con frecuencia en medio del sufrimiento.

Con el salmista (Sal 30) gritamos:

Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.


Le damos vueltas con la cabeza y no entendemos nada. Es simplemente incomprensible. Toda la sensibilidad se retuerce y a veces se rebela. No es para menos. "No lo entiendo, Señor, no tiene ningún sentido, no me entra en la cabeza."

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
Tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve
.

Las cosas no me cuadran

Lo que estás viviendo te parece que no encaja con el concepto del Dios bueno y justo del que has oído hablar tantas veces. Viene la tentación de la desesperanza y hasta la fe se ve amenazada.

Pero apenas puedes levantar la mirada, ves el universo: su belleza, el orden, la perfección, el detalle, la grandeza, la abundancia... y no es difícil concluir que lo hizo y lo conserva un Padre bueno que vela por sus hijos.

Ves tu vida: el mero hecho de existir cuando podrías no haber sido, tu capacidad de amar, tu familia, tu bautismo, tu educación, tus amigos... y tantas cosas buenas y bellas de tu persona y de tu historia. Aunque no es que todo sea perfecto, su belleza y gratuidad desvelan el rostro amable de un Dios que cobija a sus criaturas.

La Providencia Divina

Esa es la Providencia. No se puede probar con argumentos, hay que experimentarla. A veces se nubla u oscurece, más cuando se está en medio de la batalla; son momentos, sucesos o circunstancias particulares, pero cuando se ve en perspectiva todo adquiere sentido. Y a veces se requieren décadas para tener suficiente perspectiva. Es como estar perdido en medio de un laberinto y luego ser capaz de verlo desde lo alto y encontrarle sentido.

La historia de José, hijo de Jacob, es elocuente: pasó una historia de odio, envidia, mentira, ingratitud, sensualidad... para que llegara a cumplirse el designio de Dios sobre su pueblo. Vale la pena recordarlo. Sus hermanos primero se burlaron de él, después le odiaron y le rechazaron, planearon su muerte, por fin lo arrojaron a un pozo, lo vendieron como esclavo a los primeros extranjeros, unos egipcios, que pasaron por ahí e informaron a su padre que había muerto. La esposa del faraón lo tentó, luego mintió y lo acusó injustamente. José acabó en la cárcel del faraón. ¿Podría haber imaginado lo que iba a suceder después? El caso es que Dios le concedió el cargo administrativo más alto en el reino; tuvo la oportunidad de perdonar a sus hermanos, de volver a abrazar a su padre, de ofrecer a su familia y a las familias de todos sus hermanos una nueva tierra, un nuevo pueblo, una nación donde salvar sus vidas en un momento de tremenda hambre y carestía. El pueblo de Israel creció y se consolidó en Egipto.

Incendios que dan vida

Hace unos meses me invitaron a dar un taller de oración en Calgary. Tuvimos el curso en un lugar montañoso con zonas inmensas de bosque. Mientras iba por carretera pasamos por un bosque amplísimo que se había incendiado, sólo se veían troncos caídos y cenizas. Mi reacción natural fue decir: "¡Qué desastre!" Poco después apareció un gran cartel que decía: "Incendios que dan vida". El fuego forma parte del sistema de regeneración de un bosque. Cantidad de semillas permanecen encerradas en las piñas hasta que el calor de un incendio las libera. Las cenizas fertilizan el campo. Gracias a incendios de hace 30 años tenemos ahora bosques espléndidos.

Es necesario ver el conjunto en perspectiva. La oración es el mirador.

Cuando el sufrimiento y el misterio se hacen presentes en la propia vida, tenemos en las manos un momento privilegiado para hacer oración. No necesariamente se encuentran respuestas; más aún, rara vez se encuentran explicaciones lógicas a lo que sucede, pero es tiempo fecundo para crecer en el conocimiento personal, para reconocer los propios límites, dejarse interpelar por Dios que nos llama a la conversión y anclar la vida en una confianza inquebrantable en la providencia de Dios.

La historia es como un río que lleva su curso; en el camino encuentra tropiezos y remolinos, pero sigue su curso. Y el Plan de Dios se cumplirá. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. (Jn 16,33)

Yo confío en ti, Señor,
te digo: tú eres mi Dios.
En tus manos están mis azares (...);
qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen.


Cuando Dios permite que suframos sus hijos, nos ofrece una oportunidad de purificación y, sobre todo, de alguna manera nos dice: "No busques más razones, me tienes a mí como respuesta".

Yo decía en mi ansiedad:
me has arrojado de tu vista;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba
.

Tu oración la escucha el mismo Dios que vio en la cruz a su único Hijo, Jesucristo: el crucificado que redimió a la humanidad.

La presencia infalible de Dios Padre y el ejemplo silencioso de Cristo crucificado se manifiestan a la hora de la prueba como una nueva epifanía del amor personal de Dios en tu vida. No hay manera de demostrarlo, pero quizá es una experiencia que habrás vivido más de alguna vez. Cuando abres la puerta de la fe, Él te ayuda a encajar el golpe, a recuperar la paz y a experimentar con más fuerza aún su paternidad.

Piénsalo un poco. En tu propio sufrimiento, al cabo de los años, ¿has experimentado de alguna manera la mano Providente de Dios? Si no es así, convérsalo con Él.

Autor: P Evaristo Sada LC. Fuente: www.la-oracion

lunes, 23 de enero de 2012

Cuando las derrotas generan victorias

Con la intervención de Dios en la historia humana, las derrotan pueden generar victorias.
Las derrotas desencadenan un mecanismo sumamente peligroso. El batallón derrotado en el flanco derecho contagia el pánico en los otros batallones. La fuerte bajada de cotización de las acciones de una empresa provoca la desconfianza entre los accionistas de otras empresas del mismo sector.

A nivel personal, cometer un delito, o simplemente consentir con un acto de egoísmo que tanto daña nuestro corazón, desencadena sentimientos de derrota, desaliento, apatía.

Tras un primer error, qué fácil resulta volver a tropezar en la misma piedra, o incluso caer en otros pecados que antes podían evitar fácilmente.

Notamos, así, que las derrotas generan derrotas.

Pero es posible también lo contrario: con la intervención de Dios en la historia humana, las derrotan pueden generar victorias.

Al contemplar el desastre inmenso del pecado original, esa desobediencia de nuestros primeros padres, vemos cómo se desencadena en el mundo un torbellino de males, de egoísmos, de mentiras, de guerras. La derrota parece haber cogido vuelo hasta lograr un triunfo catastrófico sobre los corazones humanos.

Pues precisamente en ese momento Dios decide mantenerse fiel a su Amor. Inicia entonces la victoria más maravillosa: la que nace desde la misericordia y triunfa sobre el mal, sobre el pecado, sobre la injusticia, sobre la muerte.

El camino de esa victoria, ciertamente, no ha sido fácil. Culminó en el drama más inmenso de la historia: la condena del Inocente, del Hijo del Padre e Hijo de María, por culpa de los pecados de los hombres. Pero esa misma “derrota” del calvario se ha convertido en el inicio del triunfo decisivo de la gracia, del bien, de la justicia, de la misericordia.

Lo explicaba san Pablo con palabras llenas del fuego del Espíritu Santo: “En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre, ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por uno solo, por Jesucristo! Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida. En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos. La ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,17-20).

La Iglesia, con un atrevimiento que sólo se explica desde la esperanza, llega a cantar este milagro, en la Vigilia Pascual, con palabras que estremecen el corazón de los bautizados: "Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!"

San Francisco de Sales llegó más lejos al contemplar esta extraña situación: "Y tan lejos estuvo el pecado de Adán de exceder a la bondad divina, que, al contrario, la excitó y la provocó, de tal manera que, por una suave y amorosísima emulación y porfía se robusteció en presencia de su adversario, y, como quien concentra sus fuerzas para vencer, hizo que sobreabundase la gracia donde había abundado la iniquidad, de suerte que la santa Iglesia, movida por un santo exceso de admiración, exclama conmovida, la víspera de Pascua: ¡Oh pecado de Adán, verdaderamente necesario, que ha sido borrado por la muerte de Jesucristo! ¡Oh feliz culpa, que ha merecido tener un tal y tan grande Redentor! Tenemos, pues, razón, de decir con uno de los antiguos: Estábamos perdidos, si no nos hubiésemos perdido; es decir, nuestra pérdida nos fue provechosa, porque, en efecto, la naturaleza recibió más gracia por la redención, de la que jamás hubiera recibido por la inocencia de Adán, si hubiese perseverado en ella" (Tratado del amor de Dios, libro II, V).

Desde el inmenso amor de Dios, una derrota puede convertirse en el inicio de una victoria. Tras la caída, tras el pecado, podremos ser más humildes, podremos abrirnos con más plenitud a la gracia de Dios, podremos tener un corazón más dispuesto a perdonar porque antes fuimos perdonados.

En definitiva, podremos alcanzar, por los méritos de la Pasión de Cristo, la palma de la victoria de los que triunfan porque han lavado sus vestiduras en la Sangre del Cordero (cf. Ap 7,14).
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 22 de enero de 2012

Mi amigo el mozo de equipajes

¿Cansado? ¿Por qué? ¿Vives para ti mismo o vives para ser útil a los demás? ¿El mundo ha mejorado algo gracias a tu amor?
El otro día vinieron a entrevistarme unos estudiantes de periodismo para no sé qué revista juvenil, y me preguntaron: "Y tú, ¿no te cansas nunca de dar alientos a los demás?" Les dije que sí, que me cansaba por lo menos tres veces al día. Lo que ocurría es que también por lo menos cinco veces al día sentía la necesidad de no convertir en estéril mi vida y aún no había encontrado otra tarea mejor que esa.

Y cuando los muchachos se fueron, me puse a pensar en un viejo amigo mío que era mozo de equipajes de Valladolid. Debía de tener más o menos la edad que yo tengo ahora, pero entonces a mí me parecía muy viejo. Pero lo asombroso era su permanente alegría. No sabía hacer su trabajo sin gastarte una broma, y cuando te hacía un favor, parecía que se lo hubieses hecho tú a él. Un día le pregunté: "Y tú, ¿cuándo te vas de vacaciones?" Se rió y me dijo: "Me voy un poco en cada maleta que subo para los que se van hacia la playa."

Él sonreía, pero fui yo quien se marchó desconcertado. Nunca había pensado en lo dramático de esa vocación de alguien que se pasa la vida ayudando a viajar a los demás, pero él se queda siempre en el andén, viendo partir los trenes donde los demás se van felices, mientras él sólo saborea el sudor de haberles ayudado en esa felicidad.

¿Sólo el sudor? No se lo dije a mi amigo el mozo de equipajes porque se hubiera reído de mí y me hubiera explicado que el sudor le quedaba por fuera, mientras por dentro le brotaba una quizá absurda, pero también maravillosa, satisfacción.
Desde entonces pienso que todos los que sienten vocación de servicio -sea la que sea su profesión- son un poco mozos de equipajes. Y que todos sienten esa extraña mezcla de cansancio y alegría. Al fin me parece que en la vida no hay más que un problema: vives para ti mismo o vives para ser útil. Vivir para ser útil es caro, hermoso y fecundo.

Claro, desde luego. Todos somos egoístas. Al fin y al cabo, ¿qué queremos todos sino ser queridos? Por mucho que nos disfracemos, nuestra alma lo único que hace es mendigar amor. Sin él vivimos como despellejados. Y se vive mal sin piel. Por eso el mundo no se divide en egoístas y generosos, sino en egoístas que se rebozan en su propio egoísmo y en otros egoístas que luchan denodadamente por salir de sí mismos, aun sabiendo que pagarán caro el precio de preferir amar a ser amados.

Recuerdo haber escrito hace años un extraño poema en el que me imaginaba que, por un día, Cristo se dedicaba a hacer los milagros que a él le gustaban y no los puramente prácticos que la gente le pedía. Y que, en un camino de Palestina, una muchacha hermosísima se presentaba ante Él planteándole la más dolorosa de las curaciones: ella era tan bella, que todos la querían, pero ella no quería a nadie. Deseada por todos, arrastraba una belleza inútil e infecunda. Y le pedía a Cristo el mayor de los milagros: que la concediera el don de amar. Cristo, entonces, la miraba con emoción y compasión y le preguntaba: "¿Sabes que si amas tendrás que vivir cuesta arriba?" La muchacha respondía: "Lo sé, Señor, pero lo prefiero a este gozo muerto, a esta felicidad inútil." Ahora Cristo le sonreía y le decía: "Ea, levántate y ama, muchacha. Entra en el mundo terrible de los que han preferido amar a ser amados." Y la muchacha se alejaba con el alma multiplicada, dispuesta a nadar felizmente a contracorriente de la vida.

La fábula seguramente es disparatada, pero verdaderísima. Porque -los recientes enamorados lo saben- amar a la corta es dulcísimo; a la larga, cansado; más a la larga, maravilloso.

¿Cansado? ¿por qué? Cansado porque siempre nos sale entre las costillas el viejo egoísta que somos y nos grita tres veces cada día que nadie va a agradecernos nuestro amor -es mentira, pero el viejo egoísta nos lo dice-; porque saca además aquel viejo argumento del ¿y a ti quien te consuela? Un falso planteamiento: porque el problema no es si nuestro amor nos reporta consuelo, sino si el mundo ha mejorado algo gracias a nuestro amor.

Pero claro que es difícil aceptar que nuestro veraneo está en esas maletas de esperanza que hemos subido en el tren de los demás. Para ello hace falta creer en serio en los demás. Y eso sólo lo hacen a diario los santos. Por eso, si yo fuera Papa canonizaría corriendo a mi amigo el mozo de equipajes de Valladolid.
Autor: José Martín Descalzo.
Tomado de: Razones para la Alegría

sábado, 21 de enero de 2012

¡El Pan de mamá!

María, al darnos a Cristo, el Pan vivo bajado del Cielo y horneado en sus entrañas, ha puesto también y pone todo su Corazón de Madre.
La misión que María trajo al mundo se resume en una palabra: ser MADRE, la Madre de Jesús y la Madre nuestra.

Ser la madre de Jesús es lo mismo que ser la Madre de Dios.

Ser la Madre nuestra es lo mismo que ser la Madre espiritual de todos los redimidos, porque Jesús desde la cruz le confió este encargo y esta misión grandiosa. En el orden de la Gracia, María es tan madre nuestra como la madre bendita y querida a la que debemos nuestros ser de hombres.

Por eso, para entender a María, no hay medio mejor que mirar a la madre que hemos tenido la dicha de tener en el mundo.

Es muy fácil pasar de la madre de aquí a la Madre del Cielo.

Pongamos en María, y en el grado máximo, todo lo bueno que vemos en nuestra madre, y habremos atinado del todo al querer valorar la Maternidad Espiritual de María sobre todos nosotros.

Hubo un caso durante la Primera Guerra Mundial que se hizo célebre en todos los periódicos italianos.
El muchacho había sido herido de gravedad en el frente de batalla. Avisada la familia, el papá se puso inmediatamente en camino y se fue lejos, donde el hijo hospitalizado se debatía entre la vida y la muerte. Eran de familia campesina, y todo lo que el padre pudo llevar al hijo eran cosas de la casa. Pero aquí estuvo la salvación. El muchacho no reaccionaba. No había modo de que comiera. Sin embargo, el padre le alargó un trozo de pan, diciéndole:
- Toma, es pan de la mamá. El que hace ella siempre en casa. Come, que te irá bien.
El muchacho se emociona y va repitiendo:
- ¡Es el pan de mamá! El pan de mamá, el pan de mamá...
Un bocadito, otro bocadito, un poco más... Se lo come todo. Viene la reacción del enfermo, y al poco tiempo la curación era total.

¡Es el pan de mamá!... El recuerdo del ser más querido hace prodigios en nuestras vidas. El pan amasado por las manos de mamá tiene un sabor diferente a cualquier otro pan.

Queremos decir: el amor de la madre, la enseñanza de la madre, los cuidados de la madre, el ejemplo de la madre, todo lo de la madre lleva una marca y un sello en su constitución que no se suple por nada. Dios se ha lucido en todas sus criaturas. Pero, donde se desbordó su solicitud y su providencia para con nosotros, fue en la formación de esa mujer-madre, que es la obra maestra salida de sus manos.

Nosotros vamos a sacar de aquí algunas consecuencias que saltan a la vista.
Por ejemplo, la conciencia que tiene la madre acerca de su alta misión.
Dios le ha confiado a ella la formación del hombre. Sobre todo, la de sus sentimientos.

De aquí se sigue, y lo comprobamos cada día, que cualquier mujer, con vocación de madre, se forma a sí misma en los sentimientos más nobles. Lo que ella es lo va dejando impreso de manera indeleble en el ser de los que son o serán sus hijos. Como llevada de un instinto natural, la madre, para formar, se forma ante todo a sí misma.

Otra consecuencia comprobada es el amor, el afecto, el cariño, que la madre sabe poner en todas sus cosas, hasta en las más ordinarias de la vida. La cara disgusto no dice, no pega, no cae bien con la cara-cariño que ostenta siempre la madre.

La madre, por naturaleza y por misión, tiene siempre una cara como un sol. Podrá muchas veces mostrar dolor y preocupación, pero nunca amargura y resentimiento.

El pan que se comió el muchacho moribundo era un pan como el de las demás casas campesinas de la región. Pero, al comerlo, le vino a la mente toda aquella solicitud que la mamá querida ponía en todo lo que ella hacía por los hijos. No le salvó la vida el pan, sino el amor con que la mamá hacía el pan...

Muchas veces en nuestros mensajes hablamos sobre la madre. O expresamente de ella, o cuando nos toca hablar del matrimonio, de la familia, de los hijos... El tema de la madre es siempre actual. No cansa nunca. Y siempre, aunque no lo advirtamos ni lo pretendamos, se pone todo el corazón cuando queremos al hablar del ser más querido.

Admira la confesión de uno de los pensadores más leídos:
- Todo lo que soy o espero ser se lo debo a la angelical solicitud de mi madre.

Al hablar así de la mamá que por dicha nos ha tocado tener en el hogar, se nos va el pensamiento a la mejor de todas las madres, la que Cristo nos dio en la Cruz, y ejemplar de todas las madres.

María, al darnos a Cristo, el Pan vivo bajado del Cielo y horneado en sus entrañas, ha puesto también y pone todo su Corazón de Madre cuando nos da Jesús a cada uno de nosotros. Así lo expresó, con belleza inigualable, San Juan de Ávila, uno de los clásicos de nuestra lengua:
- Allí está el manjar en el Altar; la Santísima Virgen es la que nos lo guisó, y por ser ella la guisandera, se le pega más el sabor al manjar, aunque él es de sí dulce y sabroso y pone gran codicia de comerlo.

Desde allí nos está convidando con él.
De este modo escribía aquel gran Maestro sobre el Pan de la Virgen en el siglo dieciséis. Y nosotros, al recibirlo hoy, sobre todo en la Eucaristía, nos vamos repitiendo el estribillo del soldadito italiano casi muerto, pero resucitado por el milagro de... ¡el Pan de mamá, el Pan de mamá!.
Autor: Pedro García, misionero claretiano.

viernes, 20 de enero de 2012

DIA MUNDIAL DEL CANCER



El Viernes es el día mundial del Cáncer –Reza y encomienda, para que esa vela nunca se apague.


Tender la mano

Muchos hombres y mujeres sabrán tender la mano a sus semejantes, a los más necesitados de misericordia, de consuelo, de pan y de justicia.
Muchos hombres y mujeres necesitan ayuda. En sus cuerpos, porque están enfermos o sufren hambre. En sus corazones, porque necesitan el bálsamo de la misericordia.

Cristo vino al mundo precisamente para anunciar un mensaje de salvación y de consuelo. Dio de comer a las multitudes, curó a enfermos, consoló a los tristes, resucitó muertos, perdonó pecados.

Luego, encomendó una tarea inmensa a quienes escogió para servir y dar la vida por sus hermanos: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16,15-16).

La tarea es inmensa, las necesidades incontables, los trabajadores pocos. Además, entre quienes reciben la vocación al sacerdocio o a la vida religiosa, algunos ceden al pesimismo, al desaliento, a la tibieza, a la desesperanza. Otros se apartan de la misión: no llevan el Evangelio, sino que ofrecen ideas más o menos interesantes, pero diferentes del mensaje de Cristo.

El panorama puede parecer desolador. El mundo es demasiado grande, los problemas innumerables, el hambre de Dios agobia a una multitud inmensa de personas.

Sin embargo, Dios no puede dejar a su pueblo. Hoy, como ayer y como mañana, infunde su Espíritu, da fuerzas a los débiles, susurra que ama a cada uno de sus hijos, sostiene a sus enviados para que no sucumban ante la fuerza agobiante del mal.

Desde la experiencia de Dios, muchos hombres y mujeres sabrán tender la mano a sus semejantes, a los más necesitados de misericordia, de consuelo, de pan y de justicia. El milagro de Pentecostés se repetirá, nuevamente, en miles de corazones.

El perdón, entonces, triunfará sobre el pecado. La Eucaristía se convertirá en el alimento de los débiles. La Iglesia, desde su sencillez y su unión profunda con el Maestro, acogerá en sus brazos a millones de almas abiertas a la gracia que viene del Calvario, a la Sangre que nos lava y nos salva.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

jueves, 19 de enero de 2012

2012 AÑO DE LA FE

QUE SEA UNA AUTENTICA REALIDAD


BUSCANDO A DIOS

Cuando la vida pierde su brillo,
cuando el tiempo deja de existir,
cuando ya no queda esperanza,
cuando no hay deseo de vivir,
es hora de buscar a Dios.
Cuando las flores no te impresionan,
cuando no ves la belleza de una mariposa al volar,
cuando no oyes música en el piar de un pájaro,
cuando el arco iris no te hace pensar,
es hora de buscar a Dios.

Cuando el alborear no te habla,
cuando el rayar del día no te hace sonreír,
cuando el cantar del gallo no te anima,
cuando el calor del sol no te hace mejor sentir,
es hora de buscar a Dios.

Si te preguntas el por qué,
si buscas una explicación,
si la vida no tiene sentido,
si crees que nadie tiene razón,
es hora de buscar a Dios.

Si el embarazo de una mujer no te dice nada,
si el nacimiento de un niño no te hace llorar,
si un "papá dame un beso" no te llega al alma,
si un nieto no te hace soñar,
es hora de buscar a Dios.

Si el Firmamento no te pasma,
si las Estrellas no te vislumbran,
si la Luna no te mira,
si el Universo no te asombra,
es hora de buscar a Dios.

miércoles, 18 de enero de 2012

El Valle de los Caídos al detalle

LÍDERES HONRADOS

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Repasaba esta mañana un pasaje de la historia más grande jamás contada, y ha venido a mi mente una expresión de la literatura castellana inicial. El Cantar del mío Cid la pone en boca de los burgaleses: ¡Dios, que buen vasallo si tuviese buen señor!
            Leía el Evangelio, y mi vista se ha parado en una frase bien conocida: Jesús, al ver las multitudes, se llenó de compasión por ellas porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Cristo habla en un contexto espiritual, pero al rabí de Nazaret le interesa el hombre entero, cada persona y toda situación. El  Dios que se hace hombre asume como propias todas las ocupaciones del hombre, todas sus vicisitudes. El cristiano no puede ser alguien que, por mirar al cielo, descuide los sucesos de esta tierra. Es más, los avatares de este mundo, vividos con profesionalidad y honradez, son medios para ir a Dios.
            Qué poca razón tiene un diario que hoy publica un largo artículo dedicado a "demostrar" que la culpa de la pobreza la tiene la fe católica. Es cierto que, en ocasiones, los cristianos hemos descuidado este mundo por mirar al otro. De esquizofrénica, calificaba esa actitud el fundador del Opus Dei, porque no puede haber una doble vida si queremos ser cristianos: "hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser -en el alma y en el cuerpo- santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales". El descuido de las realidades temporales condujo a la beatería, a vivir -por decirlo con ideas del mismo autor- una sociología eclesiástica, incrustados en un mundo segregado que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo, mientras el mundo común recorre su propio camino.
            Pero de ahí a perpetrar una pirueta para atacar a la fe católica en sí misma, media un abismo. Una cosa es la actuación de determinados cristianos en ciertas épocas de la historia -que no podemos juzgar con criterios actuales- y otra bien distinta es dar visos de erudición a lo que podríamos denominar integrismo laicista, una mezcla político-económico-religiosa absolutamente infumable. Si se quiere erudición, búsquese el magisterio del último concilio, donde se encontrará abundante material no utilizado por el articulista porque mantiene lo contrario a  su tesis. Se queda en el Vaticano I, y lo entiende mal.
            Para explicar todo esto, y más, hacen falta buenos pastores en la Iglesia, pero también en la sociedad civil, en cada uno de los campos en que se realiza: líderes culturales, económicos, políticos, del mundo del pensamiento, punteros de la investigación en cualquiera de sus aspectos, etc. Pero me temo que, para ser dirigentes honrados, que arrastren al bien, necesitan ser políticamente incorrectos en muchos temas.
            Para empezar, se precisan personas que busquen y amen la verdad, que no sean relativistas cuando conviene y se digan amantes de algunas "verdades" de modo interesado. Y entrecomillo porque, con no poca frecuencia, no son las que invitaba a buscar Machado: tu verdad, no; la verdad/ y ven conmigo a buscarla./ La tuya, guárdatela. Y, además, expliquen esa verdad siempre que sea necesario.
            Hay que buscar líderes dispuestos a terminar con la corrupción, ya sea en la cosa pública, ya se trate te tareas privadas que, dicho sea de paso, tienen habitualmente una dimensión pública. Nos escandalizamos de la cultura del pelotazo (desde el blindaje de sueldos a cohechos, pasando por el tráfico de influencias hasta todo lo imaginable), pero ¿estamos haciendo algo para evitarla? Con leyes, sí, pero con algo más, porque sólo con éstas, no llegaremos lejos. Artículos como el que cito están ignorando las virtudes que predica la Iglesia sabiendo que ahí reside la solución de muchos asuntos. Culpan a la Iglesia, pero la ridiculizan con pretendidos estudios que acaban acusando de aquello que necesitamos y la Iglesia defiende. Por ejemplo, tan católica -o más- era la España que fue dueña de medio mundo, como la que ahora está más cerca de la pobreza, tanta que la empresa editora del artículo de marras está manteniéndose de milagro en esta España y con la ayuda de un empresario mejicano (país de mayoría católica).
            Insisto, líderes que echen de sus partidos a cualquier persona corrupta, sea quien sea, que no tengan miedo a decir que la vida es sagrada, que el matrimonio es lo que naturalmente es, que promuevan la participación de los ciudadanos en la vida pública para que no sea cosa de unos pocos que fabrican unas listas que los demás votamos, porque eso o nada. Que ayuden al desarrollo de la sociedad civil, que no subvencionen asuntos impotables por motivos electorales. Que ilusionen con la realidad.
            Necesitamos promover la libertad sin miedo y con conocimiento de causa, mirar más a los parados y marginados que a las encuestas o la imagen. Mejor: necesitamos la imagen de gente cabal, veraz, trabajadora, sacrificada, sobria, que no se dedique a la discusión huera -el ingenio, para mejorar-, sino a hacer lo que debe y del  mejor modo posible.

Compartiendo la Luz

Que Dios nos dé siempre la luz para iluminar a todos los que pasen por nuestro lado.
¡Qué paz trae a nuestro corazón la seguridad de caminar por la vida en el camino correcto!

¡Cómo en este caminar de nuestra vida, el ejemplo de las personas deja una marca imborrable!

Tantas y tantas experiencias en donde hemos visto y tocado con nuestras manos y corazón la bondad, la servicialidad, una muestra de cariño, un consejo, o la ayuda en un momento difícil de nuestra vida; estoy seguro que ese gesto no ha caído al vacío, no se ha perdido. Todos tenemos un importante papel que desempeñar, todos estamos llamados a ser luz, apoyo, guía de los demás; en definitiva, todos necesitamos de todos para llenar nuestra vida de la verdadera luz, la luz de Dios, que es la luz del amor y de la felicidad.

Un filósofo contó a sus discípulos la siguiente historia:

"Varios hombres habían quedado encerrados por error en una oscura caverna donde no podían ver casi nada. Pasó algún tiempo y uno de ellos logró encender una pequeña tea; pero la luz que daba era tan escasa, que aun así no se podía ver nada. Al hombre, sin embargo, se le ocurrió que con su luz podía ayudar a que cada uno de los demás prendiera su propia tea, y así, compartiendo la llama con todos, la caverna se iluminó".

Uno de sus discípulos preguntó: -¿qué nos enseña maestro este relato?

Y él contestó: -Nos enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos con el prójimo. Y también nos dice que el compartir nuestra luz no la desvanece, sino que por el contrario, la hace crecer. El compartir nos enriquece en lugar de hacernos más pobres. Los momentos más felices son aquellos que hemos podido compartir.

Que Dios nos dé siempre la luz para iluminar a todos los que pasen por nuestro lado.

La verdadera amistad es flor, que se siembra con honestidad, se riega con afecto y crece a la luz de la comprensión. Si una vela enciende a otra, así pueden llegar a brillar miles de ellas. De igual modo, si iluminas tu corazón con amor, puede que ilumines a otro corazón. Mi deseo en este día para tí es: que sonrías, que seas amable, que te muestres interesado por las personas, y así, tu luz brillará y ésta hará que otra luz se encienda cerca de tí. Hoy nos toca a nosotros.

En los años que llevas de vida ¿a cuántos has iluminado?, ¿con quién has compartido tu luz? Espero que no te hayas cansado de seguir haciéndolo, porque lamentablemente los hombres somos así, nos cansamos.

Recuerda: Que tu luz, si no la compartes, seguirá siendo oscuridad; tu luz, nos diría Jesús, no es para que la escondas debajo de la cama o en el armario de tus egoísmos, es para que ella, uniéndose a todos los que queremos iluminar a este mundo, se sume a la gran antorcha humana, que en definitiva es el reflejo de Dios en el mundo.
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 17 de enero de 2012

Si no confías en tu propia oración

Saber que Cristo ha rezado por nosotros, para sostenernos en los momentos de debilidad.
El Santo Padre comenta en la audiencia del 11 de enero del 2012 la oración de Jesús en la última cena.

Quisiera resaltar sólo un pequeño detalle: la oración que hace Jesús por Pedro: yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague.


Nuestro Señor dirige esa frase a Pedro justo después de predecirle su triple negación. Jesús está a punto de salir para Getsemaní para agonizar en el huerto, pero sabe que también Pedro sufrirá una gran prueba y quiere decirle que a pesar de sucumbir, que siga adelante, que ha rezado por él. Precisamente la oración de Jesús sostiene la debilidad de sus discípulos durante la prueba.

Esto es un consuelo para nosotros, pues significa que ante las pruebas de la vida no dependemos exclusivamente de la fuerza de nuestra propia oración. Por un lado, a veces sufrimos pruebas tan grandes que lo último que nos apetece hacer en ese momento es rezar. Por otro, nuestros momentos de oración pueden llegar a ser tan distraídos que realmente poca fuerza podemos esperar de ellos. Perdemos la confianza en nuestra propia oración.

Pero saber que Cristo ha rezado por nosotros, para sostenernos en los momentos de debilidad, para que sepamos levantarnos después de habernos caído, es un gran consuelo. ¿Qué oración puede ser más eficaz que la del mismo Cristo?

Si no confías en tu propia oración, no te preocupes. Cristo ha rezado por ti.
Autor: P. Francisco Armengol, L.C.

lunes, 16 de enero de 2012

Crisis de santidad

La crisis que sufrimos hoy en día es una crisis que hunde sus raíces en una profunda quiebra moral
Dice el Diccionario de la Real Academia Española que el honor es la “Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”; y en su segunda acepción, sería la “buena reputación que sigue a la virtud o al mérito”.

En los últimos años, la palabra “valores” se ha puesto de moda y se ha repetido hasta la náusea. Hay términos como “solidaridad” o “tolerancia” que una y otra vez se leen y se escuchan vengan o no a cuento. Parece que la “tolerancia” o el “ser tolerante” supone un “valor” incuestionable. Pero pocos se atreven a decir hoy en día que algo es “intolerable”. Por ejemplo, que en España tengamos más de cinco millones de parados resulta intolerable. Que la mentira se haya convertido en algo socialmente aceptado, resulta intolerable. Que el aborto sea una realidad socialmente consentida y aceptada, resulta intolerable. Que la infidelidad conyugal se vea como algo normal, resulta intolerable. Que la corrupción campe a sus anchas y sea una práctica extendida entre políticos, empresarios y trabajadores, resulta intolerable. Que el matrimonio se haya convertido en un cajón de sastre donde cabe cualquier tipo de relación, me parece intolerable. Que el Estado se haya arrogado el derecho a educar moralmente a nuestros hijos, usurpando el derecho que únicamente nos corresponde a los padres, resulta intolerable.

Sinceramente: estoy harto de los “valores”, de la “tolerancia” y del “talante”. Lo decente es luchar por el bien y la justicia; y combatir el mal, la corrupción, la mentira y la opresión, venga esta de donde venga. Por eso reivindico la recuperación del concepto del honor y la necesidad urgente de cultivar las virtudes. Toda persona tiene la obligación de comportarse de acuerdo con unos principios. Tenemos la obligación de comportarnos de manera ejemplar y de combatir a aquellas personas cuyo comportamiento no esté a la altura de esa ejemplaridad.

Una persona con honor - honorable - no miente ni engaña ni roba. Una persona con honor cumple la palabra dada en su vida social y personal. Un hombre o una mujer no pueden prometerse amor y fidelidad y luego engañar a su cónyuge: ¿es que la palabra dada no sirve para nada? Y no vale apelar a la debilidad del ser humano ni pamplinas por el estilo. Cuando uno se compromete a algo o con alguien, tiene la obligación de cumplir con su deber. Y resulta intolerable la facilidad con la que se tolera lo intolerable.

Y otro tanto habría que decir de la obligación de los padres de educar a sus hijos, que para eso los han traído al mundo. O la obligación de tratar con justicia a los trabajadores; o la de los trabajadores de realizar el trabajo que cada uno tenga que desempeñar con el mayor esfuerzo y dedicación y de la mejor manera posible. Las personas no están al servicio de la economía, sino que la economía debe estar al servicio de las personas para que todos puedan vivir con dignidad.

Todos tenemos el deber de tratar a los demás con respeto. Las personas no son objetos de usar y tirar: ni en las relaciones laborales ni en las personales. Las relaciones sexuales no son un juego de niños. El otro, el prójimo, no es algo que esté ahí para que yo lo use y me lo pase bien. Debemos recuperar urgentemente la responsabilidad en las relaciones sexuales y combatir la banalización de la sexualidad y la promiscuidad rampante. No puede ser que en España se lleven a cabo más de cien mil abortos ni que la píldora postcoital se consuma como si fueran caramelos.

¡Cuántas veces se hace una separación drástica entre “vida pública” y “vida privada”! ¡Cuántas veces se escucha esa falacia de que “cada uno en su vida privada puede hacer lo que le dé la gana”! Pues no. La conducta personal debe ser ejemplar en la vida pública y en la privada. Si alguien maltrata o engaña a su mujer, ¿puede ser de fiar en cualquier otro ámbito? Si uno es un sinvergüenza en su vida privada, no puede pretender que nadie se fíe de él en la vida pública. Todos tenemos la obligación, al menos, de intentar ser ejemplares en nuestra vida: la íntima y la pública.

La crisis que sufrimos hoy en día es una crisis que hunde sus raíces en una profunda quiebra moral: vale todo y el “honor” se considera un concepto anticuado y sin vigencia alguna. Y así nos va. Cuando se fomentan los vicios y se desprecian los méritos; cuando la virtud es objeto de burla y desprecio; cuando el fin justifica los medios, el resultado que obtenemos es una sociedad enferma y decadente como la de hoy en día. Sin honor, sin virtudes, sin ejemplaridad y sin esfuerzo ni mérito, no iremos a otro sitio que no sea la ruina. Por eso, hoy más que nunca, hacen falta personas ejemplares y honorables. Para un católico como yo, la crisis más importante que padecemos, en el fondo, es una crisis de santidad.
Autor: Pedro Luis Llera Vázquez.

Cada cumpleaños...

Los festejos han terminado. Vuelve la vida ordinaria. El tiempo pasa. La vida no se detiene. Llega un nuevo cumpleaños.

El tiempo pasa. La vida no se detiene. Llega un nuevo cumpleaños.

De niños, o también de grandes, el cumpleaños es el momento de los festejos. El pastel, las velas, las canciones, los aplausos, los regalos...

En cada cumpleaños recordamos a los propios padres. Fueron ellos quienes, desde su amor, se abrieron a la esperanza y a la vida. Fueron ellos quienes soportaron días y noches de lloriqueos o de caprichos. Fueron ellos quienes lavaron, compraron, levantaron, curaron, dieron de comer a un pequeñuelo indefenso y necesitado.

Recordamos a otros familiares: hermanos, abuelos, tíos, primos, sobrinos. En cada familia, ¡cuántas relaciones no sólo de carne y de sangre, sino de afectos y de cariño sincero!

Recordamos a educadores: en una primaria con niños que jugaban y que no sabían cómo escribir letras misteriosas, y en otras etapas de formación, donde hombres y mujeres dieron lo mejor de sí mismos para introducirnos en el mundo inmenso de la ciencia.

Recordamos a médicos, enfermeros, practicantes, farmacéuticos, profesionales de la salud, que nos “cosieron” una herida profunda, que nos dieron la medicina adecuada para curar una infección maligna, que nos sonrieron para hacer más llevadero el momento de esa inyección tan dolorosa.

Recordamos a catequistas, religiosas y laicos ejemplares; a sacerdotes que nos dieron los sacramentos, sobre todo ese magnífico regalo de la Eucaristía y ese encuentro purificador en cada confesión de los pecados.

Recordamos, en definitiva, a Dios. Él quiso nuestra llegada al mundo. Él quiso acompañarnos en tantas situaciones difíciles y en tantas alegrías. Él quiso iluminar los momentos de oscuridad y de dudas. Él quiso abrir ventanas de esperanza ante la pérdida de un empleo, el inicio de una enfermedad, o las caídas en ese mal tan destructivo que se llamada pecado.

Los festejos han terminado. Vuelve la vida ordinaria. El corazón ha sentido algo parecido al perfume de jazmines y al canto de los petirrojos: la belleza de una vida que inicia desde la bondad y que avanza, día a día, hacia el encuentro eterno con el Padre que nos ama, y con tantos seres queridos que fueron, o siguen siendo, faros de esperanza y de alegría.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 15 de enero de 2012

Lo que vale la pena recordar

El mundo nos ha llenado de prisas, de reacciones ante lo inmediato y nos hacen dejar de lado recuerdos importantes, decisivos.
Olvidamos muchas cosas. Nombres, calles, lugares, hechos, datos.

Hay, ciertamente, olvidos que se agradecen. A nadie le gusta recordar cómo nos falló aquel amigo, qué nos hizo un compañero de trabajo, cómo sufrimos ante un fracaso.

Pero otros olvidos nos dañan en lo más profundo del alma. Porque no es sano olvidar que no hemos pedido perdón a quien hemos ofendido, o que no hemos dado gracias a quien nos tendió la mano en el momento en el que más lo necesitamos.

El mundo nos ha llenado de prisas, de reacciones ante lo inmediato. Los mensajes del teléfono móvil, o los que transmitidos y recibimos en las redes sociales (Facebook, Twitter y compañía) nos encadenan al presente, y nos hacen dejar de lado recuerdos importantes, decisivos.

Frente a tantas prisas, y ante el desgaste continuo de una memoria frágil, hay que aprender a recordar lo que vale la pena.

Porque vale la pena recordar que tenemos unos familiares, cercanos o lejanos, a los que debemos mucho y que esperan un poco de cariño.

Porque vale la pena recordar a esos hombres y mujeres que de manera oculta permiten que funcionen la electricidad, el agua y las ambulancias.

Porque vale la pena recordar que son muchos los corazones buenos que dejaron su tiempo e incluso su salud para enseñarnos, para curarnos, para tendernos una mano cuando más lo necesitábamos.

Porque vale la pena recordar que el mundo no viene de la nada, sino que surge desde un Amor inmenso, desde un Dios que recuerda, eternamente, a cada uno de sus hijos.

Hay cosas que vale la pena recordar. Más allá de lo inmediato, una memoria abierta y un corazón sensible harán posible recuerdos valiosos, desde los que cada uno podrá dar gracias o pedir perdón.

Con una buena memoria, también el presente se hará más llevadero y el futuro será afrontado con humildad, alegría y esperanza, porque sabremos vivir cada día recordando el inmenso Amor que Dios nos ofrece cada día.
Autor: P. Fernando Pascual LC.